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Homilía pronunciada por el Card. Carlos Aguiar Retes en la INBG

Homilía del Vi Domingo del Tiempo Ordinario 11 de febrero del 2018 “¡Sí quiero! Sana, queda limpio de la lepra” (Mc 1,42).   Hemos escuchado esta escena del Evangelio, en donde un leproso se acerca a Jesús pidiéndole que lo sane. Jesús le responde: “¡Sí quiero, sana!” (Mc 1,42). Y quedó limpio. Al escuchar el […]

Homilía del Vi Domingo del Tiempo Ordinario

11 de febrero del 2018

“¡Sí quiero! Sana, queda limpio de la lepra” (Mc 1,42).

 

Hemos escuchado esta escena del Evangelio, en donde un leproso se acerca a Jesús pidiéndole que lo sane. Jesús le responde: “¡Sí quiero, sana!” (Mc 1,42). Y quedó limpio.

Al escuchar el Evangelio que se nos proclama como Palabra de Dios, muchas veces nos quedamos como si fuere nada más la narración de algo acontecido hace más de 2,000 años; pero la Palabra de Dios es proclamada a nosotros como algo actual. Hoy, Jesús, en efecto, nos dice a nosotros -si es que nosotros como este leproso hemos venido a pedirle algo-: ¡SÍ quiero, sana! Esa es la actitud de Jesús, Él sigue actuando en nuestro tiempo, y ésta es la gran fortaleza para el discípulo de Cristo: no peregrina solo en la vida, no está abandonado.

Por eso es interesante descubrir este tema que hoy nos presenta la Primera Lectura como la escena del Evangelio. El leproso en tiempos de Israel era una persona que estaba en automático excluida de la comunidad; por el hecho de tener lepra, tenía que abandonar la población y vivir en cuevas fuera de la ciudad o bajo árboles, no podía entrar a la ciudad; nos lo dice la Primera Lectura: “el que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descocida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: estoy contaminado, soy impuro” (Lv 13,45) solamente así podía entrar a la ciudad.

¿De qué nos habla esta legislación? De una marginación del que tenía necesidad de los otros. ¿Qué hace Jesús? Jesús lo escucha y -nos dice el Evangelio- lo toca. Estaba prohibidísimo tocar a un leproso. Hoy, hermanos, ¿cuáles son nuestras lepras? ¿Cuáles son esas actitudes y conductas que nos hacen marginar a tantos hermanos nuestros? ¿Cuál es la lepra de nuestro tiempo: la discriminación, la intolerancia…? ¿Cuáles son esas actitudes y conductas que hemos nosotros mismos practicado o vemos que otros practican?

Hoy los invito a que le pidamos a Jesús, como este leproso: Señor, Tú puedes limpiar nuestra sociedad; Tú puedes curarnos de esta lepra, de tantos que hemos marginado y los dejamos en condiciones infrahumanas. Jesús nos dice: sí quiero. En la experiencia personal vamos a ir descubriendo que la fuerza del Espíritu actúa a través de nosotros. Así se lo pedíamos en la oración con la que hemos iniciado nuestra Eucaristía: con la fe de que Dios actúa a través de nosotros. Ese es el testimonio que nos da el Apóstol Pablo en la Segunda Lectura y nos plantea un criterio muy importante para que Jesús actúe a través de nosotros. Nos dice San Pablo: “[…] yo procuro dar gusto a todos en todo sin buscar mi propio interés, sino el de los demás” (1 Co 10,33). ¿Busco el interés de los demás? Esta es la fuerza de una comunidad, en la familia, que muchas veces así lo vivimos: una madre, un padre, se preocupa de sus hijos; un hermano de su hermano, o de sus mismos padres.

Esto lo tenemos que extender para que no se quede en el seno de la familia, tenemos que hacerlo más amplio en torno a la vecindad geográfica donde vivimos, lo tenemos que hacer en los círculos de relación social o en los ambientes laborales. Tenemos siempre que realizar este criterio: buscar el interés de los demás. Porque es así como Dios entrará e intervendrá quitando nuestras lepras. De allí vendrá lo que le sucede a San Pablo: “Sean pues imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11,1). Una persona que actúa con este criterio, se convierte en un fuerte modelo de vida.

¿Cuántos de nosotros hemos tenido ese padre o esa madre que nos ha inculcado un estilo de vida, que desde niños nos han dicho: respeta a tus mayores, trata bien a las personas; salúdalas; no les tengas miedo? Se vuelve un modelo de vida, y eso es lo que nos hace falta hoy: ¡que procuremos realizarlo entre nosotros!

Hermanos, con mucha fe los invito a que en un breve momento de silencio le digamos a Jesús, desde los contextos de nuestra propia vida, las lepras que quisiéramos que nos curara.

Que Así sea.

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México.