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Homilía en la Catedral de México con motivo de la Solemnidad de Pentecostés

“El día de Pentecostés todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar” (Hch. 2,1). El acontecimiento de la venida del Espíritu Santo, prometido por Jesús antes de partir al Padre, después de haber resucitado, llega cuando están todos reunidos en un mismo lugar. Este texto de libro de los Hechos de los Apóstoles indica […]

“El día de Pentecostés todos los discípulos

estaban reunidos en un mismo lugar” (Hch. 2,1).

El acontecimiento de la venida del Espíritu Santo, prometido por Jesús antes de partir al Padre, después de haber resucitado, llega cuando están todos reunidos en un mismo lugar.

Este texto de libro de los Hechos de los Apóstoles indica este aspecto comunitario del momento tan importante en el que nace la Iglesia, dice que el Espíritu Santo fue distribuido sobre ellos, sobre todos. “Se llenaron todos del Espíritu Santo” (Hch. 2,4).

Este aspecto ofrece un primer punto de nuestra reflexión: el Espíritu Santo no es un regalo individual, no es para que cada persona lo tenga como “propio”, sino como “nuestro”.

En la Segunda Lectura (1 Cor 12,3b-7.12-13) el apóstol San Pablo recuerda la raíz con la cual el ser humano está tentado a caer constantemente en pecado. Pablo señala que el desorden egoísta interno, que existe en todos nosotros sin excepción, conduce a aspectos negativos de la convivencia social, y Pablo ofrece la lista de las obras que proceden del desorden egoísta del hombre: la lujuria, la impureza, el libertinaje, la idolatría, la brujería, las enemistades, los pleitos, las rivalidades, la ira, las rencillas, las divisiones, las discordias, las envidias, las borracheras, las orgías, y otras cosas semejantes (Ga. 5,19-21).

 

Todas estas acciones son producto del desorden egoísta; es decir, del individualismo, cuando la persona solamente piensa en sí misma y no en los demás.

De ahí la importancia del Espíritu Santo derramado a los miembros de la Iglesia, como un cuerpo: el cuerpo de Cristo. Y esto lo descubrimos cuando Pablo expresa: “los frutos del Espíritu son el amor, la alegría, la paz, la generosidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio de sí mismo (Ga. 5,22-23).

Si observamos todas estas acciones, fruto del Espíritu, necesitan de una relación positiva entre nosotros los seres humanos. ¿Quién puede ser bondadoso si no hay otro en quien se realice esa bondad? ¿Quién puede ser manso y dominarse a sí mismo si no aquél que está mirando las condiciones de vida de los otros, y los escucha y los comprende?

 

Cada una de estas acciones que son fruto del Espíritu, son resultado de relaciones positivas entre nosotros, cuando superamos el egoísmo, el individualismo, el sólo pensar en nosotros. Por eso, el Espíritu Santo lo concedió Dios, nuestro Padre, reunidos en comunidad.

El Evangelio, por su parte, indica cómo Jesús dice a sus discípulos que cuando venga este Espíritu de la Verdad, entonces entenderán muchas cosas más que no están en las enseñanzas doctrinales, sino que se advierten a partir de la experiencia de la comunidad eclesial.

 

Dice Jesús: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender, cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hasta la verdad plena” (Jn. 16, 12-13). En esta conducción del Espíritu estriba el fruto de una Iglesia, y esto se realiza a partir de la comunión y de la unidad.

Nos necesitamos para ser conducidos por el Espíritu. Nos necesitamos unos a otros para ir entendiendo lo que vivimos, en pequeñas comunidades, como puede ser la familia, los movimientos apostólicos, los grupos devocionales, los círculos de amistad, los de barrio, los que nos identifican con los otros, para ponernos en común y dejarnos conducir por relaciones positivas, a fin de llegar a estos frutos del Espíritu en medio de nosotros.

 

Hermanos, con ese ánimo que infunde el saber cómo caminar en la vida, el saber que no estamos destinados para un mundo en violencia, para un mundo que realiza cada vez con mayor intensidad la muerte de otros seres humanos, recordemos que el Espíritu de Dios está derramado, que ya está con nosotros, y depende de nosotros esta conducción del Espíritu mediante el discernimiento, mediante la escucha recíproca, mediante la puesta en común, y que surjan de nosotros todas estas inquietudes buenas que buscan el bien social.

Hoy, en Pentecostés, pidámosle al Señor que nos ayude a caminar como Iglesia para bien de nuestra sociedad, bajo la guía del Espíritu Santo. ¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México