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Homilía Domingo XVII del Tiempo Ordinario

“Lo seguía mucha gente porque había visto los signos que hacía” (Jn. 6:2) La presencia de Dios se manifestaba a través de Jesús de manera muy clara, y por ello, narra hoy el Evangelio que una gran multitud estaba siguiéndolo, quería conocerlo, quería escucharlo. Este domingo, inicia la Liturgia Dominical el capítulo sexto del Evangelio […]

  • “Lo seguía mucha gente porque había visto los signos que hacía” (Jn. 6:2)

La presencia de Dios se manifestaba a través de Jesús de manera muy clara, y por ello, narra hoy el Evangelio que una gran multitud estaba siguiéndolo, quería conocerlo, quería escucharlo.

Este domingo, inicia la Liturgia Dominical el capítulo sexto del Evangelio de San Juan. Hoy hemos escuchado el inicio, la escena de “la multiplicación de los panes”. Seguiremos, los cuatro domingos de agosto, escuchando este capítulo sexto del Evangelio de san Juan, que les recomiendo lo lean en sus casas para poder profundizar en la enseñanza que el Evangelista quiere trasmitir sobre el misterio eucarístico.

Ustedes saben que la vida cristiana se nutre, se alimenta, se fortalece a través de la Eucaristía. Y el Evangelista pretende que los discípulos de Jesús entiendan qué es lo que celebramos cuando tenemos una Eucaristía.

En esta escena, notamos primero la sensibilidad de Jesús por esta multitud que lo seguía. Dice el texto: Jesús subió al monte para poder ver a esa multitud, para poder contemplarla y dirigirse a ella (Jn. 6:4). Esta sensibilidad de Jesús por la gente que viene detrás de Él, la transmite a sus discípulos, en este caso a Felipe; pero por lo que dice el texto, se entiende que también la escucharon los demás, por la respuesta inmediata de Andrés.

Dice el texto que Jesús le dijo a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman estos?” (Jn. 6:5). La preocupación de Jesús no es simplemente: “¿qué les voy a decir, cómo les voy a hablar?”. También su preocupación es por las cosas indispensables de la vida humana, como es la alimentación. Por eso le dice a Felipe: “¿Cómo compraremos pan para que coman estos?” (Jn. 6:5). La respuesta del discípulo es clara: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo” (Jn. 6:7). Felipe le dice a Jesús, en otras palabras, que le parece imposible poder satisfacer el hambre de la multitud. Y eso es lo que quería Jesús, que Felipe cayera en la cuenta de su impotencia ante semejante necesidad.

Este es un elemento muy importante de nuestra vida humana. ¿Cuántas veces nosotros enfrentamos a una situación que nos es imposible remediar? Cada quien tiene su propia experiencia, y es entonces el momento oportuno de recurrir a Dios, como lo hacemos tantas veces al venir aquí, a visitar este recinto, a saludar y poner en manos de María de Guadalupe nuestras necesidades. Con esa confianza, de que nosotros no podemos, pero Dios sí puede.

Pero, ¿de qué manera se facilita que Dios entre en acción para remediar una situación? Veamos a continuación el texto, cuando Andrés dice a Jesús: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados, ¿pero qué es eso para tanta gente?” (Jn. 6:9). Andrés le presenta a Jesús a uno que quiere poner lo que está en sus manos. Es poca cosa para tal necesidad. Y eso es lo que tenemos que hacer también nosotros en semejante situación: poner lo que está de nuestra parte, no esperar que Dios mágicamente resuelva un problema, sino realizar lo que está en nuestras manos. Y entonces veremos la maravilla de la intervención de Dios en los acontecimientos de nuestra vida y en el remedio de nuestras necesidades.

Jesús muestra así no sólo su sensibilidad, sino que la trasmite a sus discípulos, y los discípulos, como lo vemos en el caso de Andrés, la trasmiten a los demás miembros de esta multitud. Ahora, el siguiente paso es: ¿cómo Jesús organiza a sus discípulos, y a la multitud, para que también ellos tengan la disposición de recibir y darse cuenta de que estos pocos panes y peces van a satisfacer su hambre?  Les pide que se sienten, que estén ahí tranquilos, y que compartan entre ellos su vida. Este es el segundo elemento: tener sensibilidad y entrar en relación unos con otros para compartir nuestras situaciones concretas, pero entendiendo que hay alguien más, presente en ese compartir la relaciones humanas.

Jesús finalmente bendice -es lo que hacemos en la oración- para invocar la presencia de Dios, y da la orden: “Comiencen a distribuir lo que tenemos”. El texto , pues, manifiesta -como lo narra la primera lectura de la acción profética de Eliseo- que en la distribución sucede el milagro, sucede la intervención de Dios, y alcanza para todos. La multitud no solamente satisfizo su hambre, sino que  quedaron sobrantes. Y entonces Jesús les dice: recojan los sobrantes para que no se desperdicien.

En esta primera escena, ya aplicándola a la Celebración Eucarística, tenemos un aspecto que debemos descubrir. Aquí venimos, ante María de Guadalupe, para presentarle a su Hijo nuestras inquietudes. Es importante que cuando vengamos a la Celebración Eucarística hayamos compartido antes, nuestras situaciones con quienes convivimos, para venir a la Eucaristía buscando a Jesús, quien nos hablará a través de su Palabra, de estas lecturas litúrgicas, que son parte del Evangelio, de la Palabra de Dios.

Éste es el aspecto que hoy podemos recoger, con miras a profundizar nuestra participación en la Eucaristía: saber que venimos a Jesús con nuestras situaciones, para presentárselas, para que nos ayude a poner lo que está en nuestras manos, y para poder recorrer este camino, que indica san Pablo al final de la segunda lectura, con mucha claridad: “Un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos, y vive en todos” (Ef. 4:5-16). De esa manera nos preparamos para ser una sola iglesia, una sola fe, un solo Bautismo.

Que el Señor nos ayude a ser así, buenos discípulos de Cristo, partícipes de la Eucaristía, miembros de la Iglesia. ¡Que así sea!

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México