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Homilía del XX Domingo del Tiempo Ordinario en la Catedral de Tlalnepantla

“Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado” (Pr. 9,5). Así afirma la Primera Lectura del Libro de los Proverbios (Pr. 9,1-6); se trata de una invitación que hace efectiva Jesucristo, cuando Él mismo se convierte en el Pan de la Vida. Aquí se centra la presencia real, pero […]

“Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado” (Pr. 9,5).

Así afirma la Primera Lectura del Libro de los Proverbios (Pr. 9,1-6); se trata de una invitación que hace efectiva Jesucristo, cuando Él mismo se convierte en el Pan de la Vida.

Aquí se centra la presencia real, pero sutil, incomprensible a los ojos humanos, pero a los ojos de la fe, es más que aceptado y experimentado el hecho de que Jesús está en medio de nosotros y va con cada uno de nosotros cuando comulgamos.

¿Cómo podemos profundizar en esta presencia de Cristo para provecho de cada uno de nosotros? Hoy la Palabra de Dios, una vez que hace esta invitación en la Primera Lectura, dice: “Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia” (Pr. 9,6). Esta es la primera indicación: la prudencia.

Quizás algunos simplemente entiendan la prudencia como el acto de pensar antes de actuar; sin embargo, no es eso lo más importante de esta virtud. San Pablo dice con toda claridad, en la segunda lectura, que la prudencia es la capacidad de ser sensibles, no insensatos (Ef. 5,15). El insensato es aquel que actúa sin tener en cuenta lo que está viviendo el otro, sin considerar la situación del prójimo.

El insensato es aquel que solamente mira a sí mismo y sus intereses, no tiene la sensatez, es decir, la sensibilidad de entender lo que le está pasando a su prójimo: el esposo, la esposa, los padres, los hijos, los hermanos, los vecinos o los compañeros de trabajo. El insensato solamente piensa en sí mismo, y no ve al otro.

La prudencia, en cambio, consiste en actuar, considerando en nuestras decisiones la situación de quienes nos rodean. Esta es la primera indicación que pide tanto el Libro de los Proverbios en la Primera Lectura, como San Pablo en la Segunda Lectura: generar esta sensibilidad hacia lo que está viviendo el prójimo, y de ahí vendrá la capacidad de ser prudentes.

Un segundo aspecto que señala hoy la Palabra de Dios es que no seamos irreflexivos, sino que tratemos de entender cuál es la voluntad de Dios. Nos dice: “Llénense del Espíritu Santo y expresen sus sentimientos” (Ef. 5,18). Es una segunda fase de este proceso de generar la sensibilidad. Y para ser sensibles, afirma San Pablo, es indispensable expresar nuestros sentimientos porque no podemos adivinar lo que hay en el interior del otro, y entonces es necesario dialogar con el otro; y no solamente en un diálogo entre dos, sino incluso comunitario, porque aquí la indicación está hecha en plural: “expresen”, y luego, dice: “y canten con todo el corazón” (Ef. 5,19). Esta es la segunda indicación: necesitamos compartir lo que llevamos dentro para entendernos, para no ser irreflexivos, para ser prudentes.

Y por último, dice también San Pablo, algo muy importante es dar continuamente gracias a Dios (Ef. 5,20). Nosotros sabemos que la vida no es nuestra, sino que es un regalo de Dios. Pero además, todo lo que la vida implica: tener una madre, un padre, hermanos, adquirir una casa, tener trabajo, alcanzar los satisfactores para nuestro bienestar, todo debe de ser motivo de gratitud. Y entonces nuestro corazón se alegra porque entiende hasta los más pequeños detalles y puede descubrir la mano de Dios en ellos.

Este es el paso que permitirá reconocer que, lo que dice Jesús en el Evangelio, es verdad: “Yo soy el Pan de la Vida, el que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida, y vida eterna” (Jn. 6,54).

Lo vamos a comprender porque, cuando entendemos al otro, siendo sencillos y prudentes, pensando en cómo le pueden afectar nuestras decisiones, éstas serán siempre muy positivas.

Cuando nos damos cuenta que debemos estar en relación con el Espíritu Santo, y llenarnos de él crecerá nuestra espiritualidad, y después, cuando vamos haciendo este ejercicio de descubrir a Dios en todo lo que recibimos de Él en la vida, y le agradecemos, veremos que cuando venimos a Misa y cuando comulgamos, nos llevamos al Señor Jesús, y crecerá nuestra espiritualidad de intimidad, de cercanía, de fortaleza, porque nunca nos sentiremos solos, siempre experimentaremos la presencia del Espíritu del Señor.

Por eso es tan hermoso venir a Misa, por eso es tan indispensable; no es simplemente una norma venir a Misa el domingo, es una necesidad que tenemos para crecer, para desarrollarnos, y ser auténticos miembros de la Iglesia, comunidad de discípulos de Cristo, que nos reconocemos en el partir del pan y en alimentarnos de este pan que nos da la vida para este peregrinar, y la vida eterna para compartir con Dios en el Cielo la eternidad. ¡Que así sea!

+ Carlos Cardenal Aguiar Retes
Arzobispo Primado de México