Los pobres: Las cruces del mundo moderno
Que La pedagogía de los tiempos de nuestra madre iglesia en este tiempo próximo de Pascua nos empuje para recibir la gracia de la resurrección
La lectura de la Pasión del Señor, que hemos escuchado al iniciar la Semana Santa, nos habla de un mundo que exalta, pero que después, con un corazón de memoria corta, maltrata, niega, condena y finalmente crucifica. Hoy, muchas situaciones alrededor del mundo, y casa mes de manera más cercana nos muestran cómo los pobres son condenados y por qué no decirlo, sacrificados en nombre de la productividad, la eficiencia o del discurso político del bienestar de algunos.
Durante el Domingo de Ramos, con la Comunidad de Sant’Egidio, salimos a las ciudades de todo el mundo a repartir los ramos como un gesto de paz, como un deseo de que el Señor entre también en nuestras ciudades. Al portar la rama de olivo, nos reconocemos como hombres y mujeres dispuestos a recibir al Señor, sabiendo que debemos transformar nuestro corazón y convertirnos, a la vez, en artesanos de la paz. Con gestos concretos de amor y ternura, podemos mostrar que el amor a los pobres también nos salva de vivir una vida solo para nosotros mismos que nos acerca a ser como Jesus, quien ha dicho el que quiera ser el más grande que se haga siervo de todos.
Cabe mencionar que las palmas fueron entregadas a amigos que viven en la calle, a ancianos muchas veces olvidados en asilos, a quienes están solos en casa, a niños que asisten a nuestras Escuelas de la Paz, e incluso personas en prisiones. También las entregamos a personas que quizá nunca han escuchado —o han olvidado— el significado de la entrada humilde del Señor en el Domingo de Ramos. Un gesto que nos recuerda que nuestras ciudades también necesitan dejar entrar al Señor triunfante, en medio de un mundo que cada día se ahoga en la dureza del tiempo de la fuerza.
¿Cómo tener la resistencia que el propio Pedro no tuvo, para no negar al Señor en el momento más difícil? ¿Cómo ser ese Cirineo que se preocupa por el sufriente?
Hoy, junto a la cruz y la pasión del Señor, están tantos hombres, mujeres, niños y ancianos, enfermos que son tratados con tal dureza que sus vidas se asemejan a una pasión constante: una vida de cruz, un grito de dolor que expresa, ante todo, el deseo de ser tratados con humanidad, de ser vistos, reconocidos en su dignidad, escuchados y, sobre todo, amados.
Entre las muchas enseñanzas que nos deja la Semana Santa, deseo recordar con fuerza y profundidad las palabras del Señor en su camino hacia la cruz: ¡Basta! Basta de usar la fuerza contra los demás, de sembrar confrontación, de emplear palabras que hieren. Basta de violencia. Abramos paso verdaderamente al señor, y a los pobres que nos humanizan.
Que esta Semana Santa nos ayude a renovar el corazón. Que el amor pascual del Señor —ese que nos dice que la muerte no es la última palabra y que mira siempre a la resurrección— nos anime a hacer que la fuerza, débil pero transformadora, de cada creyente nos lleve hacia las tantas cruces del mundo, para sanar el dolor de quien es descartado. Que La pedagogía de los tiempos de nuestra madre iglesia en este tiempo próximo de Pascua nos empuje para recibir la gracia de la resurrección y que esta que nos despierte el corazón para ayudar a cargar las tantas cruces del mundo moderno.
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