Cuaresma: Caminemos hacia la Esperanza
En Cuaresma, recibimos una nueva gracia de conversión, un tiempo que nos permite preparar el corazón para volver al Señor de todo corazón
Recientemente, han circulado imágenes que evocan un campo de exterminio similar a aquellos que conocemos por los relatos de la Shoá. Sin embargo, esta vez no fue Dachau o Auschwitz, sino en México, en Jalisco. Se dice que jóvenes fueron llevados con engaños o falsas promesas y reclutados para formar parte del crimen organizado, aplastando sus sueños y vidas, dejando heridas profundas no solo en ellos, sino también en quienes los rodean y en quienes desean caminar hacia un futuro diferente.
Deportaciones, exterminio, invasiones, guerras. Nos vemos cada vez más rodeados de un lenguaje violento, que se hace presente en la vida cotidiana de las personas y los pueblos. Nos enfrascan en una falsa sensación de seguridad, llevándonos a defendernos con actitudes, palabras, aranceles, muros y guerras.
En medio de las imágenes que siguen escalando en violencia por todo el mundo, llega nuevamente el tiempo de la Cuaresma, con un mensaje que, lejos de imponer fuerza, nos invita a volver al Señor de todo corazón. ¿Pero qué puede significar esto en un mundo que parece ir en una dirección contraria?
El Papa Francisco comienza su mensaje de Cuaresma con la imagen del éxodo: un pueblo en camino hacia la liberación de la esclavitud. No es casualidad que utilice esta imagen ni el poderoso mensaje que conlleva. La Cuaresma nos invita, a ti y a mí, y a toda la humanidad, a liberarnos del mal, de la envidia, de los celos, del egoísmo, de todo aquello que hiere nuestra dignidad y la de los demás. Es un llamado concreto a ponernos en movimiento, al servicio de aquellos que viven situaciones poco dignas. Nos pide que, como ejemplo, nos dejemos interpelar por la realidad y el dolor de un migrante. Y esto no se limita solo a un migrante; podemos hacerlo también con un anciano, con un enfermo, con una persona que vive en la calle, etc.
La Cuaresma, queridos lectores, es una invitación muy concreta, más allá de ritualidades —que son valiosas, claro está— pero el centro de lo que nos recuerda el Papa Francisco es la invitación a ser mejores personas, comenzando con un cambio en nuestro corazón. Y, a partir de ahí, transformar nuestras acciones hacia los pobres, y hacerlo juntos. Esto es la sinodalidad: la capacidad de caminar juntos, escuchándonos, siendo pacientes, sin excluir a nadie.
La Cuaresma que nos propone el Papa Francisco es una ruta hacia la paz. Desde la pandemia, nos recordó que no debemos sentirnos sanos en un mundo enfermo. Los síntomas de este mundo enfermo son evidentes en tanta dureza y violencia. Y aquí radica la esperanza: creer que esto puede ser diferente, que el mal no tiene la última palabra. La Cuaresma nos lleva hacia la resurrección.
En Cuaresma, recibimos una nueva gracia de conversión, un tiempo que nos permite preparar el corazón para volver al Señor de todo corazón. Oremos con firmeza por el Papa Francisco, por su salud, y sintámonos orgullosos de vivir en su tiempo de pontificado, porque nos ayuda a no sentirnos derrotados. Creo firmemente que no es casualidad que, en el año jubilar de la Esperanza, todo esto esté sucediendo, incluida la propia salud del Papa, quien es un profeta que nos llama a leer los signos de los tiempos. Así, podemos encontrar fuerza en medio de la avalancha de información negativa y guiarnos para comprender que, al igual que el pueblo de Israel, debemos emprender el éxodo hacia la liberación de nuestro mundo.
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