Page 36 - Impreso
P. 36

 página 8
L’OSSERVATORE ROMANO
domingo 6 de febrero de 2022
 VIENE DE LA PÁGINA 7
mo hermano y sentir que “todo lo que hicie- reis a uno de éstos a mí lo hicisteis”. Una doc- trina social que ojalá la conocieran los movi- mientos sensibilizados en cuestión social. No se expondrían a fracasos, o miopismo, a una miopía que no hace ver más que las cosas tem- porales, estructuras del tiempo. Y mientras no se viva una conversión en el corazón, una doctrina que se ilumina por la fe para organi- zar la vida según el corazón de Dios, todo será endeble, revolucionario, pasajero, violento. Ninguna de esas cosas son cristianas, sino lo que se anima es la verdadera doctrina que la Iglesia propone a los hombres. ¡Qué ilumina- do estaría el mundo si todos pusieran a la base de su acción social, a la base de su existencia, de sus compromisos concretos, en
ce: Una motivación de amor.
Una motivación de amor. Hermanos, aquí no debe palpitar ningún sentimiento de vengan- za.
Aquí no grita un revanchismo, como dije- ron ayer los obispos. Son los intereses de Dios, que nos manda amarlo sobre todas las cosas y nos manda amarlos a los otros como a nosotros mismos. Y si es cierto que hemos pe- dido a las autoridades que diluciden este cri- men; que ellos tienen en sus manos los instru- mentos de la justicia en el país y tienen que aclararlo.
No estamos acusando a nadie. No estamos emitiendo juicios adelantados. Esperamos la voz de una justicia imparcial porque en la mo- tivación del amor no puede estar ausente la justicia. No puede haber verdadera paz y ver-
enemigos, los que se le quieren declarar; pero ella los ama y muere como Cristo: “Perdóna- los, Padre, porque no saben lo que hacen”. El amor del Señor inspira la acción de Rutilio Grande. Queridos sacerdotes, recojamos esta herencia precisa.
Quienes lo escuchamos, quienes compar- timos los ideales del Padre Rutilio, sabemos que es incapaz de predicar el odio, que es in- capaz de azuzar la violencia.
El Padre Rutilio, quizá por eso Dios lo esco- gió para este martirio, porque los que le cono- cimos, los que lo conocieron, saben que jamás de sus labios salió un llamado a la violencia, al odio, a la venganza. Murió amando, y sin du- da que cuando sintió primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo también: “Perdónalos, Padre, no saben, no
  sus mismas atracciones políticas,
en sus mismos quehaceres comer-
ciales, la doctrina social de la Igle-
sia! Era eso lo que predicó el Padre
Rutilio Grande; y porque muchas
veces es incomprendida hasta el
asesinato, por eso murió el Padre
Rutilio Grande. Una doctrina so-
cial de la Iglesia que se le confun-
dió con una doctrina política que
estorba al mundo: Una doctrina
social de la Iglesia, que se le quiere
calumniar, como subversión, co-
mo otras cosas que están muy lejos
de la prudencia que la doctrina de
la Iglesia pone a la base de la existencia. Queridos hermanos sacerdotes, este mensaje del Padre Rutilio Grande es sumamente gran- de para nosotros. Recojámoslo y a la luz de esa doctrina y de esa fe, trabajemos unidos. No nos desunamos con ideologías avanzada- mente peligrosas, con ideologías inspiradas no en la fe en el Evangelio. Demos a nuestra doctrina, a nuestra actuación de buenos sa- maritanos, de predicadores del mandamiento de Cristo, esta iluminación que la Iglesia, de- positaria de la fe, como dijeron ayer en su mensaje los obispos de El Salvador, está tra- tando de actualizar en estos momentos miste- riosos, convulsivos, de nuestra república.
Yo me alegro, queridos sacerdotes, que entre los frutos de esta muerte que lloramos y de otras circunstancias difíciles de momento, el clero se apiña con su obispo y los fieles com- prenden que hay una iluminación de fe que nos va conduciendo por caminos muy distin- tos de otras ideologías, que no son de la Igle- sia, para sembrar lo tercero que la Iglesia ofre-
han comprendido mi mensaje de amor”. Queridos hermanos, en nombre de la Arquidiócesis, quiero agradecer a estos colaboradores de la liberación cristiana, al Padre Grande y a sus dos compañeros de peregrinación a la eternidad, que es- tén dando a esta reunión de Iglesia, con todo nuestro querido presbite- rio y sacerdotes de otras diócesis, en unión con el Santo Padre, presente aquí en su señor nuncio, nos están dando la dimensión verdadera de nuestra misión. No lo olvidemos. Somos una Iglesia peregrina, ex- puesta a la incomprensión, a la per-
secución; pero una Iglesia que camina serena porque lleva esa fuerza del amor.
Hermanos, salvadoreños, cuando en estas en- crucijadas de la Patria, parece que no hay so- lución y se quisieran buscar medios de violen- cias, yo les digo, hermanos: Bendito sea Dios que en la muerte del Padre Grande la Iglesia está diciendo: Sí hay solución, la solución es el amor, la solución es la fe, la solución es sen- tir la Iglesia no como enemiga, la Iglesia co- mo el círculo donde Dios se quiere encontrar con los hombres.
Comprendamos esta Iglesia, inspirémonos en este amor, vivamos esta fe y les aseguro que hay solución para nuestros grandes proble- mas sociales.
Esto quiero agradecer también como arzobis- po a todos los que trabajan en esta línea de la iglesia, iluminadores de fe, animadores de amor, prudentes con la doctrina social de la Iglesia. Gracias, queridos hermanos, todos los que nos acompañan en esta hora de do- lor.
El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama, y es significativo que mientras el Padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado
 dadero amor sobre bases de injusticia, de vio- lencias, de intrigas.
El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande en su muerte, con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia; muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama, y es significativo que mientras el Padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado.
Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos, no una inspiración revolucio- naria, sino una inspiración de amor y precisa- mente porque es amor lo que nos inspira, her- manos. ¿Quién sabe si las manos criminales que cayeron ya en la excomunión están escu- chando en un radio allá en su escondrijo, en su conciencia, esta palabra?. Queremos decir- les, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento pa- ra sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos. Solamente son





























































   32   33   34   35   36