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L’OSSERVATORE ROMANO
domingo 6 de febrero de 2022
 VIENE DE LA PÁGINA 5
logo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no conformarnos con lo primero que en- contramos” —como enseñan los profesio- nales expertos— asegura fiabilidad y serie- dad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutua- mente, también en la Iglesia, entre herma- nos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siem- pre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces.
Pero, ¿por qué afrontar el esfuerzo que re- quiere la escucha?
Un gran diplomático de la Santa Sede, el cardenal Agostino Casaroli, hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las nego- ciaciones con los interlocutores más difíci- les, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de limitación de la libertad.
Pero también en situaciones menos di- fíciles, la escucha requiere siempre la vir- tud de la paciencia, junto con la capaci- dad de dejarse sorprender por la verdad — aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad— de la persona que estamos escu- chando. Sólo el asombro permite el cono- cimiento. Me refiero a la curiosidad infi- nita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos.
Escuchar con esta disposición de áni- mo —el asombro del niño con la conscien- cia de un adulto— es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aun- que sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida.
La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo heri- do por la larga pandemia. Mucha descon- fianza acumulada precedentemente hacia la “información oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información.
Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas. También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y na- die tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios so-
bre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Mu- chos buenos periodistas ya lo hacen.
Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas histo- rias! Después, cada uno será libre de sos- tener las políticas migratorias que consi- dere más adecuadas para su país.
Pero, en cualquier caso, ante nuestros
tante es “el apostolado del oído”. Escu- char antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para ha- blar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las per- sonas es el primer gesto de caridad. Hace poco ha comenzado un proceso si- nodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca.
La comunión no es el resultado de es- trategias y pro-
  Estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la vida civil. Al mismo tiempo, la escucha está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a través de las diversas ofertas de podcast y chat audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana
gramas, sino que se edifica en la escucha recípro- ca entre herma- nos y hermanas.
Como en un coro, la unidad no requiere uni- formidad, mono- tonía, sino plura- lidad y variedad de voces, polifo- nía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la ar-
 ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de per- sonas concretas, miradas, esperanzas, su- frimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.
Escucharse en la Iglesia
También en la Iglesia hay mucha necesi- dad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que pode- mos ofrecernos los unos a los otros. No- sotros los cristianos olvidamos que el ser- vicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a partici- par.
«Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de D ios» [4]. El teólogo protestante D ietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en escucharlos.
Quien no sabe escuchar al hermano,
pronto será incapaz de escuchar a Dios [5].
En la acción pastoral, la obra más impor-
monía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realiza- ción depende de la sinfonía de todas y ca- da una de las voces.
Conscientes de participar en una comu- nión que nos precede y nos incluye, pode- mos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su pro- pia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone.
Roma, San Juan de Letrán, 24 de ene- ro de 2022, Memoria de san Francisco de Sales.
[1] «Nolite habere cor in auribus, sed aures in corde» (Sermo 380, 1: Nuova Biblioteca Agostiniana 34, 568).
[2] Carta a toda la Orden: Fuentes Franciscanas, 216.
[3] Cf. The life of dialogue, en J. D. Roslansky ed., Communication. A discussion at the Nobel Conference, North-Holland Publishing Company – Amsterdam 1969, 89-108.
[4] D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Sígue- me, Salamanca 2003, 92.
[5] Cf. ibíd., 90-91.

































































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