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 domingo 6 de febrero de 2022
L’OSSERVATORE ROMANO
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  Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha.
El Señor llama explícitamente al hom- bre a una alianza de amor, para que pue- da llegar a ser plenamente lo que es: ima- gen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una di- mensión del amor.
Por eso Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la forma en que escu- chan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de salva- ción quien acoge la Palabra con el cora- zón “bien dispuesto y bueno” y la custo- dia fielmente (cf. Lc 8,15).
Sólo prestando atención a quién escu- chamos, qué escuchamos y cómo escucha- mos podemos crecer en el arte de comu- nicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 171).
Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física.
La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón.
El rey Salomón, a pesar de ser muy jo- ven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón ca- paz de escuchar» ( 1 Re 3,9).
Y san Agustín invitaba a escuchar con el corazón (corde audire), a acoger las pa- labras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón: «No ten- gan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón» [1]. Y san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón» [2].
La primera escucha que hay que redescu- brir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona.
Y no podemos sino escuchar lo que
nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.
La escucha como condición de la buena comunicación
Existe un uso del oído que no es verdade- ra escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agu- dizado, es la de escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés.
Por el contrario, lo que hace la comu- nicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.
Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escuchar- nos a nosotros mismos.
Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al públi- co con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que pres-
ta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la compleji- dad de la realidad. Es triste cuando, tam- bién en la Iglesia, se forman bandos ideo- lógicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.
En realidad, en muchos de nuestros diálo- gos no nos comunicamos en absoluto.
Estamos simplemente esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista.
En estas situaciones, como señala el fi- lósofo Abraham Kaplan [3], el diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cam- bio, tanto el tú como el yo están “en sa- lida”, tienden el uno hacia el otro. Escuchar es, por tanto, el primer e indis- pensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de es- cuchar.
Para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo.
Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.
En efecto, solamente si se sale del monó-
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