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 domingo 6 de febrero de 2022 L’OSSERVATORE ROMANO página 7
  Dos días después del asesinato del padre Grande, de So- lórzano y de Lemus, el entonces arzobispo de San Salva- dor, san Óscar Romero, que más tarde sería asesinado, celebró en la catedral los funerales en presencia de 150 sacerdotes y frente a cerca de cien mil personas proceden- tes de todo el estado. Publicamos, a continuación algu- nos pasajes de la homilía de monseñor Romero.
Excelentísimo representante de su Santidad, el Papa, queridos hermanos obispos, sacerdo- tes y fieles.
Pocas veces, como en esta mañana, me parece la Catedral el signo de la Iglesia universal. Es aquí la convergencia de toda la rica pastoral de una Iglesia particular que engarza con la pastoral de todas las diócesis y de todo el mundo, y sentimos entonces que la presencia no sólo de los vivos, sino de estos tres muer- tos, le dan a esta figura de la Iglesia su pers- pectiva abierta al Absoluto, al Infinito, al más allá: Iglesia universal, Iglesia más allá de la historia, Iglesia más allá de la vida humana. Si fuera un funeral sencillo hablaría aquí —queridos hermanos— de unas relaciones hu- manas y personales con el Padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida él es- tuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para recoger de ese cadá- ver un mensaje para todos nosotros que segui- mos peregrinando.
El mensaje quiero tomarlo de las palabras mismas del Papa, presente aquí en su repre- sentante, el señor nuncio, a quien agradezco porque le dá a nuestra figura de Iglesia ese sentido de unidad que ahora lo estoy sintien- do en la Arquidiócesis, en estas horas trági- cas; ese sentido de unidad, como un floreci- miento rápido de estos sacrificios que la Igle- sia está ofreciendo.
El mensaje de Paulo VI, cuando nos habla de la evangelización, nos da la pauta para com- prender a Rutilio Grande. “¿Qué aporta la Iglesia a esta lucha universal por la liberación de tanta miseria?”. Y el Papa recuerda que en el Sínodo de 1974 las voces de los obispos de todo el mundo, representadas principalmente en aquellos obispos del tercer mundo, clama- ban: “La angustia de estos pueblos con ham- bre, en miseria, marginados”. Y la Iglesia no
puede estar ausente en esa lucha de libera- ción; pero su presencia en esa lucha por levan- tar, por dignificar al hombre, tiene que ser un mensaje, una presencia muy original, una pre- sencia que el mundo no podrá comprender, pero que lleva el germen, la potencia de la vic- toria, del éxito. El Papa dice: “La Iglesia ofre- ce esta lucha liberadora del mundo, hombres liberadores, pero a los cuales les da una inspi- ración de fe, una doctrina social que está a la base de su prudencia y de su existencia para traducirse en compromisos concretos y sobre todo una motivación de amor, de amor frater- nal”.
Esta es la liberación de la Iglesia. Por eso dice el Papa: “No puede confundirse con otros movimientos liberadores sin horizontes ultra- terrenos, sin horizontes espirituales”. Ante to- do, una inspiración de fe, y esto es el Padre Rutilio Grande: un sacerdote, un cristiano que en su bautismo y en su ordenación sacer- dotal ha hecho una profesión de fe: “Creo en Dios Padre revelado por Cristo su Hijo, que nos ama y que nos invita al amor. Creo en una Iglesia que es signo de esa presencia del amor de Dios en el mundo, donde los hombres se dan la mano y se encuentran como hermanos. Una iluminación de fe que hace distinguir cualquier liberación de tipo político, econó- mico, terrenal que no pasa más allá de ideolo- gías, de intereses y de cosas que se quedan en
la tierra”.
Jamás, hermanos, a ninguno de los aquí pre- sentes se le vaya a ocurrir que esta concentra- ción en torno del Padre Grande tiene un sa- bor político, un sabor sociológico o económi- co; de ninguna manera, es una reunión de fe. Una fe que a través de su cadáver muerto en la esperanza, se abre a horizontes eternos.
La liberación que el Padre Grande predicaba, es inspirada por la fe, una fe que nos habla de una vida eterna, una fe que ahora él con su rostro levantado al cielo, acompañado de dos campesinos, la ofrece en su totalidad, en su perfección: la liberación que termina en la fe- licidad en Dios; la liberación que arranca del arrepentimiento del pecado, la liberación que apoya en Cristo, la única fuerza salvadora; es- ta, es la liberación que Rutilio Grande ha pre- dicado, y por eso ha vivido el mensaje de la Iglesia. Nos da hombres liberadores con una inspiración de fe, y junto a esa inspiración de fe. En segundo lugar, hombres que ponen a la base de su prudencia y de su existencia, una doctrina: La doctrina social de la Iglesia; la doctrina social de la Iglesia que les dice a los hombres que la religión cristiana no es un sen- tido solamente horizontal, espiritualista, olvi- dándose de la miseria que lo rodea. Es un mi- rar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo co-
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La homilía por los funerales
La solución y el amor
 




















































































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