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COLUMNA

La voz del Obispo

Valorar, cuidar y aprender de nuestros adultos mayores

Sería deseable que uno de los frutos del jubileo de la esperanza que estamos viviendo como Iglesia, sea la mayor valoración y respeto de nuestros ancianos

20 agosto, 2025

En varios de sus mensajes, el Papa Francisco nos recordó que los ancianos son un tesoro, una bendición y una luz indispensable para el presente y el futuro de la humanidad, pues ellos, infinitamente valiosos en primer lugar por ser personas, representan y encarnan las raíces, los cimientos y la memoria histórica de las familias, de las culturas y de la sociedad.

Normalmente, en la ancianidad, el ser humano cuenta con una amplia experiencia de la vida, con un conjunto de vivencias interiorizadas, decantadas y asimiladas que le otorgan una visión panorámica y sintética de la realidad y de la vida, lo cual les permite descubrir lo más valioso, significativo y decisivo de la existencia, contar con una sabiduría del corazón que les posibilita descubrir, encarnar y dar testimonio de los más altos valores humanos y religiosos. Así lo expresó recientemente el Papa León XIV en su mensaje con ocasión de la V jornada mundial de los abuelos y de los ancianos (27-VII-2025):

[Ciertamente] la fragilidad de los ancianos necesita del vigor de los jóvenes, [pero] también es verdad que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir. ¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia.

No en vano muchos de nuestros ancianos son grandes maestros y baluartes en la fe para las nuevas generaciones, pues las experiencias que han vivido y la mirada atenta al actuar de Dios en su camino, les han permitido fortalecer su vida espiritual.

Resulta significativo que en muchas culturas de la humanidad, también entre nuestros antepasados indígenas, los ancianos eran considerados sabios y venerables, pues encarnaban las raíces, la memoria histórica, la identidad, la autoridad, las tradiciones, la verdad del ser humano y del pueblo.

Si bien en México, seguimos valorando y cuidando con especial atención a nuestros abuelos y adultos mayores, no faltan expresiones de descarte, marginación y maltrato físico y psicológico hacia ellos, fruto no solo de tensiones y conflictos en algunas familias, sino también de una cultura del descarte y el pragmatismo que va ganando cada vez más terreno.

Por ello, sería deseable que uno de los frutos del jubileo de la esperanza que estamos viviendo como Iglesia, sea la mayor valoración y respeto de nuestros ancianos, una escucha más atenta de la sabiduría que Dios nos transmite por medio de ellos y una integración más decidida de ellos en los procesos evangelizadores, en sintonía con lo que san Juan Pablo II escribió en 1999 en una carta dirigida a los ancianos:

La comunidad cristiana puede recibir mucho de la serena presencia de quienes son de edad avanzada […] sobre todo, en la evangelización, pues su eficacia no depende principalmente de la eficiencia operativa. ¡En cuántas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe! ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono!

Aún cuando en Roma ya se ha celebrado el jubileo de los abuelos y los adultos mayores, nuestra Arquidiócesis orará especialmente por ellos el próximo 30 de agosto en la Misa de 12:00 del día en la Basílica de Guadalupe. Que dicha celebración nos lleve a fortalecer nuestro respeto, amor, gratitud y cuidado por nuestros ancianos, especialmente de los más cercanos, y a contribuir con nuestro afecto, solidaridad y compromiso operante, a mejorar la calidad de vida de aquellos que viven soledad, abandono y descarte.

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