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COLUMNA

La voz del Obispo

Sé amable

La amabilidad transforma el ambiente hostil ya que percibir a los demás de manera positiva impulsa a colaborar

3 junio, 2024
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Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999. 

La amabilidad es un don que nos hace falta mostrar en la sociedad. El concepto de amabilidad viene del latín amabilitas, que significa la “cualidad de poder inspirar o merecer amor”, y amable en sí mismo se traduce como “que merece ser amado”. Ser amables, por lo tanto, con el sufijo ble contiene la posibilidad de que nos amen si amamos. La evidencia nos muestra que cuando usamos estas técnicas permite escuchar las propias emociones, validándolas y dándonos la posibilidad de canalizar y conducir de mejor manera otras emociones humanas como la rabia y la tristeza. Así, ser amables nos enseña a amarnos y es sustentable. Ser amables por tanto nos prepara para la paz y para construir comunidad, no para destruirla.

Una persona amable posee empatía, humildad (abstenerse engreídos), paciencia, generosidad, respeto y, muy  importante, el autocontrol emocional.  La amabilidad nos hace reaccionar ante la adversidad con la respuesta de cuidar y proteger frente impulso de supervivencia de luchar o huir.

Cuando somos amables dejamos de estar centrados en nuestras propias historias, dolores o alegrías, tan narcisista es una cosa como la otra, ya sea por exceso de gozo o de dolor, invisibilizando al otro, al mundo, a lo que no soy yo “y mis cosas”.

Algunos sólo se sienten fuertes sacando el dragón que llevan dentro y confunden amabilidad con debilidad. Ser amable no es ser tonto. También poseemos el gen de la autoprotección. Cuando trabajamos ante una persona abusiva o malhumorada en esta situación debemos aclararle que no debemos permitir que te trate mal a nadie. No debemos enfermarnos de “buenismo”, es tan dañino como estar todo el día enfadado.

La amabilidad transforma el ambiente hostil ya que percibir a los demás de manera positiva impulsa a colaborar. Nos hace más atractivos, coherentes y productivos en nuestra vocación. La amabilidad sana es contagiosa y un elemento crucial en el liderazgo.

Este don pertenece al grupo de las fortalezas de humanidad, junto con el amor (la capacidad de amar y ser amado) y la inteligencia social (saber relacionarse con los demás). Implican cuidar y dar cariño, sin descuidarnos a nosotros mismos. La amabilidad es dar valor a las personas y eliminar las fronteras de nacimiento y religión. Desde 1997, se celebra -cada 13 de noviembre- el Día Mundial de la Amabilidad para animar a todo el mundo a tratarse con benevolencia. Todos tenemos un gen amable. Los expertos en conducta infantil afirman que los niños de tan sólo seis meses ya están preparados para ayudar y elegir conductas altruistas hacia sus iguales.



El Papa Francisco en Fratelli Tutti nos invita a recuperar la amabilidad: “La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices. Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos. El cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes” (n. 224).

Recuperemos la amabilidad, con los cercanos, con los de “casa”, con los amigos. Como si el hecho de querer a alguien o saber que te quiere nos diera carta libre para hablar con cualquier tono de voz, para utilizar las palabras sin pensar el efecto que van a tener en quien me escucha, para no tomar la iniciativa con una sonrisa, una caricia o un silencio compartido. No habrá cultura del cuidado si no priorizamos este milagro de la amabilidad cotidiana: un guiño cercano al amigo que pasa un momento de dificultad, un rato de escucha a quien nos espera al llegar cansados a casa en vez de ponerme a ver la tele, una mirada apacible en el trabajo con quien se ha equivocado en lugar del reproche frío y calculador, elegir fiarnos en lugar de juzgar, acompañar en lugar de corregir por adelantado, dialogar aunque discutamos en vez de decidir por mi cuenta lo que afecta a los dos, …

Dinamita una cultura del cuidado que subamos a un bus o entremos en una tienda o un cine y no miremos a los ojos ni saludemos, limitándonos a lograr lo que queremos: un ticket, un libro, 100 gr de jamón… Es cruel (inhumano) que entremos en un restaurante o en una biblioteca o en un portal y no reparemos en quien está haciendo su trabajo, limpiando, por ejemplo, como si fuera parte del mobiliario. O aparcar el coche ocupando dos espacios por el simple hecho de hacerlo con prisa y sin pensar en los demás. O no dignarse a un “perdón” cuando pisas sin querer a alguien en un espacio abarrotado. Ni un “gracias” a cualquiera en cualquier situación, dando por hecho “que es su trabajo”, “lo he pagado”, “no tengo por qué agradecer lo que es su obligación” … Sí, detalles muy pequeños, cierto. Pero van cargando una manera de estar en el mundo y una manera de ser tratados que se nos queda pegada por dentro.

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Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999. 

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