El Jubileo de la Esperanza
La solidaridad se convierte en un signo de esperanza ante las penurias, los actos de clemencia, de liberación, de reinserción proclaman un Año de gracia para quienes han delinquido y requieren una nueva oportunidad.
Con la bula de convocatoria Spes non confundit (La esperanza no defrauda) el Papa Francisco nos invita a un Jubileo que conmemora 2025 años de la Encarnación del Hijo de Dios, el santo Padre desea que este Jubileo tenga como objetivo que cada cristiano tenga un encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, puerta de salvación y a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar como “nuestra esperanza”. Quiere el santo Padre que el Jubileo sea para los desanimados, para los que miran el futuro con escepticismo y pesimismo ocasión de reavivar la esperanza, esperanza que encuentra sus razones en la palabra de Dios, pues ella da fe de cómo Cristo no permite que nada, ni nadie nos separe de su amor (Rm 8,35). La esperanza cristiana no cede ante las dificultades porque sabe que el amor es constante y la constancia produce la virtud. Por ello, ante las tribulaciones, incomprensiones y persecuciones san Pablo ha anunciado el Evangelio, ante todas estas situaciones adversas no se ha detenido obteniendo su fuerza de la cruz y resurrección de Cristo. Es la esperanza en la resurrección la que lo ha llevado a vivir la paciencia mientras dura la tribulación. Es la paciencia la que lleva a vivir con perseverancia y confianza mientras duran las tribulaciones, pero es la la esperanza de alcanzar las promesas de Dios las que finalmente sostienen todas estas virtudes que hemos ido mencionando.
La paciencia, que es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud, y más aún, como estilo de vida. Por ello, el santo Padre, nos invita a aprender a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.
El camino de la esperanza está enmarcado también por el sentido de la vida y es el Jubileo una gran ocasión para preguntarnos a dónde se dirige nuestra vida, ¿cuáles son las metas últimas de nuestra existencia humana o de nuestra vida cristiana? Todo ello implicará reorientar la vida, convertir la vida, y en este sentido, la experiencia de rectificar, la experiencia de corregir o enmendar la vida nos introduce al tema del perdón, el perdón de Dios y el perdón del prójimo. La reconciliación con Dios y con el prójimo restaura las relaciones fundamentales del ser humano, lo sitúa y lo reorienta en la vida.
Los centros donde se ofrecerá la posibilidad de ganar la Indulgencia plenaria del Jubileo serán un oasis para revitalizar la fe y beber de los manantiales de la esperanza, sobre todo acercándose al sacramento de la Reconciliación punto de partida para un verdadero camino de conversión.
Se propone en la bula de convocatoria para el Jubileo que los recorridos de la Iglesia elegida hacia la catedral o las Iglesias donde haya un pórtico jubilar sean auténticas peregrinaciones que signifiquen el camino de esperanza, que iluminados por la palabra de Dios unan a los creyentes en su camino. Esos caminos han de ser signos de la peregrinación por esta vida en la que el trabajo por la paz suscita la esperanza de alcanzar la anhelada victoria sobre la guerra; es un signo en la peregrinación de esta vida el nacimiento de los niños como fruto del amor fecundo que produce la esperanza en cada ser humano que nace a la vida. Las alianzas y la comunión entre los individuos produce esperanza ante el individualismo y la soledad. La solidaridad se convierte en un signo de esperanza ante las penurias, los actos de clemencia, de liberación, de reinserción proclaman un Año de gracia para quienes han delinquido y requieren una nueva oportunidad.
Los jóvenes sí son signos de esperanza cuando se enlistan como voluntarios ante catástrofes, pero ellos mismos requieren ver signos de esperanza y por ello el Jubileo ha de darles nuevas razones para seguir esperando como por ejemplo el que sientan la cercanía y el aprecio de las generaciones que los preceden.
Los migrantes con su esperanza de un futuro mejor han de sentir la acogida que valora su dignidad y los acompaña en su arduo camino hacia horizontes muchas veces inciertos.
Los ancianos ante su soledad y abandono han de experimentar que las generaciones que les suceden valoran el tesoro de su experiencia y sabiduría, han de experimentar comprensión y aliento, a fin de animarlos a continuar transmitiendo la fe y los valores, entre ellos la esperanza, que se convierte en sentido que ilumina la vida, en un anuncio de las últimas realidades, en motivos para experimentar en la vida, a pesar de todas sus dificultades y contradicciones, que la vida merece ser vivida de la mano de Jesucristo, porque en el está nuestra esperanza y la esperanza no defrauda.
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