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Diálogo, encuentro y amor

El diálogo, en su esencia, está basado en el amor. Es la corriente que fluye entre las personas y crea un significado compartido que fortalece los vínculos.

3 diciembre, 2024

El diálogo hace posible la presencia de una corriente de significado que fluye entre personas, en el seno de un grupo. A partir del significado puede emerger una nueva comprensión, que no existía en el momento de partida. Este significado compartido es el aglutinante, el cemento, el pegamento que sostiene los vínculos entre las personas.

El dialogo tiene que ver con el enriquecimiento mutuo, con la construcción de vínculos, con el acompañamiento entre personas. El diálogo es así el entendimiento, la compresión, la inteligencia que aplicada a la realidad conoce con verdad para el bien y en la belleza.

El diálogo solo aparece cuando se cumplen sus condiciones:  reconocimiento del valor de la otra persona, respeto a su dignidad y elaboración del aprecio. Cuando el otro resulta ser interesante por sí mismo. A contrario sensu lo que impide el diálogo es tratar a las personas como medios, utilizarlas para conseguir intereses auto-referenciales, hacer acepción de personas discriminando y desvalorizando.

Las conversaciones basadas en la jerarquía, en la cadena de mando, en las indicaciones son simples correas de transmisión, que dejan fuera a las personas porque las reducen a fichas que se mueven en el tablero. Por ello el diálogo va más allá de la emisión de palabras, supone de alguna manera el hacerse cargo, el entender, el vincularse con el otro, y ello conlleva el amor.

Más allá de la empatía o la afinidad

Lo que destaca a la persona, lo que la reafirma, lo que la acrecienta es el amor. Amar no es una cuestión de afinidad o empatía. Amar lleva a una unión espiritual, que produce respeto, conexión y libertad en las relaciones entre personas.

La cortesía, las buenas maneras, la delicadeza en el trato o los formalismos estereotipados si no tienen como finalidad primaria el bien ser de la persona, resultan arrogantes y estrafalarios. Modos de una hipocresía refinada, que traiciona la antropofilia. La cortesía que es fruto del amor, resulta estimable. Sin el amor redunda en pura formalidad vacía.

Lo que hace posible el diálogo es el amor. El ser humano vive del amor, en el amor y para el amor (con todas las dificultades que pueda entrañar). El yo no se desdobla, sino que su esencia es la intimidad de una riqueza que tiende a comunicarse, a entregarse, a otorgarse.

El amor es la voluntad firme y constante de buscar el bien de la otra persona o de las otras personas. El amor lleva a comunicar la propia esencia: lo que nos hace ser valiosos a cada una y cada uno de nosotros. No es simplemente entregar cosas materiales que son necesarias, es darse en un apoyo que involucra la propia la existencia.

Actuar así es una forma divina de comportamiento para el ser humano. Porque Dios es amor. Amor puro, transparente, incondicional, total, completo e irrefrenable.  El amor se desborda y lo llena todo de bondad. El amor no es pretensioso, no es exhibicionista, no tiene el vano deseo de la autoafirmación. El amor es seguro, fuerte y rico y por ello se despliega a la manera de la que solo Dios es capaz.

Querer, querer, querer

Diversas y variadas son las formas del amor. Desde el amor de amistad hasta el conyugal, del paterno filial al que se debe a la patria, a la familia, a las comunidades o las instituciones. Cada uno tiene sus exigencias, manifestaciones y presupuestos propios. Pero todos tienen en común la búsqueda del bien del otro, de los otros que nos son próximos, en virtud de las relaciones que generan los vínculos humanos.  

Para Aristóteles, el amor es la voluntad de querer para alguien lo que se piensa que es bueno. El amor es la decisión de la voluntad de querer, querer, querer. Si no me decido a querer – si tu y yo no nos decidimos-, no voy -no vamos- a querer nunca.

Tomás de Aquino dirá que es el primer movimiento de la voluntad, porque el acto de la voluntad tiende siempre hacia el bien, como a su objeto propio. Todo lo que se quiere, se quiere porque es bueno. La libertad busca los fines que puedan realizarla. El fin tiene razón de bien, porque todo lo que se desea, se busca y se persigue, se quiere en cuanto que es bueno.

En la amistad se ve esclarecida la dinámica del amor, porque los amigos quieren el bien del otro mutuamente. Se quieren y quieren las mismas cosas. Y esto produce la alegría, el gozo, la felicidad. El amigo es quien se alegra con los bienes de su amigo o de su amiga, y se entristece con sus penas. Ello abre el cause humano a la emoción, al sentimiento y la pasión.

El amor, que es la búsqueda del bien del otro, se deleita en el otro y en su bien. Exhala felicidad, alegría, complacencia. El amor es el sentimiento más intenso y poderoso del ser humano. Es una fuerza vital que, paradójicamente, parte de la propia indigencia o insuficiencia y necesita y busca el encuentro y la unión con otro ser.

El amor es apertura, es complementariedad, es reciprocidad -en función de los diversos tipos de amor- hacia las otras personas que nos atraen, solicitan o cautivan. El amor -y su vehículo el diálogo- nos completa. Genera unidad, alegría, creatividad, innovación y energía para emprender y convivir.

 



Autor

Felipe Mario González. Doctor en Derecho por la Universidad de Navarra. Presidente Ejecutivo del Centro de Gobernabilidad e Innovación (CeGI). Profesor Emérito del IPADE Business School. Miembro de la Junta de Gobierno de la U. Panamericana. Profesor invitado del Colegio de Defensa Nacional; IBERGOP Escuela de Administración Pública; Instituto Nacional de Administración Pública (INAP); PAD (Lima); IESE (Barcelona); AESE (Lisboa); INALDE (Bogotá); IAE (Buenos Aires); International Management Program (Miami); La Trobe University (Melbourne); Regents’s University (Londres). Universidad Politécnica de Valencia.