Qué curiosa la forma en que las fiestas se adelantan. Apenas habíamos puesto el pan de muerto en el altar cuando me apareció la noticia de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación mexicana estaba proponiendo prohibir la colocación de signos religiosos (nacimientos) en espacios públicos con financiamiento público.
Afortunadamente, la discusión del proyecto fue pospuesta, lo cual nos da la oportunidad de poner algunas cosas sobre la mesa -o de levantar el pan de muerto del altar- y de comenzar en paz el adviento, pero antes de hacerlo, creo que es necesario recordar que se trata de un asunto sumamente delicado. Se tocan temas que merecen ser discutidos con atención y entendimiento, como lo haría un verdadero integrante de la iglesia universal que es la católica. Ojalá este corto y ameno texto ayude a ese propósito.
Se ha llamado “Proyecto Grinch” al Amparo en Revisión 216/2022 y versa sobre la laicidad del estado. Creo que podemos coincidir en que un estado democrático debe ser precisamente eso: laico. Esto quiere decir, en efecto,que el estado no puede presidir como ministro de algún culto y así imponer alguna religión oficial, sin embargo, también detecto un primer posible desacuerdo en la definición. La laicidad busca que exista un respeto entre distintas creencias, más no debería buscar el ateísmo del Estado o que sea arreligioso. Basta con ver la imagen del grito de la independencia de México para notar el primer gran símbolo constituyente de la nación mexicana y tropiezo para los argumentos antes planteados: el cura Hidalgo. ¿Se cae en el mismo supuesto cada vez que se teatraliza el grito?¿El estado debería abstenerse de promoverlo en los billetes junto con Morelos o Sor Juana Inés de la Cruz?
Con esto se puede abordar el tema de la identidad mexicana, atendido por el ministro Alcántara en su proyecto. Se mencionan otros ejemplos como el del Himno Nacional o la catedral metropolitana, pero ellos son exentos de crítica en tanto “responden a una cultura social”, se encuentran “institucionalizados” en el contexto histórico y por ello forman parte del patrimonio cultural del país. Dicho en pocas palabras, esas manifestaciones gozan del privilegio de ser apreciadas como obras de arte, y como tales no son impositivas. Hasta cierto punto, estos son argumentos poderosos. Sin embargo, quisiera contrastar este hecho con otro caso que le da una dimensión totalmente diferente al problema.
En el año 2013, una feminista de nombre Eloïse Bouton entró en un templo católico de París. Con el torso desnudo, pintado “se canceló la navidad” en su espalda y portando símbolos religiosos que aludían a la Virgen María. Orinó en el altar y realizó una teatralización de un aborto, el aborto del niño Jesús. Eso va mucho más allá de lo que el Grinch hubiera imaginado jamás. En un principio el estado francés multó la actuación, pero sólo por exhibicionismo sexual.
Para nuestra sorpresa, el pasado mes de octubre, justo antes de comenzar “el periodo de brujas”, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos levantó la multa contra la francesa y sancionó a los tribunales franceses a pagarle daños y perjuicios. ¿Por qué razón? Por la misma razón que parece ser central en el Proyecto Grinch: se trataba de una expresión artística.
Ahora ¿a qué viene el caso de Eloïse Bouton al AR 216/2022? ¿Les parece coincidencia que ambos casos tengan lo mismo en el centro, o sea, un bebé recién nacido? Es un caso peligrosamente delicado, pues en un caso se censura una teatralización de un acontecimiento histórico -a raíz del cuál vivimos en el año 2022 después de cristo-, mientras que en otro se protege la teatralización del asesinato del mismo recién nacido; en un caso se invoca al arte para atacar, en el otro se le invoca para recontraatacar; en ambos casos se busca eliminar de tajo la inocencia de la natividad, que no necesariamente tiene que tener matices religiosos.
Por ejemplo, Jurgen Habermas nos presenta a Hannah Arendt cuando explica que el concepto de natalidad implica la expectativa de que “algo totalmente otro romperá la cadena del eterno retorno […] el recién nacido delata la esperanza de lo inesperado” (Habermas, 2002). Así que un nacimiento puede aportar mucho a la sociedad de manera secular. La teatralización de un nacimiento es inocente y es todo lo contrario a la imposición de una creencia. El problema es que, quienes lo atacan, ¿querrán imponer su propia ideología en temas como el aborto?
En última instancia y en caso de no ser creyentes, ¿Qué podemos decir? ¿Sabemos lo que es el arte? ¿Quién nombró a los jueces para pronunciarse al respecto? ¿Qué no la más grande obra de arte es aquella que se teje en el vientre? En todo caso, si una minoría se incomoda con una obra de arte ¿debería censurarse?
Pero si además de otra cosa somos mexicanos, podemos decir que la riqueza de nuestro pueblo radica en su diversidad. Cuál país mestizo, hemos sabido darle cabida a todas las culturas, pues hemos sabido poner nuestro propio color en el mural de la nación, sin que eso signifique imponer nuestro paisaje. Porque, siempre y cuando protejamos las “buenas costumbres” como el respeto al derecho ajeno, no tenemos porque restarle diversidad a nuestro paisaje, no tenemos que cancelar expresiones populares, sino sumarle a toda expresión artística con rumbo hacia la universalidad. Ojalá la corte entienda eso y se pronuncie en favor de México, en favor de la paz y en favor del bien en adviento.
Escrito por: Juan Pablo Alarcón, Pasos por la vida CDMX
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*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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