Miguel Angel Escamilla, un adulto mayor de Toluca, hace como dos meses vino a donde resido y me entregó una cantidad de dinero, para apoyarme en esta pandemia, en nombre de varios amigos suyos con quienes yo había trabajado en la pastoral juvenil hace casi cincuenta años, en el movimiento de Jornadas de Vida Cristiana. Lo mismo hizo con otros sacerdotes con los que formamos equipo en aquellos tiempos, Jesús Márquez, Antonio Zamora y Samuel Marín, como una señal de agradecimiento por nuestro servicio en su juventud. ¡Qué hermoso signo de solidaridad y de gratitud! Lamentablemente, Miguel Angel acaba de fallecer. Que descanse en paz.
El confinamiento en casa y la paralización de la economía por el COVID-19 han traído mucho desempleo, más hambre y angustia en muchos hogares. Sin embargo, por todas partes han surgido iniciativas solidarias, para ayudar a quienes han quedado desprotegidos, incluso a los que reciben programas sociales del gobierno.
Ha habido empresarios, diócesis, parroquias y grupos que han ideado formas de ayudar a esas personas, aunque la mayoría de sus acciones son desconocidas y no divulgadas en los medios informativos. Son incontables los apoyos que se implementan a favor de los más desfavorecidos, a veces entre vecinos y familiares. La campaña “Familia sin hambre”, promovida por el episcopado mexicano, ha sacado de apuros a más de 61 mil familias. Yo no me quedo con los brazos cruzados, sólo mirando desde mi trinchera, pero Jesús dice que eso sólo Dios Padre lo conozca.
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En sentido contrario, muchos han confirmado su egoísmo, que no es de ahora. Son insensibles e incapaces de compartir. Se imaginan que, si ayudan a otras personas, se van a quedar sin lo necesario para sí y los suyos. No han experimentado la felicidad profunda que trae hacer felices a otros. Una amarga soledad será su peor recompensa…
Dice el Evangelio que “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (Mt 9, 35-36). Cuando los apóstoles querían desentenderse de la gente, Jesús les dice: “Denles ustedes de comer” y, con cinco panes y dos peces, alimenta a multitudes (cf Mt 14,13-21; Jn 6,1-10). Con razón, Pedro define así toda la vida de Jesús: “Pasó haciendo el bien” (Hech 10,38). ¡Ojalá que nuestra propia vida así se sintetizara!
La primera comunidad cristiana era muy solidaria: “La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie decía que sus bienes eran propios, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio con gran fuerza de la resurrección del Señor Jesús, y eran bien vistos por todos. No había ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el importe de la venta y lo ponían a disposición de los apóstoles, para que lo distribuyeran según las necesidades de cada uno” (Hech 4,32-35; cf 2,44-45). Esto sigue pasando entre nosotros, con sus matices. Eso es ser cristiano, católico, verdadero creyente: compartir, ser solidario, interesarse por los demás, sobre todo por los que pasan alguna necesidad.
Todavía no es posible que se abran los templos, que los fieles participen en las Misas como de ordinario y que puedan recibir la comunión sacramental, pero la solidaridad fraterna es otra forma de vivir la fe, como acaba de decir el Papa Francisco, con ocasión de la fiesta del Corpus Christi: “En la Eucaristía encontramos las energías necesarias para vivir con fuerza cristiana los momentos difíciles. Este año no es posible celebrar la Eucaristía con manifestaciones públicas; sin embargo, podemos realizar una vida eucarística… La hostia consagrada contiene la persona de Cristo. Estamos llamados a buscarlo delante del Sagrario en la iglesia, pero también en aquel sagrario que son los últimos, los que sufren, las personas solas y pobres. El mismo Jesús lo dijo” (10-VI-2020).
¿Quieres demostrar que eres una persona verdaderamente católica? Participa en Misa y demás sacramentos, en la medida de lo posible; lee la Biblia y haz oración. Pero lo demostrarás, en forma definitiva, en tu solidaridad con los que sufren, en cualquier tiempo y lugar, sobre todo ahora que hace falta tu solidaridad para enfrentar el virus del hambre, de la soledad, de la violencia, de la enfermedad y de la muerte. ¡Animo; sí se puede!
*Mons. Felipe Arzimendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas.
Publicado originalmente en www.zenit.com
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