¿Quejarnos de todo o iniciar un proceso de conversión?
La pandemia nos plantea dos posibilidades, escribe Mons. Salvador González, Obispo Auxiliar.
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La “crisis” ocasionada por el COVID-19 nos ha recordado nuestra vulnerabilidad, así como los elementos frágiles en nuestro quehacer como sociedad, gobierno e Iglesia. Esta situación nos ha planteado diferentes posibilidades de actuación: quejarnos de todo; o bien, comenzar un verdadero proceso de conversión que nos lleve a vivir una mayor comunión por medio de una nueva mirada a las personas y a la realidad.
Hablo de conversión porque necesitamos caminar en un sentido diverso del que hemos venido haciéndolo hasta ahora para afrontar ésta y cualquier otra crisis. Pero para esto hace falta atender al Misterio que logró encaminar los pasos de la humanidad en una nueva dirección: la Encarnación.
Dice san Juan: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (1,14). Jesús de Nazaret, el hombre que nació y vivió en una tierra que no era extraña a epidemias, pestes, desastres naturales: la Palestina del siglo I. En este Jesús se hizo presente Dios, el Dios con nosotros, los que lo siguieron y nos lo han comunicado, reconocieron en Él la manifestación plena y definitiva de Dios, de tal manera que Jesús se convirtió para ellos en el criterio para pensar a Dios, para conocerlo, para comunicarse con Él y, sobre todo, para amarlo.
Hoy nos podemos hacer esta pregunta: ¿Cuál es la respuesta que Jesús busca dar a su carne, vulnerable como la nuestra, y que Él asumió en el mismo hecho de su Encarnación? Mirar, atender para descubrir al hermano en su necesidad, sentir sus dolores y esperanzas, y confiar en que la comunión con el Padre, a quien reconoce como la raíz de su propio amor, podía levantar, revitalizar y animar también a quien se encontraba en el camino.
Nuestros pasos tienen que encaminarse a mirar (como algunos ya lo han hecho) la necesidad de los hermanos, hacerse empático con ellos y dar su testimonio de confianza en Dios al acompañarlos, al socorrerlos, al orar con ellos.
Para dar mejores respuestas como Iglesia no son suficientes los planes o las buenas ideas, tampoco las críticas a lo que se hace o se deja de hacer; sinceramente creo que para servir mejor al mundo y a la sociedad necesitamos mirar y sentir con Jesús.
Por eso, uno de los aspectos que requerimos fortalecer es la comunión, para ello debemos preguntarnos: ¿qué hemos descuidado en este renglón?, ¿cómo hemos vivido la comunión no con las palabras sino en las acciones? Es ésta una realidad que se desprende de nuestra identidad como sacerdotes y que impregna todas nuestras relaciones.
La pandemia ha evidenciado en el campo pastoral algunos descuidos en el trabajo en comunión, así como el permanecer todavía en un modelo de Iglesia de conservación mudando muy lentamente hacia una Iglesia Misionera y en salida.
Este tiempo de confinamiento puede estar resultando un tiempo de aprendizaje para crecer en la comunión y en la misión. Sabemos que la comunión se acrecienta y se da por el encuentro con el Señor Jesús, de un modo especial en la Eucaristía.
Constatamos los resultados del aprendizaje y del cambio al descubrir tantos signos de comunión y de movimiento: el personal de salud con su trabajo infatigable en los hospitales; los sacerdotes manteniendo la confianza y la esperanza de sus fieles con tantas iniciativas pastorales; fieles laicos apoyando a sus sacerdotes de manera generosa e incondicional; la asistencia a las necesidades de familias vulnerables y personas en situación de calle, etc. En todo esto no podemos sino reconocer al Señor que sigue construyendo con nosotros, el Resucitado que ha venido para que tengamos Vida y Vida en abundancia (Cf. Jn 10, 10).
Sigamos aprovechando el confinamiento (quienes tiene la oportunidad), renovemos nuestro seguimiento al Señor Jesús para adquirir su mirada y encaminar nuestros pasos hacia el encuentro con su presencia en la fragilidad y la vulnerabilidad, que salen adelante cuando confiamos en el Padre que nos ama con el Amor que es más fuerte que la muerte. Santa María de Guadalupe que ha pedido una “casita sagrada” nos alcance de su Hijo divino una vida de comunión capaz de colaborar a salir de ésta y de cualquier crisis a la que se encuentra sujeta nuestra condición humana.
El autor es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
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