Nuestra identidad más que un sello
Hagamos este viaje de la historia en donde la vida consagrada, fue el cimiento que puso la fe en este continente lleno de muchos nombres que no debemos olvidar
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.
El cambio de época que vivimos ha provocado una crisis antropológica que ha tocado profundamente y en serio nuestra identidad personal. Muchas personas, sobre todo las generaciones actuales, no saben quiénes son y, por lo tanto, no saben qué hacer con su vida ni hacia dónde ir. Hay personas que ignoran lo que son, no saben a dónde ir y ¿a qué se debe esto? Se debe, entre otras cosas, a que el ser humano tiene cuatro “yo” diferentes: el “yo” que realmente somos, el “yo” que ven los demás, el “yo” que creemos que somos nosotros y el “yo” que mostramos en las redes. Cuando esos “yo” no están alineados, hay una ruptura interior, una ruptura de la identidad. Cuando el “yo” que realmente soy, el que yo creo que soy y el que enseño en las redes son diferentes, se da esa ruptura. Necesitamos espacios de educación y reflexión para trabajar en nuestra propia identidad. Si nuestro yo no se identifica con la historia de nuestra familia, la historia de mi ciudad, pueblo, colonia… nuestra identidad se va debilitando y así también nuestra capacidad de reflexión interior.
La deconstrucción de la antropología sabemos que no es por casualidad, hay unos intereses económicos y políticos que necesitan una determinada comprensión de lo humano que lo reduce a lo individual, la libertad como autodeterminación, un relativismo ético en el que todo vale y una hermenéutica de la historia ideologizada que en el fondo muestra un juego de poder y control sobre las personas que como Iglesia no podemos tolerar. La falta de identidad, como alguna vez ha recordado el papa Francisco se vuelve violenta, autoritaria, o negadora de la diferencia al encuentro con el otro y nuestra identidad es una obra de arte hecha por un autor que se llama Dios.
El origen y estructura de nuestra Iglesia mexicana, de las parroquias de nuestras calles y plazas no podemos negar que viene de los misioneros españoles, la mediación de los Reyes y la entrega de las órdenes religiosas para el envío de misioneros son asuntos que no podemos interpretar porque tanto en la Cancillería de Valladolid como en el archivo de indias de Sevilla está documentado. Encuentro, fundación y organización fueron obra esencialmente de las órdenes mendicantes. La integración en muchos pueblos y ciudades entre los españoles y los pueblos originarios dieron lugar a lo que hoy llamamos pueblos mágicos, los templos, las universidades, obras sociales y hospitales. La obra de la iglesia en América hoy en día no nos tiene que dar vergüenza, al contrario nos invita a investigar, reflexionar e identificar a los grandes líderes como San Junípero Serra, personajes en proceso de beatificación como el Tata Vasco y fray Antonio Alcalde, y santos y santas de la puerta de al lado que vinieron a México a buscar trabajo y dignidad desde esta época hasta ahora. Recordando cómo en el siglo XX los diversos gobiernos acogieron a españoles que más tarde ayudaron a la arquidiócesis primada de México en construcción de templos y obras sociales. Y con orgullo podemos decir que hubo grandes maestros en la Universidad Nacional y en el Colegio México. No podemos negar nuestra identidad entre México y España, España y México que nos hace más que pueblos amigos, somos pueblos hermanos, con una misma lengua y con una mezcla que enriquece nuestras culturas y personalidades.
La llegada de los misioneros españoles nos ayuda a comprender el acontecimiento guadalupano que marca un sello universal para toda la Iglesia. Los sistemas educativos en el tema de la historia han olvidado por muchos años el daño que hizo el Estado a la Iglesia católica entre los años 1926-1939 en México. El historiador Gabriel Le Bras decía que ignorar lo que pasa en la esfera religiosa es ignorar una parte del espíritu del siglo y de la vida nacional.
No podemos comprender el fenómeno de Guadalupe, cuyo V Centenario se celebra el próximo 2031 sin la llegada de los evangelizadores a nuestro continente: los doce frailes franciscanos a los que después se unirían dominicos (1526), agustinos (1533).
Hace quinientos años llegaron doce franciscanos a evangelizar la Nueva España. La evangelización en América ha sido un hito histórico poco reconocido tanto en España y América. La falta de identidad, de cultura y el complejo de inferioridad de ambos lados han hecho perder estos grandes acontecimientos dentro de la historia de América.
Todo inicia con una reina castellana, Isabel de Castilla en proceso de beatificación y un rey Fernando que colaboró de una forma activa con Isabel en todos los asuntos referentes a Castilla, además de los de Aragón y la política exterior. Ambos trabajaron juntos para unificar sus dominios y fomentar su desarrollo. Durante el reinado se restableció la paz en el campo catalán y se promovió el desarrollo de la economía castellana introduciendo los consulados y los gremios. Fernando apoyó el programa religioso de la reina. La intención primera y preocupación de Isabel de Castilla era predicar el evangelio en América. A este continente venían los misioneros que era lo mejor de las órdenes religiosas con permiso de sus superiores y de la Corona española. El régimen siempre fue virreinato no era una colonia. Aquí todos tenían los mismos derechos y deberes que cualquier ciudadano que vivía en España. En el testamento de Isabel I queda patente su defensa por los derechos de los indios: «… y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Islas, y Tierra Firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, mas manden, que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio ha recibido, lo remedien …». Sin duda, la prohibición de la esclavitud y este testimonio de la soberana justifican sobradamente que ella fue la pionera de lo que hoy conocemos por Derechos Humanos.
Como muy bien dice el historiador Jean Meyer: “La historia puede también ser “maestra de vida” y, como tal, factor positivo de identidad nacional, si es capaz de rescatar la voz de los “vencidos” y de los olvidados. Conservador de memoria, el historiador debe someterla a la crítica de siempre, con todo el rigor del positivismo. La tarea más difícil y más noble del historiador es el debate y el reexamen. La verdadera revisión necesita comprensión benevolente. Intercambio científico abierto para confrontar puntos de vista divergentes, para lograr una visión analítica y crítica, evolutiva sin ser relativista. No hay verdad definitiva, pero la honestidad es necesaria.’
La gracia de la memoria nos lleva a las raíces de nuestra propia identidad. No podemos progresar y desarrollarnos como país si no hay memoria. Hagamos este viaje de la historia en donde la vida consagrada fue el cimiento que puso la fe en este continente lleno de muchos nombres que no debemos olvidar. La colonización ideológica que está sufriendo nuestro continente americano y en especial nuestro país nos impide ver un horizonte lleno de fe y esperanza. La imposición de ideas en una cultura y en los sistemas educativos atados a una asistencia financiera interesada llega a borrar grandes hazañas que quieren ser ocultadas al pueblo y ensalzan las sombras de algunos que la propia historia condenó en su tiempo. La famosa leyenda negra que devasta la cultura de la buena lectura y la investigación nos recuerda que solamente desde una educación integral podemos buscar la propia identidad que ayuda a tener horizontes amplios en nuestro desarrollo personal.
En este mes misionero honramos a esos frailes que dejaron sus vidas en México durante este quinto centenario. Sabiendo que los doce apóstoles franciscos llegaron en 1524, pero bien puede fijarse como punto de partida de la evangelización en Nueva España el año 1523 fue en esta fecha cuando llegó a radicarse en la Nueva España el famoso Pedro de Gante junto con dos religiosos que murieron poco tiempo después. Les recuerdo que a fray Pedro de Gante le dedicamos una plática en el anterior encuentro sobre la primera evangelización el pasado año en el Casino español. Podemos afirmar que se cumplen quinientos años de lo que algunos historiadores llaman el “período primitivo” de la Iglesia de México. Algunos historiadores comentan que el año 1524 se celebra la primera junta eclesiástica, que le llaman sin precisión como el primer concilio mexicano formada por los sacerdotes franciscanos y otros sacerdotes que se hallaban en México para decidir sobre la administración del sacramento del bautismo y la penitencia. Una fecha memorable que se pretende olvidar por complejos sociales que provoca mucha ignorancia.