La Virgen María, una maestra de amor y cercanía
Su madurez en el amor, es para nosotros un ejemplo y un incentivo para crecer en la caridad,
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Este sábado 15 de agosto hemos celebrado la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. Cabe decir que Santa María Asunta es patrona de la Arquidiócesis de México y de la Catedral Metropolitana. Por ello, la fiesta que acabamos de celebrar, nos da la oportunidad de dirigir nuestros ojos a María, no sólo para honrarla en su glorificación, para implorar su auxilio y para renovar nuestra filiación a ella, sino ante todo, para redescubrir en ella el modelo de todo creyente, el modelo de todo discípulo.
En ella tenemos el modelo perfecto para seguir aprendiendo a vivir las virtudes teologales y las virtudes humanas, ya que María es, por su disponibilidad y apertura a Dios, y por su cercanía y caridad para con todo ser humano, “modelo de todas las virtudes”.
Ahora bien, la caridad es la “forma de todas las virtudes” y la Virgen María brilla para nosotros como modelo de caridad; como prototipo del discípulo maduro en el amor.
Ella, por su forma de amar a Dios y al hombre, es, por así decirlo, la personificación de aquello que san Pablo nos dice en su primera carta a los corintios: “El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites” (1Cor 13,4-8).
María es, pues, modelo de caridad, pero de la caridad auténtica, de aquella caridad que se fragua en el crisol del sacrificio, del amor que no se reduce a la simple emotividad y que no claudica ante la dificultad, la prueba, el dolor, el rechazo o la ofensa.
Una creyente madura y fuerte en el amor
La Escritura nos permite descubrir a María como la creyente madura y fuerte en el amor, en un amor que es, en primer lugar, amor a Dios expresado en la fe, la confianza, la obediencia y la disponibilidad para hacer su voluntad.
El “Fiat” de María no fue una respuesta improvisada en el momento de la anunciación, sino el fruto de una disposición interior que ella fue cultivando a lo largo de su vida, descubriéndose incondicionalmente amada por el Señor y amándolo con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas.
La experiencia del amor fiel e incondicional de Dios llena de tal modo el espíritu de María que la impulsa a vivir también la caridad para con todos los seres humanos. De ahí que:
- En la visitación, en el nacimiento del niño Jesús y en las bodas de Canaán la descubrimos disponible, diligente, servicial, abnegada, entregada al bien de los demás a costa de cualquier sacrificio.
- En la visita de los pastores y de los magos, en la presentación del niño Jesús al templo, en el diálogo con Simeón y Ana, en la ocasión en que Jesús se queda predicando en el templo, en el doloroso camino del Señor hacia el Calvario, en la crucifixión y muerte de su Hijo, descubrimos el amor de María con la forma de la fortaleza, del perdón, de la paciencia y de la perseverancia en el don de sí misma hasta el total cumplimiento.
- Así, en todos los momentos de su vida, en cada una de sus actitudes y de sus rasgos, María resplandece como encarnación del “amor más grande”, de aquel amor que “impulsa a dar la vida por los amigos” (cf. Jn 15,13), del amor que se traduce en obras de disponibilidad, atención, solicitud por el otro, servicio, gratuidad y perdón incondicional.
La madurez de la santísima Virgen María en el amor, es para nosotros un ejemplo y un incentivo para crecer en la caridad, siempre, pero especialmente en estos momentos históricos e inéditos para la humanidad y para nuestra patria, en los cuales requerimos reforzar los lazos de solidaridad y ayuda concreta, viviendo un amor que se traduzca en colaboración mutua, cercanía, servicio y compromiso de los unos con los otros, pero muy especialmente hacia los que más sufren y menos tienen.
Que el ejemplo y la intercesión de María, a quien reconocemos como Madre y protectora, nos alcancen de Dios la madurez en el amor, sólo así podremos enfrentar juntos los desafíos que las actuales situaciones sociales, económicas y sanitarias nos plantean.
*Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México.
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