La Megamisión 2020: “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8)
"Nuestra ciudad está necesitada de mujeres y hombres llenos de Dios, que le hablen de Dios y la lleven a Dios".
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“El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3,36). Esta certeza alumbra y anima nuestro caminar como cristianos, convencidos de que solamente en Cristo hay salvación, luz, vida y esperanza.
Como bautizados, miembros vivos de la Iglesia, estamos llamados a ser testigos del amor de Dios manifestado en Jesús.
Así lo señala y enfatiza el Papa Paulo VI: “Evangelizar constituye […] la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, n. 14).
El Papa Francisco, por su parte, ha sido enfático al exhortarnos a ser “Iglesia en salida”, Iglesia misionera que se acerca y se compromete, en actitud samaritana, con quienes viven alguna situación de “periferia existencial”.
En esta tesitura, el año pasado el Papa invitó a todos los miembros de la Iglesia a celebrar un mes misionero extraordinario, y en respuesta, nuestro Arzobispo, el cardenal Carlos Aguiar Retes, nos convocó a una misión extraordinaria en la Arquidiócesis Primada de México: la “Megamisión”.
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Este año, marcado para toda la humanidad por las desafortunadas consecuencias generadas por la pandemia del COVID-19, el Papa nos ha dicho en su mensaje con ocasión del domingo mundial de las misiones: “La Iglesia, sacramento universal del amor de Dios para el mundo, continúa la misión de Jesús en la historia y nos envía por doquier para que, a través de nuestro testimonio de fe y el anuncio del Evangelio, Dios siga manifestando su amor y pueda tocar y transformar corazones, mentes, cuerpos, sociedades y culturas, en todo lugar y tiempo”.
Por su parte, nuestro Arzobispo, el viernes 18 del presente, nos ha convocado una vez más para intensificar nuestra respuesta misionera a través de la Megamisión 2020.
Esta misión intensiva comenzará el 18 de octubre (Domingo mundial de las misiones) y concluirá el domingo 15 de noviembre con la “jornada mundial del pobre”.
En la carta de convocatoria que nos ha dirigido nuestro Arzobispo leemos: “En medio de esta nueva realidad que afrontamos, en la que muchos de nuestros hermanos viven situaciones difíciles de dolor, angustia y muerte, cada uno de nosotros, como bautizados, estamos llamados a dar una respuesta sensible y solidaria, mostrando el Rostro misericordioso de Cristo con los más necesitados”.
Tengamos presente que los católicos de la Arquidiócesis de México, estamos llamados a testimoniar la resurrección de Cristo en una de las ciudades más grandes y desafiantes del mundo, junto a hombres y mujeres hambrientos de Dios, sedientos de luz y esperanza y necesitados de encontrarse con Cristo.
¿Cómo proclamar el mensaje de salvación, en una ciudad que, junto a sus grandes luces y a los signos de la presencia del Espíritu Santo en ella, vive convulsionada en la cultura de la muerte, vulnerada por estructuras opresoras y por corrupciones de la más diversa índole que frenan su desarrollo; azotada por el látigo de la violencia y de la inseguridad, lastimada por la deshumanización, el anonimato, la masificación, la injusticia institucionalizada y las consecuencias del COVID-19?
Nuestra ciudad Arquidiócesis está necesitada de discípulos y misioneros, de mujeres y hombres de fe, llenos de Dios que le hablen de Dios y la lleven a Dios, de testigos audaces de la resurrección capaces de anunciar con valentía y creatividad que Cristo es el único revelador del Padre y dador de vida eterna a través del Espíritu Santo.
Por eso necesitamos unirnos aún más a Jesucristo y dejarnos renovar por su luz pascual, sabernos y experimentarnos enviados, dejarnos conducir por el Espíritu de Dios y sabernos fortalecidos por Él.
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Desde Cristo, estamos llamados a comunicar vida, a irradiar la luz de Dios, a ser canales de la salvación y la esperanza que se nos regalan en Cristo.
¡Sigamos dando vida a lo mejor y a lo más noble que hay en nosotros! ¡Amemos a Cristo y a su Iglesia! ¡Luchemos con todas nuestras fuerzas para que nuestra Patria, nuestra ciudad, nuestra Iglesia, tengan vida y la tengan en abundancia!
Pero, dar testimonio de la resurrección requiere valentía y exige una enorme vitalidad espiritual, pues para ser enviado y ser un verdadero misionero, se debe correr el riesgo de la desinstalación, de la renuncia a sí mismo, del morir para resucitar después.
Que a todos, el Espíritu Santo nos llene de vigor misionero, nos entusiasme para ser signos visibles del amor de Dios en nuestra ciudad y nos ayude a vivir con intensidad la “Megamisión 2020” como oportunidad para salir de nosotros mismos y darnos a los demás siguiendo el ejemplo de Jesús.
Dispongámonos para el mes misionero extraordinario con la generosidad del profeta Isaías: “Aquí estoy, envíame” (Is 6,8).
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