La Sagrada Escritura nunca condena la simple ignorancia, sino a quien lúcidamente niega la verdad (Cf. Jn. 3, 19). Además, la Palabra de Dios no afirma de un modo absoluto que sea suficiente invocar el nombre de Cristo y afiliarse a su Iglesia para salvarse (Cf. Mt. 7, 21-23; Gál. 5,6).

La Biblia ni siquiera excluye que hay algunos que pertenecen a Cristo y a su Iglesia, aunque no estén visiblemente en ella (Cf. Mc. 9, 38-40). Todo hombre tiene derecho a la libertad religiosa. Si bien se debe tender a una conciencia recta y verdadera, se debe respetar a quien de buena fe piense que está en la verdad, aunque objetivamente no lo esté.

El ser humano tiene derecho a seguir la voz de su conciencia, aunque esté equivocado. Los cristianos debemos promover esta verdad en los países en los que somos mayoría, y debemos reclamar que se practique en los países en los que somos minoría. Faltan católicos en la vida pública del país que realmente ejerzan un liderazgo que provoque el diálogo, los acuerdos para una paz justa.

En México, la libertad religiosa es un derecho en plena gestación que, junto a la concepción y ejercicio de la laicidad, debe transitar –aunque sea a regañadientes– de una visión restrictiva fundada en las circunstancias históricas que la explican a una que se adecue mejor al pluralismo y la diversidad religiosa, cada vez más crecientes de nuestro países.

Nuestro sistema educativo cada año escolar más frágil y desbordado necesita comisiones interdisciplinarias para lograr que el pacto educativo global se haga realidad, respetando siempre la diversidad de las culturas. Sólo desde el diálogo provocaremos consensos y grandes acuerdos entre el Estado y la santa sede, entre los gobiernos y las asociaciones religiosas.

Benedicto XVI  en el mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz del año 2011 afirma que el derecho a la libertad religiosa está enraizado en la dignidad de la persona humana en cuanto ser espiritual, relacional y abierto a lo trascendente.

No es, por lo tanto, un derecho reservado solo a los creyentes, sino a todos, porque es síntesis y ápice de los demás derechos fundamentales y garantiza la realización de un auténtico desarrollo humano integral.

Por eso promueve la justicia, la unidad y la paz para la familia humana, favorece la búsqueda de la verdad que se focaliza en Dios, en los valores éticos y espirituales, universales y compartidos y, finalmente, suscita el diálogo de todos para el bien común. Así es como se construye el orden social pacífico. Y, al contrario, cuando no se respeta la libertad religiosa en cualquier nivel de la vida individual, comunitaria, civil y política se ofende a Dios, a la misma dignidad humana y se crean situaciones de desarmonía social.

Desafortunadamente, en el mundo y especialmente en América Latina todavía se producen frecuentes episodios de negación de la libertad religiosa que se manifiestan en formas equívocas de la religión, como el sectarismo o el fundamentalismo violento, en la discriminación religiosa e incluso en las manipulaciones ideológicas de sello secularista.

Por lo tanto, se necesita una laicidad positiva en las instituciones estatales para promover la educación religiosa, que capacite a las nuevas generaciones para reconocer en el otro a su propio hermano o hermana, con quienes camina y colabora. Las religiones deben, por su parte, introducirse en una dinámica de conversión permanente y encuentro con el hombre y la mujer de hoy generando consensos y acuerdos.

El Papa Francisco subraya que la libertad religiosa no pretende preservar una «subcultura», como desearía un cierto laicismo, sino que constituye un precioso don de Dios para todos, una garantía básica de cualquier otra expresión de libertad, un baluarte contra el totalitarismo y una contribución decisiva a la fraternidad humana.

Algunos textos clásicos de las religiones tienen una fuerza de motivación que abre siempre nuevos horizontes, estimula el pensamiento y hace crecer la inteligencia y la sensibilidad. Así es como pueden ofrecer un significado para todas las épocas. Los gobiernos deben —entre todas sus tareas— tutelar, proteger y defender tanto los derechos humanos como la libertad de conciencia y la religiosa.

De hecho, respetar el derecho a la libertad religiosa hace que una nación sea más fuerte, renovándola. Por este motivo, Francisco concede gran importancia a los muchos mártires de nuestro tiempo, víctimas de la persecución y de la violencia por motivos religiosos, así como también víctimas de las ideologías que excluyen a Dios de la vida de los individuos y de las comunidades. Para el Pontífice, la religión auténtica, desde dentro, debe poder dar cuenta de la existencia del otro para favorecer un espacio común y un entorno de colaboración con todos, en la determinación de caminar juntos, orar juntos y trabajar juntos, para ayudarnos juntos a establecer la paz.

Mons. Francisco Javier Acero

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.

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