En los espacios anteriores tratamos temas como la escucha y el diálogo hoy comparto este elemento esencial que se está utilizando como herramienta de trabajo en el sínodo en este mes de octubre.

La conversación espiritual se centra en la calidad de la capacidad de escucha, así como en la calidad de las palabras pronunciadas. Esto significa prestar atención a los movimientos espirituales en uno mismo y en la otra persona durante la conversación, lo que requiere estar atento a algo más que a las palabras expresadas. Esta cualidad de la atención es un acto de respeto, acogida y hospitalidad hacia los demás tal y como son. Es un enfoque que toma en serio lo que ocurre en el corazón de los que conversan. Hay dos actitudes necesarias que son fundamentales en este proceso: escuchar activamente y hablar desde el corazón.

Tiene un objetivo concreto crear un clima de confianza y acogida, para que las personas puedan expresarse con mayor libertad. Esto les ayuda a tomar en serio lo que ocurre en su interior al escuchar a los demás y al hablar. En última instancia, esta atención interior nos hace más conscientes de la presencia y la participación del Espíritu Santo en el proceso de compartir y discernir.

El ejercicio de la interioridad y del silencio son fundamentales para poder activar la conversación del Espíritu. Surge una pregunta que quiero compartir: ¿Nos hemos dado la oportunidad de dialogar con nuestro hombre interior y a su vez con Dios mismo -que lo habita-, a pesar de las diversas actividades que día a día marcan nuestro diario vivir?

San Agustín, obispo de Hipona experimentó en su vida la interioridad no como una simple reflexión, ni menos aún como una autoreferencialidad. La interioridad es todo un proceso de encuentro con la realidad propia y con la realidad de Dios. Y tal encuentro solo puede hacerse conducido por la gracia de Dios: “Siendo tú mi guía. Fui capaz de hacerlo, porque tú me prestaste asistencia” comentaba en su gran obra Las Confesiones.

En otra de sus obras llamada de Vera Religione comparte lo siguiente: No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo; en el hombre interior habita la verdad. Y si te hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Mas no olvides que, al remontarte sobre la cima de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos, allí donde la luz de la razón se enciende. Contempla allí la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su morador, no con deleite ínfimo y sensual, sino con subidísimo deleite espiritual” (Vera rel. 39,72).

Para este ejercicio de la interioridad hay que partir del silencio exterior e interior. El silencio que nos hace contemplar los que somos y en qué lugar estamos. El silencio nos ayuda a interiorizar para derrotar nuestro ego y reencontrarnos con nuestro yo más profundo, con nuestra esencia, meditar para morir y renacer con una luz maravillosa que se comparte. El silencio es la sinfonía del amor creada en nuestros corazones. El silencio ayuda a morir a uno mismo, si practicamos la interioridad con humildad y perseverancia. Meditar te cambia. Hay que buscar un sentido al silencio a la contemplación.

Pablo d’Ors compañero de camino y uno de los grandes acompañantes de grupos de meditación dice que no meditamos porque no queremos cambiar, es así de sencillo.No conozco ningún camino tan radical para el autoconocimiento como el de simplemente sentarse cada día en silencio y en quietud. La cosa es que si no morimos y renacemos constantemente, nos sobrevivimos a nosotros mismos: queda la biología, pero sin biografía”.

Para un buen ejercicio de conversación en el Espíritu debemos tener en cuenta estos dos elementos interioridad y silencio para poder buscar la voluntad de Dios.

Describo ahora los pasos de esta dinámica que están realizando en la asamblea sinodal.

1.- Preparación personal. Confiándose en el Padre, conversando en la oración con el Señor Jesús, y escuchando al Espíritu Santo, cada uno prepara su propia aportación sobre la cuestión a la cual está llamado a discernir. Tras esta preparación hay un espacio de silencio y escucha de la Palabra de Dios.

2.- “Tomar la palabra y escuchar”. Cada uno toma la palabra a partir de su propia experiencia y oración, escucha atentamente la contribución de los demás. Después de este espacio hay un espacio de silencio y escucha de la Palabra de Dios.

3.- “Hacer un espacio a los demás y al otro”. Cada uno comparte lo que han dicho los demás, lo que más ha resonado o lo que más resistencia ha suscitado en él, dejándose llevar por el Espíritu Santo: “¿Cuándo escuchando, me ardía el corazón en el pecho?”. Tras esta experiencia de escucha surge el silencio y la escucha de la Palabra de Dios.

4.- “Construir juntos”. Dialogamos juntos a partir de lo que ha surgido previamente para discernir y recoger el fruto de la conversación del Espíritu: reconocer intuiciones y convergencias; identificar discordancias, obstáculos y nuevas preguntas; dejar que surjan nuevas voces proféticas. Es importante que todos puedan sentirse representados por el resultado de trabajo. “¿A qué pasos nos llama el Espíritu Santo a dar juntos?”.

Para prepararnos a las asambleas decanales y a la asamblea arquidiocesana te invito a vivir estas actitudes desde este momento.

Escuchar activa y atentamente. Escuchar a los demás sin juzgarlos. Prestar atención no sólo a las palabras, sino también al tono y los sentimientos del que habla. Evitar la tentación de utilizar el tiempo para preparar lo que vas a decir en lugar de escuchar. Hablar con intención. Expresar tus experiencias, pensamientos y sentimientos con la mayor claridad posible. Escuchar activamente, teniendo en cuenta tus propios pensamientos y sentimientos mientras hablas.

El Papa Francisco nos recuerda cada vez que puede que vivimos un tiempo histórico en la Iglesia por eso debemos evitar convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro.

Tenemos que reconocer que venimos desde hace siglos confiando más en nuestros egos que en la Palabra. Hace tiempo olvidamos que, cada vez que no dejamos caminar a nuestro lado al Señor, somos incapaces de mantener el rumbo adecuado. Por eso este tiempo es tiempo de interioridad, silencio y escucha para dejar que el Espíritu esté presente entre nosotros y arda en nuestros corazones para camniar juntos como miembros de una Iglesia siempre fiel y creativa.

Quisiera terminar esta reflexión con las palabras de la teóloga Cristina Inogés Sanz “Servicio y sinodalidad van de la mano. Servir para ser comunión en el ser; sinodalidad para ser comunión en el caminar juntos. Comunión, en definitiva, para obrar todos juntos según lo que nos diga, indique, y sugiera el Espíritu”. Solos no podemos ser Iglesia, ni paralelamente, unidos, siempre unidos y en conversación con el Espíritu.

Mons. Francisco Javier Acero

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.

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