La alegría y la luz de la Navidad

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COLUMNA

La voz del Obispo

La alegría y la luz de la Navidad

Jesús nace en la noche, indicando así que viene a las tinieblas de nuestro corazón para iluminarlas

18 diciembre, 2025

“La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres” (Tit 2,11)

Nos encontramos ya en la segunda parte del tiempo de adviento y en el umbral de la Navidad, cuya celebración suele ser motivo de gran alegría, de reuniones familiares y sociales, de diversas y entrañables tradiciones, de adornos multicolores, cantos y, por supuesto, de la confección y degustación de una variada gastronomía y repostería. A esto añadimos los regalos y parabienes que solemos intercambiar y, por los cuales, con tanta frecuencia nos afanamos y extenuamos.

Pero conviene preguntarnos: ¿Qué y por qué celebramos? ¿Cuál es la causa última de la alegría vinculada a la Navidad? Quizás en medio de la vorágine que ordinariamente acompaña las fiestas navideñas, a veces nos hemos olvidado de su sentido más profundo: el amor gratuito, infinito e incondicional que Dios nos ha otorgado en su Hijo Jesucristo, nacido por nosotros en Belén. Así lo escucharemos en la segunda lectura de la Misa de la noche de Navidad, en voz de san Pablo: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres” (Tit 2,11).

Este amor de Dios, que es pura gracia, es el motivo de nuestra alegría y de la celebración de la Navidad: Dios nos ha amado tanto que nos ha enviado a su propio Hijo, eterno como él, quien se ha hecho ser humano como nosotros, para así manifestarnos su cercanía y su amor; amor que se expresará de forma
sorprendente e inaudita en su pasión, muerte y resurrección.

¡Cuánto amor nos ha tenido Dios que nos ha entregado a su único Hijo! En la ternura del Hijo de Dios nacido en Belén podemos contemplar y experimentar la fuerza de ese amor que es un regalo, una gracia, un don. Se trata de “un amor más allá de nuestras cualidades y defectos, más fuerte que las heridas y fracasos del pasado, más fuerte que nuestros miedos y la preocupación por el futuro, pues es un
amor que no depende de nosotros, es un amor gratuito” 1 .

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz (Is 9,1)
El Hijo eterno de Dios nace en nuestra carne frágil y mortal en medio de la noche porque con ello Dios quiere indicarnos que viene a iluminar todos los corazones,; que él conoce nuestras sombras, oscuridades y abismos. Pero es justamente en medio de esas sombras, donde brilla la luz del Hijo de Dios nacido
en un establo, es la luz que envolvió a los pastores que velaban en los campos de Belén.

1 FRANCISCO, Homilía en la Misa de Nochebuena 2020.

Y no se trata de merecer el amor de Dios. El modo en que Jesús nació nos ayuda a entenderlo: Jesús nace en la noche, indicando así que viene a las tinieblas de nuestro corazón para iluminarlas; nace en un pueblo marginal para indicarnos que no se avergüenza ni está lejos de nuestra pequeñez y fragilidad; nace en la rudeza de una gruta que servía como establo para señalarnos que él se acerca a nosotros sin importarle nuestras inmundicias y miserias porque viene a redimirnos; él se manifiesta en primer lugar a los pastores, que en su tiempo, eran despreciados y considerados como bandidos y gente deleznable de la que habría que desconfiar y con ello nos expresa que viene por quienes más lo necesitamos, por quienes somos pecadores, por quienes no tenemos un pasado intachable o irreprochable.

Jesús es recostado en la suciedad de un pesebre, es decir, de un comedero de animales, para evidenciar que no existe ningún ser humano al que él pueda rechazar; que se acerca a nosotros y nos abre los brazos sea cual sea nuestra historia pasada y nuestro presente, pues él “se entregó por nosotros para
redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo” (Tit 2,14).

Por eso, en el pesebre resplandecen la luz y la vida verdaderas y se manifiesta la hermosura de Dios en la ternura de un niño; en el pesebre, Dios hecho hombre (sin dejar de ser Dios) manifiesta su amor desmedido que nos rescata de toda oscuridad y nos reviste de la fuerza necesaria para vivir, amar y
servir.

No teman, les anuncio una gran alegría (Lc 2,10) ¿Cuáles son entonces las razones de nuestra alegría en la Navidad? ¿Los regalos, los alimentos, las luces multicolores, la decoración, los villancicos, los regalos? En realidad todo eso, aunque es valioso, no puede saciar nuestro corazón y nuestra sed de infinito.

Nuestra alegría está en ser incondicionalmente amados por Dios, en haber sido redimidos por Cristo; en saber que nunca estaremos solos porque el Hijo de Dios, el Emmanuel, el Dios con nosotros, camina a nuestro lado, nos fortalece y con su amor nos ayuda a vencer el más grande de todos los miedos: el miedo de no ser suficientemente amados: “No teman, les anuncio una gran alegría, que causará alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11).

¡Muy feliz y santa Navidad!