El mundo necesita ver de qué ‘están hechos’ los ancianos
De los adultos mayores podemos aprender el arte de vivir y necesitamos su testimonio, explica Mons. Carlos Samaniego.
Si Dios nos ha permitido a los adultos sobrevivir a la pandemia, pienso que una de las mejores maneras de aprovechar el tiempo de vida que nos quede sería dedicarlo a las nuevas generaciones transmitiéndoles los valores.
Y, ¿quién mejor que los adultos mayores para compartir, desde su experiencia, una gran enseñanza de vida a los niños y jóvenes que tendrán la responsabilidad de edificar una nueva sociedad siendo los nuevos actores en este mundo tan trastocado, tan derrumbado por los efectos de la pandemia y, ahora, por los efectos también de la guerra en el mundo?
-El mundo necesita ver de qué están hechos los ancianos porque podemos aprender de ellos el arte de vivir. Sobre todo por su experiencia, por toda su sabiduría, porque ya han recorrido un camino que conocen y porque al menos nos pueden decir por donde no caer, pues ya aprendieron a levantarse de las caídas ocasionadas por los fracasos, y esa enseñanza nos puede ser de gran utilidad para no claudicar en los momentos difíciles de la vida.
-El mundo necesita ver de qué están hechos los ancianos porque nos pueden transmitir su fe, ellos crecieron en una atmósfera, en un clima de valores y criterios cristianos que ahora pueden hacernos mirar la trascendencia y el fin sobrenatural del ser humano llamado a vivir como hijos de Dios y hermanos unos de otros en la tierra sabiéndose ciudadanos del cielo, meta última y definitiva de la vida del ser humano.
-El mundo necesita ver de qué están hechos los ancianos porque son los que nos preceden en las experiencias de la vida y están llamados a darnos testimonio a todos aquellos que los estamos observando. Saben que nuestros ojos están puestos en su ejemplo de vida para tomar las mejores decisiones de la vida.
-El mundo necesita ver de qué están hechos los ancianos porque nos dan la oportunidad de crecer en el servicio y en la caridad, ya que están disminuidos físicamente y necesitan de nosotros. Ayudar a un adulto mayor es una obra de misericordia que fortalece en la caridad a quien se ejercita en ello. ¿Quién ganará más: el adulto mayor que es ayudado o la persona que le ayuda? El mundo necesita ver de qué están hechos los ancianos porque después de haber recorrido un largo camino, después de tanta búsqueda, han descubierto que Dios es el camino, el sentido, la meta de nuestra vida. Por todo ello, pueden decirle al mundo como decía san Juan Pablo II ya siendo un Papa mayor: “¡Ancianos, el mundo nos necesita!”.
Velemos por los adultos mayores, valorándolos como uno de los más grandes recursos para afrontar la vida y como uno de los más grandes regalos de los que ahora gozamos; que no se nos vayan a morir sin que descubran nuestro afecto y cuidados y sobre todo, procuremos ser una bendición para ellos en esta etapa en que también nos necesitan.
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