La Iglesia católica en México, gracias al liderazgo de la vida consagrada y en especial de los jesuitas en el país azteca ha logrado encabezar unos conversatorios y diálogos por la paz en todo el país. Desde las parroquias y colonias, desde los ranchos y cabeceras municipales se ha logrado realizar este ejercicio sinodal en donde todos hemos podido experimentar que la paz es un trabajo conjunto en distintos niveles y de todos los sectores sociales.

Implica la suma de voluntades, la coordinación de esfuerzos y la generosidad de todos para vencer el miedo ante la indiferencia y la ineficacia de las autoridades, que no se han ocupado de su principal tarea de procurar unidad, seguridad, justicia y paz. La crisis antropológica y el cambio de época que vivimos han provocado una crisis de liderazgo que viene desde la familia.

Una de las causas de esta crisis antropológica es la falta de identidad por parte de unos padres que no saben ejercer la autoridad moral en sus propios hijos. Si los padres no tienen la identidad suficiente para ofrecer un liderazgo moral a los hijos, no nos quejemos y observemos con una sincera reflexión porque hemos llegado a esta situación.

Esto ocurre también en otro tipo de instituciones que no quieren reconocer su propia identidad por complejo, ignorancia e indiferencia. Desde hace mucho tiempo se ha querido politizar la historia desde unos términos ideológicos en donde más que observar los acontecimientos previos a un gran suceso se polariza en las versiones del bueno y el malo, conquistado y el conquistador, el fuerte y el débil. Ya con este tipo de lectura y aprendizaje de la historia perdemos paz interior provocando así un conocimiento inconsciente que divide y hace contar la historia sin objetividad.

Si somos custodios de nuestra propia identidad seremos artesanos de la paz. Este año 2024 celebramos la llegada de los primeros evangelizadores a México. Sin esta evangelización no podemos llegar a comprender y vivir el año 2031, el quinto centenario del acontecimiento guadalupano. Este suceso tiene historia y mucha pertenencia.

Podemos caer en la tentación de ser indiferentes a este hecho histórico diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante. Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa. Es un trabajo de todos conocer la historia de la familia, de la nación y también del origen de nuestra iglesia mexicana. Conocer la identidad nos ayuda a dar sentido a nuestra creatividad. El papa Francisco lo repite cuando trata este tema: “Toda identidad tiene historia y al tener historia tiene pertenencia, mi identidad viene de una familia, de un pueblo, de una comunidad. Identidad es pertenecer a algo que me trasciende”.

Siempre corremos el peligro de olvidar nuestras raíces, avergonzarnos de ellas, que se olvide de donde viene, descuidar nuestra historia, y esto no se abre a la diferencia de la convivencia actual y ahí es donde aparece el miedo que bloquea y que hace ver al otro como enemigo, como una diferencia que hay que destruir porque no es igual a mí, no piensa lo que yo quiero. 

La memoria de los pueblos no es una computadora, sino un corazón. Los pueblos, como María, guardan las cosas en su corazón. Las manifestaciones religiosas del pueblo fiel son una manifestación espontánea de su memoria colectiva. Allí está todo: el español y el indio, el misionero y el conquistador, el poblamiento español y el mestizaje. Hay más elementos que nos unen que los que nos separan. Si nos identificamos con esta parte de la historia será más fácil poner paz a nuestra historia familiar y personal.

La falta de identidad institucional hace falta aceptarla y sufrirla hasta el fondo, no ocultarla. Pero siempre con el ideal de resolverla, de lograr armonizar las diferencias. De dos cosas diferentes se puede hacer nacer una síntesis que nos supere y nos mejore a los dos, aunque los dos tengamos que renunciar a algo. Siempre hay que apuntar a algo nuevo donde se superen las tensiones violentas y los intereses cerrados.

Sin querer podemos estar trabajando en círculos de paz sin estar aceptando la propia historia familiar, incluso podemos salir a la calle a pedir la paz y estar enojados con medio mundo. Esta paz es trabajosa, cuesta, porque lo más fácil sería contener o tapar las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil. Integrar es mucho más difícil y lento, pero es la garantía de una paz real y sólida.

Recordemos con cariño que si hemos hecho firmar unos compromisos por la paz a la clase política es para que nosotros como ciudadanos construyamos la paz desde nuestra identidad y así transcienda en la calle. La paz no es un producto industrial: la paz es un producto artesanal. Se construye cada día con nuestro trabajo, con nuestra vida, con nuestro amor, con nuestra cercanía, con nuestro querernos mutuamente.

La falta de fraternidad entre los pueblos hispanoamericanos y entre los habitantes de este continente americano es una causa importante de pobreza relacional debido a esa dependencia casi patológica con las ideologías políticas. Cuando redescubrimos en nuestras relaciones fraternas nuestra propia identidad compartiendo las alegrías y sufrimientos, las dificultades y logros que forman parte de la vida de cada persona entra en nuestro corazón un estado de paz que en ningún lugar se puede comprar.

El papa Francisco en la jornada mundial de la paz hace diez años compartía lo siguiente: “Cristo se dirige al hombre en su integridad y no desea que nadie se pierda. «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Jn 3,17). Lo hace sin forzar, sin obligar a nadie a abrirle las puertas de su corazón y de su mente. «El primero entre ustedes pórtese como el menor, y el que gobierna, como el que sirve» –dice Jesucristo–,«yo estoy en medio de ustedes como el que sirve» (Lc 22,26-27). Así pues, toda actividad debe distinguirse por una actitud de servicio a las personas, especialmente a las más lejanas y desconocidas. El servicio es el alma de esa fraternidad que edifica la paz”.

Seamos artesanos de la paz, aceptando nuestra propia identidad sin miedos, ni complejos. Desde nuestra realidad limitada y pecadora, pero llena de gracia. Así es nuestra historia con más luces que sombras, con el Evangelio y con nuestra propia humanidad. Llena de paz cuando es aceptada y comprometida con el pueblo de Dios.

Mons. Francisco Javier Acero

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.

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