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COLUMNA

La voz del Obispo

¿Cómo sería la Iglesia hoy si jamás se hubiera renovado? 

Ciertamente la primera comundidad, que recibió el envío de Cristo y al Espíritu Santo para continuar su misión, no tenía definidas todas sus estructuras

22 octubre, 2024

Hace unas semanas escribí un artículo que se titulaba “¿Es necesario renovar la Iglesia hoy?”, y me llamó la atención algunas de las reacciones que obtuvo el artículo. Entre los comentarios había frases como las siguientes:

  • “Es necesario y urgente regresar al origen o sea a la tradición de la iglesia ya que desde que empezaron la innovaciones es un desastre”.
  • “No, al contrario, debemos volver a las bases que dieron origen al cristianismo”.
  • “No. Se debe regresar a la tradición y dejar los modernismos del mundo”.
  • “No, ¡jamás! La tradición es bendita, sagrada”.
  • Respuesta simple: NO, en lugar de que el mundo cambie con la tradición y el magisterio de la Iglesia ella cambia con el mundo y eso no es bueno, está haciendo a un lado la liturgia que por siglos siguieron los Santos”.
  • “Dios es el mismo, ayer, hoy y mañana. Ese espíritu de renovación es lo que cada vez nos aleja más de Dios”.
  • Renovar no. Pienso que se necesita más catequesis y más comunidad.

Quisiera en esta ocasión explicar qué entiende la Iglesia por su renovación para que todos los que escribieron esto puedan estar mejor informados y con la gracia de Dios, más comprometidos con una respuesta más fiel a la misión que Cristo nos encomendó.

Para iniciar me gustaría citar al Papa Benedicto XVI, uno de los grandes intérpretes de la renovación eclesial impulsada por el Concilio Vaticano II. En diciembre del 2005, ante la curia romana el Papa expresó este pensamiento:

“Existe una interpretación del Concilio Vaticano II que podría llamar “actualización de la discontinuidad y de la ruptura”, la cual corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar. Por otra parte, está la “actualización de la reforma”, es decir, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”.

Esta imagen que utiliza el Papa Benedicto XVI me parece muy adecuada para comprender como la comunidad eclesial, crece, se desarrolla, madura, se renueva, pero lo hace como el único sujeto histórico que ha sido y que será, que es la Iglesia fundada por Jesucristo a través de los Apóstoles y los primeros testigos de su Resurrección.

Ciertamente la primera comundidad, que recibió el envío de Cristo y al Espíritu Santo para continuar su misión, no tenía definidas todas sus estructuras, ni podía comprender todas las experiencias que tendría que vivir para cumplir esta misión. Tenía que pasar el tiempo y suceder los acontecimientos que sucedieron para que el Espíritu Santo fuera guiando a la Iglesia en el cumplimiento de la misión.

Si la comunidad cristiana nunca se hubiera renovado según las exigencias que la misión le presentaba para anunciar el Evangelio no hubieran sucedido muchas de estas experiencia que a continuación menciono:

  • Los judeo-cristianos hubieran permanecido en las sinagogas y no se hubiera celebrado las Eucaristía en las casas los domingos, pues eran en principio judíos, pero al poco tiempo comprendieron que la fe les exigía renovar su manera de celebrar la presencia del Señor.
  • No hubieran existido los diáconos ni presbíteros, pues los apóstoles no hubieran transmitido su ministerio; hacerlo fue una novedad en la experiencia de la comunidad.
  • No se hubiera predicado el Evangelio a los paganos (romanos), tal como se lo reclamaron a Pedro los cristianos de Jerusalén; Pedro les mostró que la experiencia la guió el Espíritu Santo y por lo tanto deberían de actualizar su manera de pensar.
  • Se continuaría exigiendo a todo cristiano vivir a partir de los ritos judíos; esto lo resolvieron en el Concilio de Jerusalén cuando actualizaron las exigencias de la fe.
  • No se hubiera celebrado nunca en Latín, pues este se usó en la Iglesia después de una renovación del siglo IV en el que la Iglesia pasó del griego al latín todos sus rituales ante la aceptación de los cristianos en el imperio romano.
  • No tendríamos monasterios, ni monjes, heremitas. Esta experiencia sugrió hasta el siglo V.
  • No hubiera horas santas eucarísticas, pues por más de 900 años sólo se guardaba el Santísimo para los enfermos, pero no para su adoración.
  • No tendríamos vida consagrada, la cual se desarrolla con las órdenes mendicantes en el siglo XI y después se extiende a las obras de misericordia en el siglo XV.

Esta es solo una breve lista de las cosas que han ido renovándose dentro de la Iglesia y que forman parte de nuestra Tradición; como podrán ver, negar que ahora algo pueda cambiar, es negar nuestra historia. La Iglesia es siempre la misma, es el Pueblo elegido por Dios que tiene por cabeza a Cristo y es animada por el Espíritu Santo; esta es una verdad que no cambia. Sin embargo, la misión que ha de cumplir la Iglesia exige encontrar las formas adecuadas para hacer presente el Evangelio de siempre a los hombres de hoy, y esto hace que la Iglesia vaya renovándose.

En palabras de san Juan XXIII a los padres del Concilio Vaticano II: “Nuestra tarea no es únicamente guardar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos tan sólo de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temor, a estudiar lo que exige nuestra época (…). Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo”.

Cristo guíe nuestros pasos y el Espíritu Santo nos mantenga siempre fieles a la misión encomendada.