¿Por qué Dios permite que pasen cosas malas?
Dios tiene un plan para nosotros, debemos confiar en Él y decirle "Hágase tu voluntad".
La redacción de Desde la fe está compuesta por sacerdotes y periodistas laicos especializados en diferentes materias como Filosofía, Teología, Espiritualidad, Derecho Canónico, Sagradas Escrituras, Historia de la Iglesia, Religiosidad Popular, Eclesiología, Humanidades, Pastoral y muchas otras. Desde hace 25 años, sacerdotes y laicos han trabajado de la mano en esta redacción para ofrecer los mejores contenidos a sus lectores.
Lo primero para responder a esta interrogante es admitir que no lo sabemos. Si entendiéramos los designios de Dios, seríamos iguales a Él, pero no los entendemos porque somos simplemente criaturas y Él no nos ha revelado por qué permite que en cierto momento, en cierto lugar, a ciertas personas y no a otras, les suceda algo así.
No saber eso no significa que no sepamos nada de nada. Sabemos algo muy importante que Dios nos ha revelado en su Palabra: que Él es “Todopoderoso” (ver Ap 1,8), que es “Compasivo y Clemente, Paciente, Misericordioso y Fiel” (Ex 34,6); que es Bueno (ver Sal 136, 1); que nos ama con amor eterno (ver Jer 31, 3), aunque no lo merezcamos (ver Os 14,5), y que tiene para nosotros “designios de paz y no de aflicción”. (Jer 29, 11).
Es importante tenerlo en cuenta, porque cuando ocurre una tragedia, mucha gente suele sacar sólo una de tres conclusiones: que Dios es Todopoderoso, pero no es Bueno, porque permitió que sucediera ese mal; que Dios es Bueno, pero no es Todopoderoso, y por eso no pudo evitar el mal, o que Dios no es Todopoderoso ni Bueno, sino simplemente no existe. ¡Les falta llegar a una cuarta conclusión!: que Dios existe y es Todopoderoso y es Bueno, pero está muuuuuy por encima de nosotros, así que Sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni Sus caminos, nuestros caminos (ver Is 55, 8-9), por lo que no vemos las cosas desde la misma perspectiva y con frecuencia consideramos malo algo que Él no necesariamente considera así, por ejemplo, que alguien muera.
Recordemos que esta vida no es la definitiva, que estamos de paso, que nuestro destino es la vida eterna. Pensemos en quienes viajan en tren. Cuando alguien se baja en una estación, los demás pasajeros no dicen: ‘pobre, ya no va a seguir viajando, ya va a llegar a su casa’, sino lo consideran ‘suertudo’ porque ha descansado del fatigoso viaje y pronto va a abrazar a los seres queridos que lo aguardan en su hogar.
Claro, si era amigo, seguramente lamentan su ausencia porque venían platicando muy a gusto, pero no la consideran una desgracia, pues saben que se volverán a encontrar.
Del mismo modo, cuando perdemos seres queridos, nos duele su ausencia y la forma repentina o violenta en que los arrebataron de nuestro lado, pero hemos de tener la certeza de que no los perdemos para siempre, que simplemente se nos adelantaron.
Así que aunque lloremos la ausencia de los que se fueron, oremos por su eterno descanso y nos duela el dolor de sus deudos, no dudemos de que en lo sucedido no faltó la misericordia del Señor, que sabe sacar bienes de los males y todo lo permite por amor.