El camino enlodado
Decisiones inofensivas nos pueden llevar por rumbos peligrosos. Tengamos la fortaleza para aceptar cuando nos equivocamos.
Leo con tristeza la vida de un joven muerto por las balas. Según el reportero, hace pocos años el chico era un buen estudiante, activo en eventos de la comunidad y se le veía en un futuro como alguien que triunfaría.
Pero un día se le ocurrió convivir con quien no debía. En su casa le pidieron que dejara esas compañías, pero él insistía que no pasaría nada. Una cosa lo llevó a otra, de faltar a la escuela para irse de pinta acabo por abandonarla, de las cervezas pasó al alcohol y de allí a las drogas. Se inició en el robo llevándose sin pagar una cajetilla de cigarros y terminó en un charco de sangre cuando intentó robar un camión de valores. La noticia me recordó un paseo familiar. Yendo por una carretera, vimos un paso que bajaba hasta un valle verde y soleado, pero el camino estaba lleno de lodo. Evaluamos si bajábamos o no, y decidimos probar. Bastaron unos metros para darnos cuenta que el carro patinaría, pero queríamos disfrutar el paseo y en lugar de echar marcha atrás, continuamos. A la mitad, el carro patinaba peligrosamente. Intentamos regresar y no se pudo; el auto se deslizó cada vez más sin que los frenos sirvieran para algo. Ya ni siquiera disfrutamos el día. Tuvimos que ir caminando a buscar (en domingo) quién nos pudiera rescatar, lo que nos llevó horas.
Decisiones inofensivas en apariencia nos pueden llevar por rumbos peligrosos. Nuestros deseos nos pueden hacer ciegos al peligro hasta que éste nos golpea. Tengamos la fortaleza para aceptar a tiempo cuando nos equivocamos.
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