¿Se puede ser feminista y católica? 4 pensadoras que combinan la fe y la lucha por la igualdad

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COLUMNA

Columna invitada

¿Müller vs Francisco?

Mantengámonos firmes en nuestra fe, con un corazón misericordioso ante quienes no la viven a cabalidad.

13 febrero, 2019

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Quien fuera Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 2012 a 2017, el cardenal Gerhard Müller, ha publicado la que llama Declaración de Fe, en que expone puntos centrales de nuestra fe católica, como una respuesta ante la que califica como confusión en muchos sectores de la Iglesia. Teniendo como base el Catecismo de la Iglesia Católica, nos recuerda lo fundamental sobre el misterio de Dios uno y trino, revelado por Jesucristo, la Iglesia, el orden sacramental, la ley moral y la vida eterna. Resalto su negativa a que se dé la comunión eucarística a casados por la Iglesia divorciados por lo civil y que se han vuelto a casar, la no ordenación de mujeres, la confesión sacramental, algunos puntos de moral sexual, como el aborto y la homosexualidad, y la existencia del infierno. Valoro y agradezco esta iluminación, que siempre es oportuna. Sin embargo, no han faltado voces que califican este hecho como una descalificación del Papa Francisco, por la apertura de éste para replantear algunos puntos pastorales, no doctrinales, y para tratar con misericordia a quienes no viven de acuerdo con la doctrina y la praxis católica. Yo no lo veo así, pues el relativismo doctrinal y moral no es cosa de estos tiempos del Papa Francisco, sino de muchos años atrás. Basta recordar la declaración Dominus Iesus, cuando el cardenal Joseph Ratzinger era Prefecto de dicha Congregación. La Comisión Episcopal de Pastoral Profética de nuestra Conferencia, con sus Dimensiones de Biblia, Doctrina de la Fe, Evangelización, Catequesis, Misiones, Educación y Cultura, publicamos hace años algo semejante sobre el relativismo que invade a muchas personas en la Iglesia y la sociedad. El papa Francisco es totalmente ortodoxo en su doctrina, y de esto no me cabe ninguna duda. Es plenamente fiel a la Sagrada Escritura y al Catecismo de la Iglesia. Cumple su ministerio de confirmarnos en la fe católica. Sin embargo, se esfuerza por resaltar la actitud misericordiosa de Jesús, que condena el pecado, pero tiene compasión de los pecadores. Jesús es cumplidor de la Ley, pero nos hace ver que la ley central es el amor a Dios y al prójimo. Jesús no es un escriba, sólo conocedor de la Ley, sino un Dios con corazón paterno y materno, cercano a los descartados. Esa es la plenitud de la verdad de la Ley. El Papa quiere resaltar esta dimensión de escucha, de ternura, de comprensión, de cercanía, de respeto a los demás, de misericordia, y así quiere que sea la Iglesia, pero esto no es infidelidad a su misión evangelizadora, sino todo lo contrario. Yo no veo contradicción entre las posturas del Papa y las del cardenal Müller, sino complementación. Uno insiste en un aspecto, otro en el que no es contrario, sino complementario. Ambos sirven a la Iglesia y a la humanidad, aportando su propia experiencia eclesial y su punto de vista pastoral. Uno es alemán, el otro latinoamericano. Esa es la riqueza de una Iglesia pluricultural, que mantiene la unidad en la fe.

PENSAR

Algo que ha recibido distintas interpretaciones es la posibilidad de aceptar o no a la comunión eucarística a casados divorciados vueltos a casar. El Papa Francisco, en Amoris laetitia, nos pide a los pastores discernir casos y situaciones, para decidir lo conveniente. No abre la puerta a todos, sino que insiste en escuchar y comprender a las personas, y no excluye categóricamente que la puedan recibir. Aquí está la discusión fundamental y la condena que hacen del Papa por su apertura, siendo ésta, en mi concepto, la actitud de Jesús, quien no está de acuerdo con el pecado; lo condena; pero comprende, respeta y atiende al pecador. Dice el Papa: “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad” (AL 243). “Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas… A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. (En la nota marginal 351, agrega: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos… La Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”).  El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. La pastoral concreta de los ministros y de las comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad” (AL 305). “En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la via caritatis. La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12; Ga 5,14). No olvidemos la promesa de las Escrituras: «Mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados» (1 P 4,8); «expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo los pobres» (Dn 4,24). «El agua apaga el fuego ardiente y la limosna perdona los pecados» (Si 3,30) (AL 306). Puedo compartir, al respecto, dos casos que he atendido. Hace más de 30 años, antes de ser obispo, fui a celebrar una Misa exequial. Una mujer, bañada en lágrimas, pidió confesarse, para poder comulgar, porque quería reconciliarse con su padre, el difunto, pues se consideraba culpable de haberlo hecho sufrir, al separarse del marido, con quien se había casado por la Iglesia, y estar ahora viviendo con otro hombre. Desde luego le advertí que no era posible. Sin embargo, su dolor era tan grande, y tanta su necesidad de reconciliarse con su padre, que la absolví y le di la comunión, por única vez, de lo cual ella estaba plenamente consciente. Esto fue mucho antes de Amoris Laetitia. Hace tres años, confesando en la catedral de mi diócesis, como acostumbraba hacerlo cada domingo, una mujer se acercó y confesó una larga historia de pecados gravísimos, de los cuales estaba muy arrepentida. Ya no podía soportar ese peso y quería deshacerse de esa historia. Sin embargo, estaba viviendo con un hombre que había sido casado por la Iglesia, y por tanto no se podían casar ahora. Por tanto, tampoco podía confesarse. Sin embargo, al ver su dolor y el arrepentimiento por su pasado, para liberarla de esos pecados, le di la absolución y le indiqué que podía comulgar, por única ocasión. Allí nadie la conocía. Si me equivoqué, asumo mi responsabilidad. Si me enlodé en el barro, fue por liberarles de esa pesada carga que llevaban. Sin embargo, a algunos sobrinos, cuya ceremonia nupcial presidí y que ahora, por diferentes razones, viven con otra mujer, no les he permitido comulgar, porque su caso es muy distinto.

ACTUAR

Mantengámonos firmes en nuestra fe, con un corazón misericordioso ante quienes no la viven a cabalidad. Te puede interesar: Bienaventuranzas de los políticos Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe

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Quien fuera Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 2012 a 2017, el cardenal Gerhard Müller, ha publicado la que llama Declaración de Fe, en que expone puntos centrales de nuestra fe católica, como una respuesta ante la que califica como confusión en muchos sectores de la Iglesia. Teniendo como base el Catecismo de la Iglesia Católica, nos recuerda lo fundamental sobre el misterio de Dios uno y trino, revelado por Jesucristo, la Iglesia, el orden sacramental, la ley moral y la vida eterna. Resalto su negativa a que se dé la comunión eucarística a casados por la Iglesia divorciados por lo civil y que se han vuelto a casar, la no ordenación de mujeres, la confesión sacramental, algunos puntos de moral sexual, como el aborto y la homosexualidad, y la existencia del infierno. Valoro y agradezco esta iluminación, que siempre es oportuna.

Sin embargo, no han faltado voces que califican este hecho como una descalificación del Papa Francisco, por la apertura de éste para replantear algunos puntos pastorales, no doctrinales, y para tratar con misericordia a quienes no viven de acuerdo con la doctrina y la praxis católica. Yo no lo veo así, pues el relativismo doctrinal y moral no es cosa de estos tiempos del Papa Francisco, sino de muchos años atrás. Basta recordar la declaración Dominus Iesus, cuando el cardenal Joseph Ratzinger era Prefecto de dicha Congregación. La Comisión Episcopal de Pastoral Profética de nuestra Conferencia, con sus Dimensiones de Biblia, Doctrina de la Fe, Evangelización, Catequesis, Misiones, Educación y Cultura, publicamos hace años algo semejante sobre el relativismo que invade a muchas personas en la Iglesia y la sociedad.

El papa Francisco es totalmente ortodoxo en su doctrina, y de esto no me cabe ninguna duda. Es plenamente fiel a la Sagrada Escritura y al Catecismo de la Iglesia. Cumple su ministerio de confirmarnos en la fe católica. Sin embargo, se esfuerza por resaltar la actitud misericordiosa de Jesús, que condena el pecado, pero tiene compasión de los pecadores. Jesús es cumplidor de la Ley, pero nos hace ver que la ley central es el amor a Dios y al prójimo. Jesús no es un escriba, sólo conocedor de la Ley, sino un Dios con corazón paterno y materno, cercano a los descartados. Esa es la plenitud de la verdad de la Ley. El Papa quiere resaltar esta dimensión de escucha, de ternura, de comprensión, de cercanía, de respeto a los demás, de misericordia, y así quiere que sea la Iglesia, pero esto no es infidelidad a su misión evangelizadora, sino todo lo contrario.

Yo no veo contradicción entre las posturas del Papa y las del cardenal Müller, sino complementación. Uno insiste en un aspecto, otro en el que no es contrario, sino complementario. Ambos sirven a la Iglesia y a la humanidad, aportando su propia experiencia eclesial y su punto de vista pastoral. Uno es alemán, el otro latinoamericano. Esa es la riqueza de una Iglesia pluricultural, que mantiene la unidad en la fe.

PENSAR

Algo que ha recibido distintas interpretaciones es la posibilidad de aceptar o no a la comunión eucarística a casados divorciados vueltos a casar. El Papa Francisco, en Amoris laetitia, nos pide a los pastores discernir casos y situaciones, para decidir lo conveniente. No abre la puerta a todos, sino que insiste en escuchar y comprender a las personas, y no excluye categóricamente que la puedan recibir. Aquí está la discusión fundamental y la condena que hacen del Papa por su apertura, siendo ésta, en mi concepto, la actitud de Jesús, quien no está de acuerdo con el pecado; lo condena; pero comprende, respeta y atiende al pecador.

Dice el Papa: “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial. Estas situaciones exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad” (AL 243).

“Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran piedras que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas… A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. (En la nota marginal 351, agrega: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos… La Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”).  El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades. La pastoral concreta de los ministros y de las comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad” (AL 305).

“En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la via caritatis. La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos (cf. Jn 15,12; Ga 5,14). No olvidemos la promesa de las Escrituras: «Mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados» (1 P 4,8); «expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo los pobres» (Dn 4,24). «El agua apaga el fuego ardiente y la limosna perdona los pecados» (Si 3,30) (AL 306).

Puedo compartir, al respecto, dos casos que he atendido. Hace más de 30 años, antes de ser obispo, fui a celebrar una Misa exequial. Una mujer, bañada en lágrimas, pidió confesarse, para poder comulgar, porque quería reconciliarse con su padre, el difunto, pues se consideraba culpable de haberlo hecho sufrir, al separarse del marido, con quien se había casado por la Iglesia, y estar ahora viviendo con otro hombre. Desde luego le advertí que no era posible. Sin embargo, su dolor era tan grande, y tanta su necesidad de reconciliarse con su padre, que la absolví y le di la comunión, por única vez, de lo cual ella estaba plenamente consciente. Esto fue mucho antes de Amoris Laetitia. Hace tres años, confesando en la catedral de mi diócesis, como acostumbraba hacerlo cada domingo, una mujer se acercó y confesó una larga historia de pecados gravísimos, de los cuales estaba muy arrepentida. Ya no podía soportar ese peso y quería deshacerse de esa historia. Sin embargo, estaba viviendo con un hombre que había sido casado por la Iglesia, y por tanto no se podían casar ahora. Por tanto, tampoco podía confesarse. Sin embargo, al ver su dolor y el arrepentimiento por su pasado, para liberarla de esos pecados, le di la absolución y le indiqué que podía comulgar, por única ocasión. Allí nadie la conocía. Si me equivoqué, asumo mi responsabilidad. Si me enlodé en el barro, fue por liberarles de esa pesada carga que llevaban.

Sin embargo, a algunos sobrinos, cuya ceremonia nupcial presidí y que ahora, por diferentes razones, viven con otra mujer, no les he permitido comulgar, porque su caso es muy distinto.

ACTUAR

Mantengámonos firmes en nuestra fe, con un corazón misericordioso ante quienes no la viven a cabalidad.

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Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe