Vivimos en una época marcada por la indiferencia, la apatía y hasta la violencia, hoy el número de personas que se alejan de la fe o a las que les da pena abrazar su religión es, tristemente, cada vez más evidente. Por supuesto que muchos factores han influido en que nos mostremos reacios a predicar abiertamente nuestro amor por Jesucristo o nuestra esperanza en sus enseñanzas.
Es así que hoy debemos plantearnos con urgencia la necesidad de vivir nuestra profesión de fe católica con amor y sin avergonzarnos, porque ésta es el núcleo de nuestra existencia y una guía que ilumina nuestras decisiones diarias. Bien lo mencionaba San Pablo en su carta a los Romanos: “No me avergüenzo del Evangelio, porque es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree”.
La importancia de vivir la fe radica en su capacidad transformadora, no se trata solo de asistir a misa o rezar de vez en cuando, sino más bien de vivir el mensaje de Cristo en cada acción; hoy los católicos estamos llamados a ser testigos de la esperanza. Avergonzarnos de nuestra fe equivale a renunciar a esta misión, ¿cómo podemos promover la justicia si nos escondemos? ¿Cómo infundir amor al prójimo
si tememos mostrar empatía y compromiso?
Es cierto que nuestra era ha sufrido cambios significativos, y es por ello que es más necesario que nunca hacer un llamado al diálogo y al encuentro; a construir más puentes y menos muros, porque Jesús nos enseñó que el amor genuino rompe barreras.
Sin embargo, este llamado resulta imposible desde una actitudes timoratas y vergonzantes, porque ésta nos paraliza, nos hace conformarnos con una fe que no incomoda pero que tampoco transforma. Como dice el Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium, “la fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo”. Si nos contenemos, cedemos terreno a la indiferencia permitiendo que se convierta en una norma, en cambio, al vivir la fe abiertamente, contribuimos a una sociedad más humana.
Sentirnos orgullosos de nuestra fe es esencial, especialmente ahora, cuando la indiferencia espiritual y la violencia física e ideológica proliferan; los católicos tenemos una religión de vida, no de muerte. Volver a las verdaderas enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo y de Dios mismo significan redescubrir su mensaje de amor infinito, misericordia y perdón. En un mundo donde las redes sociales amplifican la confrontación, la polarización y hasta el odio, el evangelio católico nos invita a ser contraculturales: a perdonar setenta veces siete, a bendecir a los enemigos y a servir a nuestros hermanos.
Vivir la fe sin avergonzarnos es un acto de valentía, nos libera para dialogar, y actuar motivados por la esperanza y la caridad, es tiempo de alejarnos de los temores, de coadyuvar para generar una ciudadanía que trabaje en la construcción de la paz y la justicia para que estos a su vez promuevan una armonía integral. Analista
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