Es probable que la indiferencia, la indolencia y el rencor se estén haciendo mucho más presentes en la actualidad, se han convertido en algo parecido a un virus que avanza, imparable, a través de la sociedad, y es que día con día nos encontramos con personas a quienes los problemas cotidianos, el tráfico incesante y las cuestiones laborales, económicas o familiares, entre otros, los hacen reaccionar con actitudes agresivas que desencadenan un efecto dominó negativo.

Cierto es que la vida se ha tornado mucho más violenta, esto podría atribuírsele a diversas situaciones, tanto personales como sociales; ante ello ¿hay algo que podamos hacer?, ¿existe algún método para disminuir de alguna manera las agresiones?, ¿cómo escapar del impacto que persiste después de tener un mal momento o enfrentar alguna situación negativa?

Quizá existen múltiples respuestas dentro de las cuales podríamos citar técnicas de respiración y breves meditaciones, que tristemente, en momentos de violencia son las últimas en aparecer por nuestra mente, sin embargo, de lo que sí estoy seguro es que los pequeños actos de bondad pueden transformar con rapidez no solo nuestra actitud sino también el entorno en el que nos encontramos.

La bondad es una emoción edificante y puede llegar a ser contagiosa, incluso el  Instituto de la Bondad Bedari de la Universidad de California en Los Ángeles, un organismo dedicado a la investigación, la educación y la práctica de la bondad, con el objetivo de transformar al individuo y la sociedad a partir de su comprensión y práctica, afirma que: “En distancias cortas realizamos constantes y pequeñas manifestaciones de amabilidad, no sólo porque nos nace del corazón, sino porque nos aporta una satisfacción especial”.

En un mundo donde la inmediatez se ha convertido en una necesidad a satisfacer, pareciera que detenernos o realizar actos como darle la mano a un compañero, ceder el lugar en el tráfico o en la fila, abrirle la puerta a alguien, detenerte a saludar a un vecino con un “buen día”, o incluso dar las gracias, aunque no lo parezca inducen a una transformación contagiosa casi inminente y significativa.

No intento decir que salgamos al mundo inmersos en una realidad utópica, sino que volvamos a aquellas mínimas acciones que nos acercaban a nuestro prójimo, que nos permitan creer nuevamente en la humanidad, aproximarnos con gentileza, generosidad y empatía a quién requiere ayuda, pero sobre todo, no olvidemos aquella frase de la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer grandes cosas en esta tierra, solo pequeñas cosas con gran amor”. Amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismo.

*Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación. *Si deseas recibir mis columnas en tu correo electrónico, te puedes suscribir a mi lista en el siguiente vínculo: http://eepurl.com/Ufj3n

Simón Vargas Aguilar

Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.

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