Antier domingo 30 de noviembre, dio inicio el Adviento del 2025, cuatro semanas que no solo sirven para encender velas y colocar coronas navideñas, sino que además se convierten en un tiempo de reflexión y sobre todo de introspección que al final se transforman en referentes ahora que el mundo parece perder el rumbo.

Este tiempo no es un simple preámbulo navideño; es un alto en el camino. Nos invita a la reflexión profunda, a cuestionarnos cuál es nuestra misión en la vida. Es momento de preparar el corazón para recibir a Jesucristo, quien nos invitó a no solo evaluar el exterior sino a tener consciencia de que: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). Esa frase, tan citada y a veces tan poco entendida, es la clave del Adviento: Dios no viene desde afuera a resolvernos la vida; viene a recordarnos lo que ya habita en nosotros si nos atrevemos a atender su palabra.

Este tiempo también implica, sobre todo, practicar el amor al prójimo con la precisión que Jesús enseñó. Amar al que piensa distinto, al que cruza la frontera huyendo de la pobreza y la violencia, al que delinque porque no tuvo otras opciones; porque en cada acto de amor desinteresado se hace visible el Reino que llevamos dentro.

Hoy confrontamos una realidad crítica, una economía mundial cada vez más comprometida, con recesiones anunciadas. Además, hay que sumar inseguridad, secuestros, desapariciones, extorsiones digitales, y el crimen organizado que infringe terror en comunidades enteras. Y encima, la inestabilidad política que ha hecho mucho más evidentes los problemas sociales que nos aquejan como sociedad.

Frente a este panorama, el Adviento nos llama a prepararnos. Preparar el alma, sí, pero también la familia, la comunidad, la República. Prepararnos para un entorno cada vez más complejo. Aprender a cuidar nuestro cuerpo, nuestro hábitat, a ahorrar y a confiar en la solidaridad y la empatía como herramientas indispensables en un ambiente cada vez más fragmentado.

Porque cuando las instituciones fallan, lo único que queda son las redes pequeñas de confianza mutua, las iglesias y templos que enseñan solidaridad y misericordia , las familias que se ayudan, los amigos que no se abandonan. Esa es la verdadera preparación: tejer ahora los lazos que sostendrán nuestro futuro.

El Adviento, en definitiva, es el tiempo de la fe, de quienes se atreven a creer que otro mundo es posible porque primero cambian ellos mismos, de quienes entienden que la luz no llega mágicamente el 25 de diciembre, sino que se enciende cada vez que alguien decide amar contra toda lógica aparente.

Como dijo el Papa León XIV en su primera homilía de Adviento: “Queremos caminar juntos, valorando lo que nos une, derribando los muros del prejuicio y la desconfianza, favoreciendo el conocimiento y la estima mutua, para dar a todos un fuerte mensaje de esperanza y una invitación a convertirse en ‘artífices de la paz.’

Simón Vargas Aguilar

Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.

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