La Navidad, esa época del año que ilumina las calles con luces multicolores y llena los hogares de aromas a pino y galletas recién horneadas, va mucho más allá de los regalos envueltos y las cenas opulentas. En su núcleo late el recuerdo de un evento trascendental: el nacimiento de Jesucristo en un humilde pesebre de Belén. Este milagro estuvo envuelto en un manto de amor profundo y divino; fue un acto de humildad rodeado de afecto genuino, recordándonos que lo divino se revela en lo simple.
Pero la importancia del nacimiento de Jesucristo radica en el mensaje que trajo al mundo; desde su llegada, encarnó un evangelio de amor al prójimo, tolerancia y respeto, todo enmarcado en una obediencia total a la voluntad de Dios. En una época marcada por la opresión, la desigualdad y la violencia, su llegada fue luz de esperanza.
La tolerancia que predicó se convirtió en una fuerza activa: perdonar setenta veces siete, poner la otra mejilla, ver en el otro un reflejo de la divinidad. El respeto que promovió se basó en reconocer la dignidad inherente de cada persona, creada a imagen y semejanza de Dios. Jesús no vino a imponer su voluntad, sino a cumplir la de Dios, diciendo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
En esta Navidad, cuando el mundo parece fracturado por divisiones políticas, económicas, sociales y culturales, su mensaje resuena con urgencia: el amor verdadero florece en la tolerancia, el respeto mutuo y la sumisión al plan superior de Dios. Todos enfrentamos dificultades y adversidades: afectaciones económicas, enfermedades, conflictos familiares o la soledad que acecha. Aquí es donde Jesús se convierte en un ejemplo, no se rebeló ni desesperó; en cambio, confió en Dios. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, dijo en su agonía.
En nuestras tormentas personales, su resiliencia nos invita a sostenernos con fe. La Navidad no promete eliminar el sufrimiento, pero nos insta a que no debemos olvidar que Dios nos acompaña en cada paso, lo que nos permite transformar el dolor en oportunidad de crecimiento personal y espiritual.
Una de las partes más importantes de esta celebración es pasar tiempo en familia y con seres queridos: compartir recuerdos alrededor de la mesa, intercambiar historias y fortalecer lazos que nos sostienen en los días difíciles. Pero incluso aquí, Jesús nos enseña a aceptar la voluntad divina. ¿Y si la familia está lejos por circunstancias inevitables? ¿O si el duelo por un ser querido empaña la alegría? la Navidad no es solo sobre lo que queremos, sino sobre lo que Dios permite. Aceptar su voluntad significa encontrar paz en lo imprevisible y tratar de ver bendiciones en lo inesperado.
La Navidad nos invita a redescubrir el nacimiento de Jesucristo como un llamado a vivir con amor, tolerancia y respeto, siempre en obediencia a Dios. Siguiendo su ejemplo en las dificultades, abrazando su sabiduría y aceptando su voluntad. Que este año, entre villancicos y abrazos, recordemos que el verdadero regalo es Jesús mismo, y que en su nacimiento encontramos la clave para una vida plena. Que la paz y la bendición de Dios permanezcan en nuestros corazones.
¡Feliz Navidad!
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