HECHOS

Hace poco más de un año, en San Cristóbal de Las Casas, asesinaron al sacerdote tsotsil Marcelo Pérez, porque unas familias, que desde hace años ostentan el poder municipal, lo consideraban contrario, siendo que el sacerdote sólo buscaba la paz y el respeto entre grupos indígenas. Su muerte no la provocó un grupo del crimen organizado, sino un sicario contratado para ello. Todos estamos expuestos. Un obispo nos compartía que debe andar protegido con escoltas, por las amenazas que ha recibido al denunciar las injusticias y arbitrariedades de grupos delincuentes, también por la extracción ilegal de madera.

A un sobrino lejano, campesino pobre, hace como diez años lo levantaron y se lo llevaron a las montañas de Guerrero, para obligarlo, igual que a otros, a sembrar, cultivar y cuidar la mariguana, que un grupo armado comerciaba. Los trataban como esclavos y con sus armas los vigilaban para que no escaparan. Pasaban lo meses y no teníamos ninguna información, ni pedían alguna cantidad como condición para liberarlo. Afortunadamente, en un descuido de sus custodios, se escapó y llegó a su casa todo golpeado y flaco, pues apenas les daban algo de comer. Así hacen con jóvenes a quienes secuestran, o a quienes engañan con ofertas de trabajo, para obligarlos a extorsionar e incluso a matar, son pena de, si no lo hacen, los torturan y hasta los eliminan.

En nuestra región, el grupo armado controla y cobra por todo; sus integrantes se han enriquecido en forma desmedida. No puedes comprar materiales de construcción sino a quienes ellos designan y al precio que ponen. No puedes comprar una res, un cerdo o u borrego a quienes tú quieras, por ejemplo para hacer y vender taquitos, sino al que ellos imponen. Todos deben pagar una cuota por cualquier cosa que comercien, desde antojitos en el mercado o en la plaza local, hasta el huevo, las tortillas y los cigarros. A los campesinos les exigen una cuota anual por cualquier cosa que cultiven. A quienes emigran a los Estados Unidos buscando trabajo, les cobran miles de dólares, y si no los pagan, se desquitan con sus familias. Los taxistas son controlados por ellos, para servirles como halcones, para bloquear carreteras, o para llevar un paquete a un lugar, sin saber lo que llevan; puede ser droga, armas o dinero; y si los detiene la policía, quienes van a dar a la cárcel son los taxistas. Los grupos delincuentes son los que gobiernan y por todo hay que pagarles. Algunos gobernantes locales también se les someten, no por su voluntad, sino obligados, so pena de muerte.

ILUMINACION

Los obispos mexicanos, en nuestro mensaje al final de la reciente asamblea, expresamos:

“Sacerdotes, religiosas, agentes de pastoral, incluso algunos políticos que buscan cambiar esta situación han sido amenazados y asesinados ante la impotencia ciudadana. Hemos tenido que llorar la muerte de varios hermanos presbíteros que dieron su vida sirviendo a sus comunidades. Sentimos el dolor por todos aquellos que buscando el bien han sido sacrificados.

Nuestros jóvenes están siendo secuestrados y llevados a los campos de corrupción o exterminio convirtiéndose en uno de los más grandes dramas de nuestra sociedad. Todo esto nos habla de la degradación social a la que hemos llegado y que exige una conversión profunda de quienes han optado por el mal. Hacemos un enérgico llamado a una conversión personal y social para alcanzar una verdadera transformación.

La migración forzada continúa. Miles de mexicanos se ven obligados a abandonar sus tierras, no solo por buscar mejores oportunidades, sino también por huir de la violencia. Y los que migran se encuentran con nuevas formas de violencia en el camino. Por nuestro territorio cruzan miles de hermanos centroamericanos y de otros continentes, víctimas de extorsión, secuestro, trata y muerte.

Y en cada una de estas realidades, la Iglesia está presente con casas del migrante, albergues, defensa de derechos y acompañamiento pastoral. El rostro del migrante es el rostro de Cristo crucificado hoy.

No debemos quedarnos en estadísticas frías que nos dan cuenta de todas estas realidades de inseguridad, de pobreza e injusticia. Son rostros concretos. Son familias destrozadas. Son madres que lloran a sus hijos. Son comunidades indefensas y empobrecidas. Nosotros como pastores, no podemos permanecer indiferentes.

Hermanos migrantes, ustedes que sufren la violencia, las amenazas, el miedo, el desplazamiento forzado, sepan que sus obispos están con ustedes. Escuchamos su clamor, compartimos su angustia, acompañamos su dolor. Y queremos que el testimonio de nuestros mártires sea fuente de esperanza: ellos vencieron porque Cristo venció, y nosotros también venceremos si permanecemos unidos a Él”.

ACCIONES

Quienes podamos acercarnos a autoridades de cualquier nivel, con toda prudencia, pero también con valor, hay que informarles de estas arbitrariedades, con la esperanza de que hagan algo para poner orden. Oremos por ellos, para que Dios les ilumine y fortalezca.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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