El sufrimiento de las víctimas es real: familias de Zacatecas relatan insomnio, ansiedad y miedo. Foto: Especial
I. Un caso estremecedor
“Nos quitaron la ropa con IA. A todos nos subieron desnudos, como si estuviéramos posando para páginas de pornografía”.
Imagina recibir esas imágenes de tus hijos. El dolor sería inmenso, sobre todo al descubrir la negligencia de quienes debían protegerlos. Así lo denuncian familias de una secundaria en Zacatecas, México, donde cerca de 400 estudiantes fueron víctimas del robo de su identidad digital. Fotografías tomadas en la escuela fueron manipuladas con IA y colocadas en contextos sexuales ficticios. El presunto responsable, un alumno de 14 años, habría creado un catálogo con nombres y grados de sus compañeros. Más allá del hecho puntual, esto revela una mutación de la violencia sexual en la era digital.
II. Una epidemia global de violencia sintética
Los deepfakes —imágenes o videos creados mediante IA— se han vuelto herramientas para fabricar pornografía no consentida. El informe State of Deepfakes 2023 señala que el 96 % del contenido generado con estas tecnologías es sexual y que el 99 % de las víctimas son mujeres. El experto en ciberseguridad Colm Gannon advierte de un aumento mundial de más del 1,325 % de material con menores generado por IA. Zacatecas no es una excepción: en Almendralejo (España, 2024), quince adolescentes fueron declarados culpables y varios padres multados. Los patrones se repiten: contexto escolar, víctimas menores, herramientas gratuitas y redes sociales como amplificadores.
III. Cómo se gesta esta patología social
1. Masificación digital
Muchos padres entregan un teléfono a sus hijos y suponen que, por ser «nativos digitales», sabrán usarlo con criterio. Unicef España (2025) reveló que más de la mitad de los niños de primaria tiene celular con internet y el 92 % de los adolescentes del bachillerato. Cuatro de cada diez duermen con él. El móvil se convierte en un niñero algorítmico sin conciencia, diseñado para mantenerlos conectados, no para cuidarlos. Ese flujo constante de estímulos —scroll infinito, dopamina y aparente libertad— no educa.
2. La pornificación cultural
Muchos menores se exponen a la pornografía antes de los 10 años, a menudo sin buscarla. Uno de cada cinco desarrolla un consumo problemático. Este material fomenta la violencia sexual, el sexting —envío de material sexual— y el grooming —el acoso de adultos a menores en línea—. La exposición precoz distorsiona la percepción del cuerpo, del deseo y del consentimiento: el cerebro aprende que la violencia forma parte del placer.
3. El espejismo de lo digital
La idea de que «si es virtual, no hace daño» es falsa. El sufrimiento de las víctimas es real: familias de Zacatecas relatan insomnio, ansiedad y miedo. Ese mismo espejismo se repite en juegos en línea y redes sociales cuyos algoritmos, como advierte Global Witness, pueden dirigir a menores hacia contenido sexual.
4. La industria de la personalización
Ya no solo se consume pornografía: se fabrica. Basta un rostro y una instrucción para crear una escena falsa. La frontera entre espectador y productor desaparece, y la agresión se vuelve personal y concreta
IV. Perspectiva clínica y teológico-moral
El psiquiatra Otto Kernberg describe en estos agresores déficit de empatía, cosificación del otro y disociación entre la acción técnica y sus consecuencias humanas. La neurociencia recuerda que la corteza prefrontal —sede del juicio moral— madura hacia los 25 años. El adolescente maneja un poder tecnológico que excede su capacidad de prever el daño. Eso no lo exime, pero exige una respuesta educativa integral: muchos agresores son también víctimas de una cultura sin límites.
Desde la teología moral, esta violencia rompe tres pilares:
Como recordó el Papa León XIV, la IA es «una prueba moral para la humanidad… su desarrollo solo será humano si mejora las relaciones entre las personas y no sustituye la relación viva que nos hace semejantes a Dios».
V. Reparar el daño
VI. Humanidad a prueba
Los jóvenes de Zacatecas —y tantos otros en el mundo— nos recuerdan que la dignidad humana no puede digitalizarse. O construimos una algorética basada en el respeto a cada persona, o aceptamos una cultura donde la violación puede fabricarse y consumirse sin culpa. El Papa León XIV advierte: «la tecnología, cuando se aparta del bien común, se vuelve contra el hombre…la IA no es solo una revolución técnica, sino un examen de conciencia colectivo». El Evangelio pregunta con fuerza renovada: ¿Somos guardianes de nuestros hermanos también en el mundo digital?
El tiempo de callar terminó. Ahora toca proteger, educar y reparar.
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