Seguramente muchos hemos escuchado la historia de San Felipe Neri, que narra la penitencia que dejó a una mujer que se confesó de haber difamado a otra persona. El santo, como expiación, le pidió llevarle al siguiente día, una gallina que iría desplumando camino de su casa a la parroquia.
Temprano la señora llegó a la iglesia con la gallina ya sin plumas, pero el santo le pidió entonces que regresara sobre sus propios pasos a recoger absolutamente todas las plumas que había tirado por el camino; ella, visiblemente sorprendida, respondió que eso era imposible, pues ya se habían esparcido con el viento. Así, San Felipe le hizo comprender la gravedad de su falta pues no obstante su arrepentimiento, las palabras dichas seguirían llegando a todas partes como las plumas de la gallina, causando daño a la persona víctima de la murmuración.
Hoy en día le murmuración, la difamación y la calumnia se han convertido en un tema habitual y hasta divertido en los ambientes que convivimos, en los medios de comunicación y en las redes sociales. Una noticia llega al otro extremo del mundo en cuestión de segundos, y si es, sobre la vida de cualquier personaje público: artista, político, empresario, líder social, etc., se va aderezando con los diferentes puntos de vista, simpatías o antipatías de quien la va transmitiendo. Son muy, muy preocupantes los alcances y el impacto que algunos “influencers” tienen, y que han hecho del escándalo un jugoso negocio y un camino a la fama, suponiendo y exponiendo la vida de otros sin dimensionar la magnitud y el alcance del daño que pueden provocar.
Pero es especialmente doloroso lo que nos está sucediendo a quienes somos hermanos en Cristo, y sin embargo, nos acusamos y denostamos sin caridad alguna, murmurando, difamando e incluso calumniando; divididos como “zurdos”, o como “extrema derecha”; justificando según la visión sesgada que tengamos, o condenando posturas y declaraciones de sacerdotes, obispos y cardenales; poniendo en tela de juicio al mismo Papa Francisco, sus intenciones, sus decisiones, y hasta sus esonncíclicas.
Como plumas de gallina en un remolino, a través de X y otras redes, llegan los comentarios soeces contra nuestro Papa, de quienes han sido líderes defensores de la vida y los derechos humanos; o de quienes en su momento hicieron tanto bien a los católicos a través de los medios de comunicación, pero hoy la soberbia les ciega para ser obedientes y aceptar el camino de misericordia y la intolerancia al abuso, por el que nos conduce el Santo Padre Francisco.
Los resultados de las posturas públicas, sembradas por quienes queriendo hacer un bien, cegados por la soberbia (la misma que enfrentó a Luzbel con Dios), han sembrado la división, la duda y la desesperanza entre los cristianos, han dado una imagen distorsionada de nuestra fe a los no creyentes, dañan la buena fama de sacerdotes, obispos y del sucesor de Pedro, sembrando división, dudas y desesperanza.
Como cristianos, podemos evitar ser parte de las murmuraciones y calumnias que nos debilitan como Iglesia, atendiendo el llamado de unidad del Papa, orando especialmente por él y por nuestros hermanos.
“Al atardecer de los tiempos, seremos juzgados en el amor” dice San Juan de la Cruz.
“¿Cuánto has amado? “ Será la gran pregunta que deberemos responder.
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