Consuelo Mendoza
“¿Cómo le hiciste para cuidar tantos hijos?” me dijo mi nieta, de apenas siete años, con una carita llena de sorpresa y curiosidad. La duda le surgió cuando sus papás le dijeron, que saldrían de viaje y la abuela se
haría cargo de ella y de su hermanita durante una semana. Justificadamente les expresó su duda sobre mi capacidad para hacerlo, pero su mamá le respondió:
“Pudo con siete hijos ¿crees que no pueda con dos nietas?” la respuesta fue suficiente para tranquilizarla y despertar su enorme curiosidad. Así que cuando llegué, me recibió con esa, y mil, mil preguntas más.
Los días pasaron volando, intentando cumplir con esas actividades y deberes que las mamás repiten con sus hijos día tras día. Disfruté cada momento con ellas, con la nostalgia que despiertan los recuerdos, las concesiones que solo a los abuelos les es permitido conceder y las limitaciones de una abuela un poco
cansada.
Esperaba los momentos propicios para contarles alguna historia familiar, deseando complacer su infinita curiosidad; así conocieron más del abuelo consentidor, de sus tíos, y por supuesto de su papá y de cómo era la vida diaria en la familia paterna.
Con los años aprendes que detrás de las preguntas de los niños, existe una gran necesidad de pertenencia y apego que les permitan sentirse seguros, protegidos, amados y aceptados. Satisfacer su curiosidad con paciencia, con la verdad, y con respuestas acordes a su edad, les refuerza el sentido de identidad, les responde la inevitable pregunta: “¿de dónde vengo?” y los conecta entrañablemente con su
entorno familiar y social, en el que, además de los padres, están otras personas que juegan un rol importante en su vida: abuelos, tíos, primos, amigos cercanos; conociendo y comprendiendo poco a poco, las circunstancias en las que crecieron, el ambiente en que se desarrollaron, sus logros y los obstáculos a los que se enfrentaron.
Un árbol frondoso, les debe su hermosura y resiste las tormentas, gracias a las raíces y al tronco que lo alimentan y lo sostienen; así el árbol familiar se nutre del pasado, se sostiene en los momentos difíciles con la fuerza de los valores que le permiten crecer, y se enriquece con las vidas que llegan, llenando, igual que al árbol lleno de frutos, de nuevos nidos, ilusiones, amor y esperanza. Nuestros niños y adolescentes deben conocer la historia de su árbol, para que lo cuiden, lo valoren, lo disfruten y se sientan orgullosos de ser parte importante de él; descubriendo, como un refugio, el cobijo de su sombra protectora.
Las personas mayores, dijo el Papa Francisco, son la memoria de los pueblos, y sobre todo, la de las familias. Mis nietas continuarán la historia, y algún día, también podrán platicarla llenas de amor y de ternura.
“Los abuelos son como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios “nidos”, aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo”. Papa Francisco.
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