Del santo Evangelio según san Marcos (Mc 12, 28-34 )
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
En la época de nuestro Señor Jesucristo todo mundo estaba de acuerdo en que amar a Dios por sobre todas las cosas era lo más importante de la Ley de Moisés. Sin embargo, había serias discusiones sobre el modo más adecuado de manifestar dicho amor.
Cuando nosotros leemos los diez mandamientos que están enunciados en el libro del Éxodo (Ex 20,1-6) vemos que el primero está fuertemente relacionado con el culto, pues Dios pide a su pueblo que no ponga otro Dios delante de él, ni les rindan culto. Esto hacía pensar a algunos que el amor a Dios se expresaba particularmente en el servicio religioso de los sacrificios y los holocaustos. Sin embargo, la larga tradición profética y la tradición deuteronomista dio a saber al pueblo que el culto por sí solo no cumplía el deber impuesto en el primer mandamiento.
En los diez mandamientos expresados en el libro del Deuteronomio (Dt 5,1-22) es notorio que ellos están orientados también a velar por el provecho de los demás, por ejemplo pide al judío dar un día de descanso a la semana también al forastero y al esclavo (5,14-15). Los profetas más de una vez dicen de parte del Señor que Él no necesita víctimas de carne y sebo, que los atrios de su casa están llenos de sangre derramada injustamente.
La frase dicha por el maestro de la Ley resume el pensamiento veterotestamentario de que el amor al prójimo es verdadero amor a Dios y antecede a los sacrificios y al culto en general. Por otra parte sería un error decir que Jesucristo instituyó una espiritualidad que descalifica el culto o las acciones explícitamente religiosas. Cuando fue cuestionado si venía a abolir la Ley de Moisés, Jesús aclaró “yo no he venido a abolir la Ley ni los profetas sino a darles pleno cumplimiento, de tal manera que todo aquel que cumpla le Ley y eso enseñe será grande en el Reino de los Cielos, en cambio quien no cumpla la Ley y eso enseñe será pequeño en el Reino de los Cielos” (cfr. Mt 5,17-19).
El Señor Jesús no fue un anarquista, ni escéptico con respecto a las instituciones de su época, respetó y dio su sentido y lugar a todo.
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