La guerra de las encuestas y la decisión ciudadana
No dejemos en manos de otros, ni en las mentiras ni en la manipulación de la opinión pública, lo que solo al ciudadano corresponde.
Comisionado de la Doctrina de la Fe en la Arquidiócesis Primada de México y miembro de la Comisión Teológica Internacional (CTI). Es director del Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano y fue rector de la Universidad Pontificia de México, cargo que ocupó durante tres trienios.
Hace tiempo que las mediciones de la opinión pública en el campo político han dejado de ser plenamente confiables ya sea por el cambiante estado de ánimo social que, de un momento a otro, puede tomar rumbos distintos por algún acontecimiento inesperado, o bien por el temor de decir lo que realmente se piensa ante determinados ambientes. Pero la razón más frecuente es la manipulación que se hace de las encuestas para imponer una determinada figura, para influir en el ánimo y el voto de los ciudadanos.
En México estamos entrando al periodo más intenso del proceso electoral y aunque todavía tenemos cinco meses por delante, no hay día en que no se publiquen dudosos resultados de supuestas encuestas de las que desconocemos la seriedad de sus metodologías. Hace algunas semanas, se publicó en Primera Plana de un periódico que tiene fama de seriedad, el Universal, una encuesta en la que el Partido en el Gobierno presentaba a su precandidata a la presidencia de la República con una ventaja de más de 30 puntos sobre la candidata de la oposición, pero, inmediatamente, ese medio de comunicación se deslindó de la autoría: “No se trata de una encuesta del Universal, se trata de un inserto pagado”, aclaró, en otras palabras, se trata de propaganda y no de un estudio de opinión seria.
Este tipo de trucos publicitarios ya son tan recurrentes que no deberíamos dejarnos sorprender tan fácilmente. Son muchas las casas encuestadoras que realmente realizan estudios de opinión, pero de acuerdo a los intereses del cliente, de tal forma que reflejan lo que el cliente quiere ver y transmitir.
Cuando aparecen esas encuestas una y otra vez favoreciendo determinada figura política en detrimento de otras, comienza el desaliento de quienes buscan un cambio y comienzan a dar por hecho que la batalla está perdida, por lo que pueden darse dos fenómenos igualmente negativos, el pensar que ya no vale la pena ir a votar el día de las elecciones, sumándose al abstencionismo, o bien, algo que es peor, dar su voto a quien aparentemente va por delante, para no sentirse perdedor.
En realidad, en un proceso electoral los que definen son los ciudadanos, no las encuestas, ni siquiera los candidatos o candidatas que presumen de antemano que ya son ganadores: La decisión se toma el día de la votación, que debe expresarse de manera responsable y comprometida, habiendo escuchado y conocido a quienes buscan las responsabilidades políticas, saber si son confiables, si van acompañados de grupos de trabajo honestos.
El día de las elecciones, el ciudadano califica a los gobernantes en turno, si no han cumplido realizando un buen gobierno para toda la ciudadanía, merecen ser reprobados, si hay alternativas para mejorar con otros grupos políticos, podemos dar la oportunidad a nuevas propuestas y equipos de gobierno. Para eso son los procesos democráticos, para que los ciudadanos decidan a quien dar la responsabilidad de gobierno, no dejemos en manos de otros, ni en las mentiras ni en la manipulación de la opinión pública, lo que solo al ciudadano corresponde.
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