Estamos cada vez más cerca de una de las elecciones más importantes en nuestra joven democracia mexicana, no sólo por el número de candidatos a elegir –más de veinte mil, incluyendo la elección presidencial- sino por que debemos decidir sobre al proyecto de nación que queremos.
Efectivamente, al elegir a quien tome la gran responsabilidad de ser presidenta o presidente de México, no solamente debemos tomar en cuenta las cualidades o simpatías de una persona, ni siquiera la habilidad e inteligencia para dar algunas respuestas, mucho menos las promesas que se pueden hacer en pleno fervor de campaña, donde incluso suelen prometer, como se dice en lenguaje coloquial, hasta “las perlas de la Virgen”.
La elección de este 2 de junio de 2024 conlleva algo mucho más serio: se trata de elegir entre dos proyectos de país. Por una parte, tomar la decisión de recuperar lo que lentamente hemos construido durante muchos años para darle solidez a la democracia mexicana: instituciones confiables y autónomas que garantizan el respeto a la participación ciudadana, al equilibrio de las finanzas públicas, al desarrollo en medio de la división de poderes y la rendición de cuentas de los gobernantes, a una justicia social basada en una mejor educación y en el acceso universal al sistema de salud, al crecimiento del país con mayor orden y seguridad, especialmente erradicando la corrupción, la impunidad y la inseguridad, para alcanzar un desarrollo social auténtico. Un país abierto a la relación con el mundo, respetado en medio de todas las naciones.
Por otra parte, está la propuesta de continuar con el rápido desmantelamiento de las instituciones democráticas, concentrado el poder político en una sola persona, regresando al clientelismo electoral y a la manipulación de la población, sin división de poderes, sin rendición de cuentas de los gobernantes y sin exigencias por la responsabilidad por sus acciones. Un sistema donde cuenta más la adulación y el culto a la personalidad del poderoso y no la participación ciudadana y el desarrollo armónico de toda la sociedad. Un país cerrado al mundo exterior, identificándose penosamente con dictaduras.
En otras palabras, estamos ante la disyuntiva de consolidar la democracia o de regresar 50 años antes en nuestro desarrollo político. Elegir entre la armonía y participación de todos los componentes de la sociedad mexicana o la división y polarización social en la que nos encontramos. Debemos elegir entre la libertad que permite el desarrollo de todos o el estatismo controlador que impide el desarrollo de todos.
Los programas sociales no están en discusión, son una conquista constitucional lograda por todos los partidos políticos y consolidada en los últimos años. Lo que está en juego es el rumbo político: democracia o autoritarismo.
Cada uno de los ciudadanos, sabiéndolo o no, marcará con su voto uno de los dos rumbos del país. Nuestros obispos nos invitan a participar activamente con la oración, con información, con libertad y con responsabilidad ciudadana.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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