Misal Mensual Noviembre 2025 – Santa Misa (Con Lecturas y Evangelio del día)

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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Lecturas de la Misa y Evangelio del Domingo 2 de noviembre 2025

El Señor Jesús es nuestro maestro, también en el morir. El carácter definitivo de nuestra muerte nos invita a valorar el peso de cada día vivido, de cada relación sostenida, de cada proyecto, de cada acción, de cada recuerdo.

31 octubre, 2025
Lecturas de la Misa y Evangelio del Domingo 2 de noviembre 2025
La muerte no es una calamidad, no es el final ni tiene la última palabra. Estamos llamados a pasar con Jesús la eternidad. Foto: María Langarica

Lecturas y Evangelio del 2 de noviembre de 2025

  • Primera Lectura: Del segundo libro de los Macabeos 12, 43-46
  • Salmo: Salmo 102
  • Segunda Lectura: De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios 15, 20-24. 25-28
  • Evangelio del día: Del santo Evangelio según san Lucas: 23,44-46
  • Comentario al Evangelio

Primera lectura

Del segundo libro de los Macabeos 12, 43-46

En aquellos días, Judas Macabeo, jefe de Israel, hizo una colecta y recogió dos mil dracmas de plata, que envió a Jerusalén para que ofrecieran un sacrificio de expiación por los pecados de los que habían muerto en la batalla.

Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección, pues si no hubiera esperado la resurrección de sus compañeros, habría sido completamente inútil orar por los muertos. Pero él consideraba que, a los que habían muerto piadosamente, les estaba reservada una magnífica recompensa.

En efecto, orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente.

Palabra de Dios.

Salmo

/R/ El Señor es compasivo y misericordioso.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y
generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados. /R/

Como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el
Señor con quien lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos
y de que somos barro, no se olvida. /R/

La vida del hombre es como la hierba, brota como una flor
silvestre: tan pronto la azota el viento, deja de existir y nadie vuelve
a saber nada de ella. /R/

El amor del Señor a quien lo teme es un amor eterno, y entre
aquellos que cumplen con su alianza, pasa de hijos a nietos su
justicia. /R/

Segunda lectura

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios 15, 20-24. 25-28

Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos
los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por
un hombre vendrá la resurrección de los muertos.
En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos
volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como
primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo.
Enseguida será la consumación, cuando Cristo entregue el Reino
a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo
sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser
aniquilado, será la muerte. Es claro que cuando la Escritura dice:
Todo lo sometió el Padre a los pies de Cristo, no incluye a Dios,
que es quien le sometió a Cristo todas las cosas.
Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo
se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas.

Palabra de Dios.

Evangelio

Del santo Evangelio según san Lucas: 23,44-46

Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Y dicho esto, expiró.

Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.

El primer día después del sábado, muy de mañana, llegaron las mujeres al sepulcro, llevando los perfumes que habían preparado. Encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

Estando ellas todas desconcertadas por esto, se les presentaron dos varones con vestidos resplandecientes. Como ellas se llenaron de miedo e inclinaron el rostro a tierra, los varones les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”.

Palabra del Señor.

Comentario al Evangelio

Aprender a morir en Cristo

El Concilio Vaticano II no temió afirmar que “el máximo enigma de la vida humana es la muerte” (GS 18). Y como “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22), no podemos sino detenernos a contemplar la muerte del Señor para asumir la nuestra. Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte a través de su propia muerte, y ahí radica nuestra esperanza. Perseveramos en el camino porque sabemos que la muerte no es el final, sino el paso a la condición definitiva. Esto lo aprendemos del Señor, lo vemos en Él, lo entendemos desde su muerte. Sí, el Señor resucitó. Pero para ello atravesó por el valle oscuro de la muerte. Y así nos entregó la vida plena.

Nuestra consideración del misterio de la muerte pasa por el mismo cuadro escénico que presenta el Evangelio según san Lucas. Unas tinieblas que invaden la región. Así se percibe toda despedida. Oscuridad que parece imponerse. Certezas que se rasgan a la mitad, como el velo del templo. La impresión de que todo esfuerzo ha sido vano, porque finalmente ha desembocado en la nada.

Pero es ahí que el Señor Jesús es nuestro maestro, también en el morir. Su voz clama con voz potente –como ocurre siempre en las revelaciones contundentes–: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” La única disposición sensata es la oración. No un silencio resignado. No un llanto asfixiado. No la ignorancia evasiva. La oración. Oración confiada al Padre. Encomendarse, como la Iglesia nos invita a repetir en cada noche, a las manos del Padre, principio de la vida y destino en la paz de los bienaventurados. Es un salto que parece darse en el vacío, es cierto. Pero no es una claudicación en la nada. Es el paso decisivo –¡Pascua!– de la esperanza.

El carácter definitivo de nuestra muerte –de toda muerte– nos invita a valorar el peso de cada día vivido, de cada relación sostenida, de cada proyecto, de cada acción, de cada recuerdo. Hay un punto de llegada, que en un nivel existencial nos resulta desgarrador, pero que esconde al mismo tiempo la mayor promesa de Dios. Aprender a morir desde Cristo es abrazar la cruz en su mayor dramatismo. “Memento mori”, dice la espiritualidad cristiana. Recuerda que has de morir. Y entonces, con la esperanza en el Señor de la vida eterna, sopesarás tu dignidad y el alcance de tus obras. Como enseña el Sirácide: “En todas tus acciones ten presente tu final, y así jamás cometerás pecado” (Eclo 7,36).