Evangelio y lecturas de la Misa del domingo 10 de noviembre 2024
“¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes”.
Estas son las Lecturas, el Salmo y el Evangelio de la Misa dominical del 10 de noviembre 2024. Conócelas!
Lecturas y Evangelio del 10 de noviembre de 2024
- Primera Lectura: del primer libro de los Reyes (17, 10-16).
- Salmo: 145, 7. 8-9a. 9bc-10.
- Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos (9, 24-28).
- Evangelio del día: Evangelio según San Marcos (12, 38-44).
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Primera Lectura
Lectura del primer libro de los Reyes (17, 10-16)
En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: “Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba”.
Mientras iba a buscarla, le gritó: “Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan”.
Respondió ella: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”.
Respondió Elías: “No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después.
Porque así dice el Señor, Dios de Israel: ‘La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’”.
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Palabra de Dios.
Salmo
Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R/. Alaba, alma mía, al Señor.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (9, 24-28)
Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, Él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.
Palabra de Dios.
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Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos (12, 38-44)
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa”.
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero; muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio: La verdadera religiosidad
El texto evangélico de este domingo presenta dos cuadros: el primero corresponde a la falsa religiosidad de los escribas, caracterizada por la presunción de sentirse perfectos cometiendo actos tremendamente injustos, como aquella denunciada por Jesús: “devoran los bienes de las viudas”.
Justamente, será una viuda la protagonista del segundo cuadro propuesto por el evangelista Marcos. Nos ubicamos en el atrio del templo de Jerusalén, en un lugar denominado “tesoro del templo” o “estancia del tesoro”.
Según el Card. Gianfranco Ravasi (biblista italiano) se colocaban cerca de trece cajas de bronce en forma de embudo, en las que se versaban las limosnas para el templo. Un sacerdote recibía el óbolo y, antes de depositarlo, proclamaba la cantidad de la suma.
Lógicamente, con el metal de la moneda y el bronce donde se depositaba, aquello era un enorme ruido; que, al final expresaba la justicia y santidad de esa persona. Era una forma de decir públicamente: “Dios me bendice, porque soy justo a sus ojos”. ¿Será esto así?
Tenemos, entonces, una “religiosidad miope” representada en los escribas: “paseándose con amplios ropajes” para manifestar que son letrados y conocedores de los designios de Dios; y, pensando que, por ello, tienen el derecho de ocupar los lugares principales denigrando a los demás por su despotismo religioso. ¿Es esto lo que Dios quiere? Aunada a esta posición, está la de aquellos que depositan su ofrenda al templo para ser vistos y alabados como personas “buenas y justas”. Podemos ver, que, en ambos casos, no se busca la gloria de Dios, sino “la glorificación de la opinión de los demás”.
De ahí que, el evangelista haga un replanteamiento, ¿cuál es la característica de la verdadera religiosidad? Para ello, nos ha presentado a esta mujer viuda que, pasa en silencio, con un recogimiento interior, y deposite dos monedas que representan todo lo que ella es y tiene. No buscó ser alabada, sólo manifestar su total dependencia a Dios, confiándose plenamente a Él.
Notemos, ella en su silencio pidió ser escuchada por Dios, y así fue; sólo uno de los presentes, el Hijo de Dios la miró. Cuando escuchamos con atención, miramos a las personas: Jesús la escuchó y la miró. Al final, resuenan las palabras de Jesús: ¡Cuídense de aquella falsa religiosidad!