Cuaresma o ‘tiempo en el desierto’
El Evangelio de este domingo nos narra cómo el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás.
Lectura del Santo Evangelio
Jesús en el desierto (Mc 1, 12-15)
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían. Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios, y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
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Cuaresma o ‘tiempo en el desierto’
El texto que escuchamos este domingo pertenece a uno de los tres Evangelios, conocidos y estudiados como sinópticos, que quiere decir: tienen una visión común, de conjunto. Son los de Mateo, Marcos y Lucas.
Efectivamente los tres relatan el episodio de Jesús en el desierto, después de su Bautismo, como tiempo de preparación a su ministerio.
Es así, que el Evangelio de Marcos, que se ha proclamado en Misa este domingo menciona el episodio, pero de manera más breve. Sólo señala que inmediatamente tras su Bautismo, se escucha la voz del Padre que dice: “Tú eres mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”, y después es el Espíritu quien lo lleva, quien lo empuja al desierto, donde ha de permanecer cuarenta días.
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Así también la Iglesia ha comenzado el tiempo de Cuaresma; cuarenta días en los que también somos llevados al desierto, al lugar donde no existen los excesos, donde no hay mucho alboroto, donde se puede uno poner a platicar consigo mismo. Es un tiempo privilegiado para buscar a Dios.
Un lugar que recuerdo con mucho cariño es el “Santo Desierto de Nuestra Señora del Carmen de los Montes de Santa Fe” o mejor conocido como el “Desierto de los Leones”, convertido en Parque Nacional, que en el siglo XVII fue concedido a la Orden de los Carmelitas Descalzos por el virrey de la Nueva España, don Juan de Mendoza.
Este convento fue un espacio de alabanza y encuentro con Dios. A pesar de su ya retirada ubicación del centro de la ciudad, y de estar rodeado por cientos de hectáreas de bosque, me llama enormemente la atención que hubieran construido unas 10 ermitas, a las afueras del mismo, pequeñas habitaciones para quienes todavía encontraban muchas distracciones en ese recinto y querían llegar a una más íntima relación con Dios, alejándose de todo. Quedando en esos espacios: ellos, la naturaleza y Dios, solamente.
A la Cuaresma se le conoce también como tiempo de desierto, de aislarse de cosas superfluas, para poder concentrarse al menos una vez al año en las cosas que realmente deberían de ser importantes para nosotros.
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Recuerdo también con mucho cariño, lo que publicaba un joven en las pasadas fiestas de fin de año; decía que al preguntarle a su abuela qué deseaba como regalo, ella siempre contestaba: “nada hijito, no quiero nada; yo sólo con que todos tengamos salud y vida, me basta”. Expresaba el joven: ¡qué razón tenía mi abuela! Porque especialmente en estos días de pandemia, qué nos pueden interesar las cosas materiales, si no tenemos salud para disfrutarlas; ¿qué nos puede preocupar más que tener vida y salud?
Es por eso que, en esta Cuaresma, estamos invitados por la Iglesia a seguir a Jesús, empujados por el Espíritu a encontrarnos con Él, con lo importante de la vida; en una experiencia de austeridad, de una vida libre de distracciones para encontrar lo que somos, y quién sabe si por estar buscando tenemos la fortuna de encontrarnos a Dios, ahí en nuestro interior.
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