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Volver a la parroquia

31 agosto, 2020
Durante más de cinco meses no asistí a mi parroquia ni a ningún templo. De un momento a otro me cambió, nos cambió la vida, y la manera de vivirla en todos los aspectos, incluyendo, por supuesto, la fe. Ante el desconcierto y el peligro que nos trajo el virus, fue impactante la prontitud con la que presbíteros, párrocos y obispos respondieron a la emergencia de atender a sus fieles fuera de los templos. Sabedores de la necesidad de Dios de tantos cristianos en tiempos de prueba, recurrieron a todos los medios a su alcance para hacernos sentir su cercanía, llevando al Santísimo en procesión por las calles desiertas, estableciendo comunicación y actividades a través de las redes, y recurriendo a la tecnología para que pudiéramos participar en la celebración de la Eucaristía. La emergencia se volvió rutina, y debo confesar que, aunque al principio me resultaba extraño participar en la Misa a través de la pantalla de mi computadora, poco a poco no sólo me acostumbré, sino que comencé a descubrir las ventajas de hacerlo y a disfrutar mucho las oportunidades que esta medida me presentaba. Te puede interesar: Rosita El silencio absoluto en la habitación a la hora de la celebración, la cercanía con el Altar que permite seguir con atención paso a paso el Sacrificio, la claridad con la que se escuchan las voces de los lectores y la homilía del celebrante, los cantos seleccionados, la comunión espiritual guiada por el sacerdote, todo en conjunto crean el clima espiritual e íntimo para participar con toda devoción en la Santa Misa. Después de tantos meses, estamos regresando a la “normalidad” y algunos templos comienzan a abrir sus puertas. Y a pesar de vivir con el deseo de volver, fue hasta que pude asistir a Misa a mi parroquia que me di cuenta cuánto la extrañaba. [caption id="attachment_37440" align="alignnone" width="2560"] Algunas medidas para prevenir el contagio por coronavirus al asistir a Misa. Algunas medidas para prevenir el contagio por coronavirus al asistir a Misa.[/caption] ¿Qué sentiría el hijo pródigo cuando, al regresar derrotado y cansado, vio por fin a lo lejos la casa de su padre? Regresar a la casa de las puertas siempre abiertas ¡es tan bueno! La casa donde durante tantos años Jesús me esperó en el Sagrario deseoso de mi visita y de que le contara mis cosas, la casa que valoré verdaderamente hasta que se cerraron sus puertas. El corazón se desborda de alegría al volver a la parroquia a participar en la Misa, y ver a los vecinos, al párroco como siempre, amable, servicial, y sin ocultar su alegría de recibir a los suyos nuevamente. Por primera vez no me importaron el sonido deficiente y la mala acústica, el canto desafinado de la mujer de siempre ni la homilía que a ratos no se alcanza a escuchar; porque volver me hacía sentir la “hija pródiga” recibida por el Padre amoroso y porque pude recibir a Jesús Eucaristía con mayor consciencia de mi necesidad de recibirlo y de su inmenso amor que se hace alimento para el alma. Cuánto necesitaba comulgar y cuánto ha tenido que pasar para entender el privilegio que significa el poder hacerlo! Dice el refrán que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” y para los cristianos la experiencia del COVID debe transformar nuestros corazones; reflejarse en gratitud a nuestros pastores, servicio y misericordia con nuestros prójimos. No sabemos lo que pasará, si volveremos al confinamiento o regresaremos poco a poco a la normalidad, pero nuestra fe hoy probada por el crisol del sufrimiento, debe estar renovada y fortalecida. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.  Salmo 23 *Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia  y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia. ¿Ya conoces nuestra revista semanal? Al adquirir un ejemplar o suscribirte nos ayudas a continuar nuestra labor evangelizadora en este periodo de crisis. Visita revista.desdelafe.mx  o envía un WhatsApp al +52 55-7347-0775 Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

Durante más de cinco meses no asistí a mi parroquia ni a ningún templo. De un momento a otro me cambió, nos cambió la vida, y la manera de vivirla en todos los aspectos, incluyendo, por supuesto, la fe.

Ante el desconcierto y el peligro que nos trajo el virus, fue impactante la prontitud con la que presbíteros, párrocos y obispos respondieron a la emergencia de atender a sus fieles fuera de los templos. Sabedores de la necesidad de Dios de tantos cristianos en tiempos de prueba, recurrieron a todos los medios a su alcance para hacernos sentir su cercanía, llevando al Santísimo en procesión por las calles desiertas, estableciendo comunicación y actividades a través de las redes, y recurriendo a la tecnología para que pudiéramos participar en la celebración de la Eucaristía.

La emergencia se volvió rutina, y debo confesar que, aunque al principio me resultaba extraño participar en la Misa a través de la pantalla de mi computadora, poco a poco no sólo me acostumbré, sino que comencé a descubrir las ventajas de hacerlo y a disfrutar mucho las oportunidades que esta medida me presentaba.

Te puede interesar: Rosita

El silencio absoluto en la habitación a la hora de la celebración, la cercanía con el Altar que permite seguir con atención paso a paso el Sacrificio, la claridad con la que se escuchan las voces de los lectores y la homilía del celebrante, los cantos seleccionados, la comunión espiritual guiada por el sacerdote, todo en conjunto crean el clima espiritual e íntimo para participar con toda devoción en la Santa Misa.

Después de tantos meses, estamos regresando a la “normalidad” y algunos templos comienzan a abrir sus puertas. Y a pesar de vivir con el deseo de volver, fue hasta que pude asistir a Misa a mi parroquia que me di cuenta cuánto la extrañaba.

Algunas medidas para prevenir el contagio por coronavirus al asistir a Misa.

Algunas medidas para prevenir el contagio por coronavirus al asistir a Misa.

¿Qué sentiría el hijo pródigo cuando, al regresar derrotado y cansado, vio por fin a lo lejos la casa de su padre? Regresar a la casa de las puertas siempre abiertas ¡es tan bueno! La casa donde durante tantos años Jesús me esperó en el Sagrario deseoso de mi visita y de que le contara mis cosas, la casa que valoré verdaderamente hasta que se cerraron sus puertas.

El corazón se desborda de alegría al volver a la parroquia a participar en la Misa, y ver a los vecinos, al párroco como siempre, amable, servicial, y sin ocultar su alegría de recibir a los suyos nuevamente.



Por primera vez no me importaron el sonido deficiente y la mala acústica, el canto desafinado de la mujer de siempre ni la homilía que a ratos no se alcanza a escuchar; porque volver me hacía sentir la “hija pródiga” recibida por el Padre amoroso y porque pude recibir a Jesús Eucaristía con mayor consciencia de mi necesidad de recibirlo y de su inmenso amor que se hace alimento para el alma. Cuánto necesitaba comulgar y cuánto ha tenido que pasar para entender el privilegio que significa el poder hacerlo!

Dice el refrán que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido” y para los cristianos la experiencia del COVID debe transformar nuestros corazones; reflejarse en gratitud a nuestros pastores, servicio y misericordia con nuestros prójimos.

No sabemos lo que pasará, si volveremos al confinamiento o regresaremos poco a poco a la normalidad, pero nuestra fe hoy probada por el crisol del sufrimiento, debe estar renovada y fortalecida.
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.  Salmo 23

*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia  y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.

¿Ya conoces nuestra revista semanal? Al adquirir un ejemplar o suscribirte nos ayudas a continuar nuestra labor evangelizadora en este periodo de crisis. Visita revista.desdelafe.mx  o envía un WhatsApp al +52 55-7347-0775

Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.





Autor

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos. 

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