No vamos a satanizar al miedo, por el contrario, tratemos de entenderlo, resolverlo y convertirlo en un aliado. Foto: Especial
Dicen que lo contrario al amor no es el odio, sino el miedo. Y tiene sentido si sabemos que Dios es amor y que muchos de nuestros pecados nacen precisamente del miedo. No porque temer sea un pecado en sí, pero la falta de confianza en Dios, sí que nos puede llevar a diversos pecados, como la soberbia, avaricia, vanidad, lujuria, pereza, etc.
Sin embargo, no vamos a satanizar al miedo, por el contrario, tratemos de entenderlo, resolverlo y convertirlo en un aliado, porque, aunque no lo parezca, el verdadero propósito de nuestros miedos es protegernos.
Se trata de una emoción primaria que experimentamos cuando nos sentimos amenazados ante un riesgo real o imaginario. El miedo se vuelve funcional cuando esa sensación nos lleva a reaccionar ante la situación, ya sea para enfrentarla o para alejarnos de ésta.
Este “modus operandi” era realmente productivo hace miles de años, cuando el hombre necesitaba de estas reacciones primitivas para huir o pelear cuando se enfrentaba a un mamut, por ejemplo, sin embargo, en la era digital, otras son las bestias con las que debemos de lidiar.
Actualmente, los miedos responden más a la sensación de un vacío existencial, el cual resulta tan perturbador que vivimos ansiosos por llenarlo de lo que sea y como sea.
Precisamente ahora que tenemos acceso a casi todo lo que deseamos de manera “fácil” e inmediata, es cuando más vulnerables nos sentimos, pues tener tanto de todo, nos ha llevado a no estar conformes con nada y a vivir en constante ansiedad ante las pérdidas.
Mientras que antes el miedo nos ayudaba a salir adelante de nuestros posibles sufrimientos, hoy, paradójicamente, una de las mayores fuentes de sufrimiento del hombre es precisamente el miedo a sufrir.
Entonces el miedo ya no nos es útil, porque antes el hombre estaba dispuesto a luchar o a huir, pero hoy simplemente nos paraliza.
Jesús nunca prometió felicidad y buena fortuna para quienes lo siguieran, por el contrario, nos advirtió sobre la cruz que todos debemos de cargar cuando caminamos a su lado. “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana”. Mateo 11,29-30
El miedo enfoca nuestra mirada hacia el futuro o hacia el pasado, nublando así nuestra capacidad de vivir en el momento presente, lo cual puede resultar muy peligroso pues nos perdemos de la presencia de Dios en nuestro día a día.
No en vano, Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro a pedir el pan de cada día, haciendo referencia a la necesidad de vivir un día a la vez y confiar en el presente.
Mirar hacia atrás o hacia adelante nos mantiene atrapados en el bucle de nuestras ansiedades. Mirar hacia arriba para buscarlo, nos conecta con Él, en cada paso, en cada respiro, viviendo el único momento que realmente nos pertenece, y liberándonos del peso de nuestros miedos.
Como mencionaba en un principio, la disfuncionalidad de los miedos puede estar muy ligada a la falta de confianza en Dios y/o a una noción excesiva y desordenada de autosuficiencia por parte del hombre.
Es decir, la soberbia de auto-percibirnos como los únicos capaces y responsables de nuestra vida. Aunque, en efecto, somos libres y responsables de nosotros mismos y de nuestros actos, no podemos dejar a un lado la voluntad de Dios y su providencia divina.
Asumamos que no podemos controlarlo todo, y que hay momentos en que soltar nuestros miedos en manos de Dios es el mayor acto de valentía, lejos de hacernos débiles, nos fortalecemos en Él.
Teniendo claro que el miedo cumple con la función de prevenirnos ante situaciones de riesgo, debemos de aprender a distinguir cuando se trata de miedos basados en la realidad y cuando son producto de nuestra imaginación.
La mayoría de nuestros pensamientos y los sentimientos que estos generan están más entallados a la interpretación que hacemos de los acontecimientos que a los hechos en sí.
Cuando damos rienda suelta a la imaginación, corremos el riesgo de entrar al peligroso terreno de los juicios y las suposiciones. Es por eso que debemos de estar muy conscientes de lo que pensamos y cuestionarnos constantemente sobre la veracidad de los mismos. ¿Realmente tengo evidencias de lo que estoy pensando sobre la situación?
La principal defensa del hombre ante sus miedos es tratar de controlarlo todo, para evitarse el dolor y obtener placer en su vida. Es así que vivimos en la falsa ilusión de que todo depende de nosotros y llevamos cargas innecesarias que nos llenan de ansiedad.
“Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!». Romanos 8, 15
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