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COLUMNA

Columna invitada

Evangelio 5 de febrero 2023: ¿Por qué Jesús nos comparó con sal y luz?

Si la vida de los discípulos no es significativa, es como sal que ha perdido su sabor y no sirve más que para ser tirada a la calle. 

4 febrero, 2023

Evangelio según san Mateo (Mt 5, 13-16)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa. Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos”.

Jesús ocupa dos comparaciones para hablar de nosotros: la sal y la luz ¿Por qué escogió precisamente estos dos elementos, o fueron escogidos al azar?

Después del momento inaugural del sermón de la montaña, que son las bienaventuranzas, hoy escuchamos la continuación con una comparación muy directa hacia los que en aquel momento escuchaban el discurso y hacia quienes actualmente lo leemos pues Jesús habla de “ustedes”.

El Señor ocupa dos términos de comparación en paralelismo, la sal y la luz. Desde muy antiguo, los judíos conocían un mar llamado “Mar de sal”. La concentración de sal en el mar muerto, que es como ahora lo conocemos, es tal que mata todo lo que llega a él. De hecho la desembocadura del río Jordán en el mar muerto siempre huele mal por los organismos que mueren tan pronto llegan a ese mar.

La sal también sirve para echar a perder los campos, los vuelve estériles (Jue 9,45). Una segunda vía de significación de la sal es para purificar, como en tiempo de Eliseo pide que le den sal y la echa en una fuente de aguas amargas, y estas quedan saneadas (2Re 2,20). Pero, Jesús escoge la imagen de la sal como aquello que da sabor a los alimentos.

En el Antiguo Testamento las ofrendas vegetales debían sazonarse con sal (Lv 2,13), incluso se acuñó la expresión “sal del pacto” (Nm 18,19). También se le debería poner sal al sacrificio de animales para el holocausto (Ez 43,24). La sal ya desde la Antigua Alianza formaba parte de los alimentos básicos como el trigo, el vino y el aceite (Esd 7,22).

Bajo esta línea de significación el Señor declara lo significativa que debe resultar la conducta de sus discípulos, porque como la sal debe dar sabor. Si la vida de los discípulos no es significativa, es como sal que ha perdido su sabor y no sirve más que para ser tirada a la calle.  El símbolo de la luz es mucho más unitario, la luz es el ámbito de Dios, de la vida y del bien. El mal se cocina en la oscuridad, como nos dice san Juan, cuando salió Judas del cenáculo para traicionar al Señor era de noche (Jn 13,30).

Por tanto en paralelismo con la sal, la luz significa las obras buenas, que deben ser significativas y precisamente por este motivo Jesús añade al signo de la luz circunstancias de manifestación, la luz no se pone bajo la cama sino en el candelero. Y gracias a esa luz los hombres dan gloria a Dios.

 

Mons. Salvador Martínez es rector de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.