No se dejen vencer por el desaliento, la santidad es la meta.
Los santos nos acompañan, interceden por nosotros, nos animan a continuar, nos recuerdan que la santidad no solo hay que desearla sino elegirla, pero sobre todo que contamos con la gracia de Dios para lograrla.
A mis dos hijas pequeñas les gusta mucho ir mirando por la ventana del coche mientras vamos rumbo a la escuela, en este tiempo les encanta ir contando cuántas casas están adornadas de Halloween o de día de muertos y ver quién de las dos logra contar más. Todos los días la más pequeña me preguntaba sobre el disfraz que llevaría a su escuela y si podríamos salir a pedir dulces. Fue ahí donde vi la oportunidad para platicar con ellas sobre el origen del Halloween y les explicaba que en realidad la palabra viene de All Allows Eve, que significa víspera de todos los santos, es decir que el 31 de octubre por la noche nos preparamos para celebrar la fiesta de todos los santos que conmemoramos en la Iglesia Católica el 1 de noviembre, aunque desde hace mucho tiempo esta celebración se mezcló con otras creencias que transformaron por completo su significado. También les comenté que el pedir dulces no tiene nada de malo y que sería bueno buscar un disfraz divertido, alegre, bonito que nos recuerde el sentido original de la fiesta: los santos.
Todo esto me llevó a reflexionar sobre lo importante que es hablar con nuestros hijos sobre la santidad, pues pienso que muchas veces la vemos como algo para ciertas personas “extraordinarias” que tuvieron dones muy especiales que nada tienen que ver con nosotros que somos simples mortales en vidas ordinarias.
Justo el otro día escuchaba un podcast en el que comentaban que quizá muchas veces nos sentimos intimidados por los santos, pues los vemos como grandes héroes que lograron hacer cosas que para nosotros parecen inalcanzables, pero qué importante es recordar que ellos también tuvieron debilidades y luchas que afrontar en sus vidas y que la solemnidad de todos los santos no es solo para recordar a aquellos que conocemos por haber sido canonizados por la Iglesia, sino a todas aquellas personas “ordinarias” que permanecieron fieles y perseverantes en la fe, que amaron a Jesús con todo su corazón y lo siguieron a pesar de las pruebas y dificultades que conlleva cualquier vocación.
¿Cuántas veces no hemos buscado darles a nuestros hijos todas las herramientas y recursos necesarios que están a nuestro alcance, para que puedan salir adelante y logren cumplir aquellos anhelos más profundos de su corazón? Y entonces, ¿por qué no animarlos a perseguir la santidad? Pienso que porque ni nosotros nos creemos que la santidad es la verdadera meta de la vida. Seguimos muy preocupados por alcanzar títulos, reconocimientos, éxitos que tienen algo en común: todo eso pasará. Sé que suena atrevido y quizá loco, pero ese llamado a la santidad lo tenemos todos.
Aprendamos de los santos a seguir y a escuchar a Jesús sin rendirnos, a escucharlo en las necesidades que tienen nuestros padres, esposos, hijos, amigos, compañeros, vecinos. Ahí donde fuimos llamados.
Mostrémosles a nuestros hijos que la santidad es posible y que en los santos pueden encontrar grandes modelos de vida que los inspiren y animen a seguir adelante, ayudémosles a levantar la mirada para seguir a aquellos que pueden enseñarles un camino para la vida eterna, para que vayan más allá de buscar “likes” en redes sociales y busquen ser parte de la gran comunidad de los santos.
Hace poco escuchábamos en el Evangelio del domingo la historia de Jesús y Zaqueo, en la cual vemos como Zaqueo hace todo lo que está en sus manos para mirar de cerca al Maestro, aprendamos de él y pongamos todo aquello que está en nuestras manos para que nuestros hijos también puedan encontrarse con el Maestro y la salvación llegue a sus casas. Jesús llegó a la vida de Zaqueo, que era un recaudador de impuestos que tenía muchas cosas que enmendar y cambiar, pero que le permitió a Jesús entrar y se dejó transformar.
Les recuerdo que no estamos solos en este camino, los santos nos acompañan, interceden por nosotros, nos animan a continuar, nos recuerdan que la santidad no solo hay que desearla sino elegirla, pero sobre todo que contamos con la gracia de Dios para lograrla.
Quiero terminar esta reflexión con una cita de San Pablo de la carta a los hebreos, en la cual nos exhorta a permanecer constantes y firmes hasta alcanzar nuestra meta:
“Por tanto, también nosotros, ya que estamos rodeados de tal nube de testigos, liberémonos de todo impedimento y del pecado que continuamente nos asalta, y corramos con perseverancia en la carrera que se abre ante nosotros. Fíjense, pues, en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores, a fin de que no se dejen vencer por el desaliento.” (Heb. 12, 1,3).
No nos dejemos vencer por el desaliento y continuemos nuestra carrera, pues la meta vale la pena.
Feliz solemnidad de todos los santos.
Más artículos del autor: