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COLUMNA

Cielo y tierra

5 lecciones de una taza feliz

Dios aprovecha como instrumento a personas o cosas que pueden transmitirnos lo que nos pueda ayudar en nuestra vida espiritual.

3 marzo, 2023
5 lecciones de una taza feliz
Taza feliz / Foto: Especial
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Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años. 

La llamo mi ‘taza feliz’, y debo admitir que me hace mucha gracia. Un día pasé por un local donde imprimen, en distintos materiales, el diseño que uno lleve. Pensé que quedaría simpática una taza sonriente, dibujé dos circulitos negros y con una simple línea curva debajo y pedí los imprimieran en una taza por delante y por detrás (así sirve para zurdos y diestros).

Hace poco la miraba y reflexioné en que me da lecciones. Y antes de que pienses que estoy loca por creer que un objeto inanimado puede enseñarme algo, debo decir que no es en sí el objeto, sino Dios quien aprovecha como instrumento a personas o cosas que pueden transmitirnos, hablando o sin hablar, lo que nos pueda ayudar en nuestra vida espiritual.

Taza con sonrisa / Foto: Especial

Taza feliz / Foto: Alejandra Sosa

Considera estas cinco cosas que podemos aprender de mi taza:

  1. Siempre sonríe. Amanece de buenas; a la hora de la comida sigue sonriendo, y antes de apagar la luz de la cocina por la noche, la veo sonreír. Me recuerda lo que leí de san Tito Brandsma, que siempre sonreía, lo que no tendría nada de especial, excepto que pasó los últimos meses de su vida en un campo de concentración nazi, sometido a toda clase de vejaciones y torturas. Y tal vez alguien podía pensar que era un tonto o un inconsciente que no captaba lo grave de la situación o no sufría como los demás, pero claro que lo captaba y sufría, de hecho allí lo mataron, pero él explicaba que la razón de su alegría era que sabía que Dios estaba con Él.

Hoy en día que hay tantas razones para el desánimo, la ira, la tristeza, la tacita no me deja olvidar que hay más razones para sonreír, porque Dios nos ama y acompaña.

  1. Sonríe por ambos lados. Si la veo sonreír por delante y me asomo rápido a ver qué expresión tiene por detrás, cuando cree que nadie la ve, nunca la he ‘cachado’ poniendo mala cara. En este mundo en que es tan fácil caer en la hipocresía, aparentar una cosa y en realidad pensar o sentir lo contrario, la tacita me da ejemplo de coherencia.
  2. Sonríe aunque esté de cabeza. Cuando la lavo y la pongo a escurrir en el trastero, queda mucho tiempo boca abajo, pero no deja de sonreír. A veces Dios permite que lo que nos pasa sea justo al revés de lo que nos gustaría, de nuestra lógica, de nuestros planes. Sentimos que todo está de cabeza y nos aterramos o enojamos. Y a veces, cuando descubrimos el sentido que tuvo aquello, nos avergüenza habernos desesperado.

La taza me recuerda que no hay que esperar a que todo se resuelva para sonreír, aún estando de cabeza hay que confiar en que Dios todo lo permite por algo y para bien.

  1. Sonríe sin importar qué sirva en ella, cuándo o cuánto. Si pasa días vacía, o si la lleno de algo frío o muy caliente, ácido o dulce, fino o corriente, se mantiene siempre sonriente. Me recuerda que san Francisco de Sales enseñaba la ‘santa indiferencia’, aceptar sin alterarse lo que venga, sin aferrarse a nada, ser flexibles, no pretender que sólo se haga lo que uno querría; saber ceder y no a la fuerza sino con alegría, con dulzura, con una sonrisa.
  2. Sonríe donde sea que yo la ponga. No sólo sonríe cuando está donde puede lucir, por ejemplo en la mesa; si la dejo guardada sin usar un tiempo, igual la encuentro sonriendo. Me recuerda al padre Walter Ciszek, que en tiempos de Stalin se preparó para ir como misionero a Rusia y en cuanto llegó lo acusaron falsamente de ser espía y pasó 23 años preso. Cinco en una celda de castigo (sin ventanas y sin nadie con quien hablar) y el resto en Siberia condenado a trabajos forzados, soportando frío extremo y malos tratos. Pudo desesperar pensando: ‘ahorita podría estar evangelizando, aprovechando lo que estudié, y en cambio estoy aquí, desperdiciado’, pero no fue así. Decía: “Dios sabe dónde estoy, y si a Él le parece bien dejarme aquí, a mí me parece bien también.’ ¡Qué difícil pero qué necesaria lección la de aceptar con serenidad lo que Dios nos permite enfrentar! ¡Cuánta gente se desespera pensando que sería feliz si tan sólo viviera en circunstancias distintas, con otras gentes, en otro lugar. La tacita nos enseña que no son las circunstancias, sino la actitud la que debemos cambiar. Y así podemos estar no sólo en paz, sino incluso sonrientes, en cualquier lugar.

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

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Autor

Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.