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COLUMNA

Columna invitada

La política, un camino martirial

Agradezcamos la generosidad de muchos políticos y gobernantes, que desinteresadamente dan la vida por la comunidad.

19 mayo, 2021

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En el proceso previo a las elecciones del 6 de junio, en nuestro país han sido asesinados varios candidatos a puestos públicos; muchos más han sido golpeados y amenazados; otros han renunciado por las presiones de grupos armados. Han dejado la comodidad del hogar y de su trabajo para intentar hacer algo por su comunidad. Los asesinados perdieron la vida por su pueblo. ¿Eso no es virtud? ¿No es amor? ¿No es, quizá, santidad? Nadie duda de que tengan defectos y de que sean pecadores, más o menos que nosotros. Quizá no hayan sido muy practicantes de una religión. Pero el amor sincero por los demás es el camino seguro para estar cerca de Dios. Es muy fácil y cómodo reducirse a ver de lejos la situación y quedarse sólo en críticas y lamentos sobre los candidatos, porque muchos de ellos, ciertamente, han corrompido la política y la han convertido en un camino para su éxito personal. Es verdad que hay personajes a quienes no les importa invertir grandes sumas de sus recursos personales, incluso endeudarse imprudentemente, mentir y robar, amenazar y extorsionar, incluso asesinar, con tal de lograr su objetivo. Pero esa no es política de la buena; allí no hay amor y virtud, sino criminalidad y perversión. Se alían con otros de su calaña y se convierten en mafias que pretenden arrasar con todo y con todos. Tarde o temprano, se descubre lo que son en realidad y acaban en la vergüenza total, para sí y para los suyos, a veces en la cárcel. Conozco políticos y gobernantes que dan la vida por su pueblo. En el día a día, sobre todo en catástrofes por sismos, inundaciones y otras emergencias, casi no duermen ni toman sus alimentos a tiempo. Se desviven por resolver los problemas. No están todo el tiempo con su familia y no pueden estar pendientes de lo que sus hijos necesitan. Interrumpen sus descansos, ponen dinero de su bolsa para atender a los necesitados. Se exponen a todos los peligros, muchas veces con la incomprensión e ingratitud de los ciudadanos. Pagan con su vida su entrega en el servicio a la comunidad. Se enferman y viven un verdadero martirio. ¿Esto no es santidad?

Pensar

El Papa Francisco, en un discurso en Bolonia, Italia, dijo: “El buen político lleva su propia cruz cuando quiere ser bueno, porque debe dejar tantas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los demás y armonizarlas, para que efectivamente sea el bien común el que salga adelante. En este sentido, el buen político acaba siempre por ser un “mártir” del servicio, y esto es muy hermoso” (1-X-2017). Este domingo pasado, expresó: “Cuidar la verdad significa ser profetas en todas las situaciones de la vida; es decir, estar consagrados al Evangelio y ser testigos aun cuando haya que pagar el precio de ir contracorriente. A veces, nosotros cristianos buscamos un acuerdo; sin embargo, el Evangelio nos pide estar en la verdad y para la verdad, dando la vida por los demás. Y donde hay guerra, violencia y odio, ser fieles al Evangelio y constructores de paz significa comprometerse, también a través de las decisiones sociales y políticas, arriesgando la vida. Sólo así las cosas pueden cambiar. El Señor no necesita gente tibia; nos quiere consagrados a la verdad y a la belleza del Evangelio, para que podamos testimoniar la alegría del Reino de Dios, también en la noche oscura del dolor y cuando el mal parece más fuerte” (16-V-2021). En su encíclica Fratelli tutti, dice: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor; el mayor peligro es no amar” (92). “En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la atención en el otro, «considerándolo como uno consigo»” (93). “Si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Quien ama y ha dejado de entender la política como una mera búsqueda de poder, tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia” (195).

Actuar

Agradezcamos la generosidad de muchos políticos y gobernantes, que desinteresadamente dan la vida por la comunidad. Y, a la hora de votar, no apoyemos a los corruptos y prepotentes, a los destructores de la vida humana y de la familia, a los violentos y a los incapaces de escuchar y atender a quienes no piensan igual que ellos. No nos dejemos engañar por discursos de quienes se consideran los únicos que saben hacer bien las cosas y tratan de eliminar a sus opositores. Que el Espíritu Santo nos ilumine. *El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas. Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.

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En el proceso previo a las elecciones del 6 de junio, en nuestro país han sido asesinados varios candidatos a puestos públicos; muchos más han sido golpeados y amenazados; otros han renunciado por las presiones de grupos armados. Han dejado la comodidad del hogar y de su trabajo para intentar hacer algo por su comunidad. Los asesinados perdieron la vida por su pueblo. ¿Eso no es virtud? ¿No es amor? ¿No es, quizá, santidad? Nadie duda de que tengan defectos y de que sean pecadores, más o menos que nosotros. Quizá no hayan sido muy practicantes de una religión. Pero el amor sincero por los demás es el camino seguro para estar cerca de Dios.

Es muy fácil y cómodo reducirse a ver de lejos la situación y quedarse sólo en críticas y lamentos sobre los candidatos, porque muchos de ellos, ciertamente, han corrompido la política y la han convertido en un camino para su éxito personal. Es verdad que hay personajes a quienes no les importa invertir grandes sumas de sus recursos personales, incluso endeudarse imprudentemente, mentir y robar, amenazar y extorsionar, incluso asesinar, con tal de lograr su objetivo. Pero esa no es política de la buena; allí no hay amor y virtud, sino criminalidad y perversión. Se alían con otros de su calaña y se convierten en mafias que pretenden arrasar con todo y con todos. Tarde o temprano, se descubre lo que son en realidad y acaban en la vergüenza total, para sí y para los suyos, a veces en la cárcel.

Conozco políticos y gobernantes que dan la vida por su pueblo. En el día a día, sobre todo en catástrofes por sismos, inundaciones y otras emergencias, casi no duermen ni toman sus alimentos a tiempo. Se desviven por resolver los problemas. No están todo el tiempo con su familia y no pueden estar pendientes de lo que sus hijos necesitan. Interrumpen sus descansos, ponen dinero de su bolsa para atender a los necesitados. Se exponen a todos los peligros, muchas veces con la incomprensión e ingratitud de los ciudadanos. Pagan con su vida su entrega en el servicio a la comunidad. Se enferman y viven un verdadero martirio. ¿Esto no es santidad?

Pensar

El Papa Francisco, en un discurso en Bolonia, Italia, dijo: “El buen político lleva su propia cruz cuando quiere ser bueno, porque debe dejar tantas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los demás y armonizarlas, para que efectivamente sea el bien común el que salga adelante. En este sentido, el buen político acaba siempre por ser un “mártir” del servicio, y esto es muy hermoso” (1-X-2017).

Este domingo pasado, expresó: “Cuidar la verdad significa ser profetas en todas las situaciones de la vida; es decir, estar consagrados al Evangelio y ser testigos aun cuando haya que pagar el precio de ir contracorriente. A veces, nosotros cristianos buscamos un acuerdo; sin embargo, el Evangelio nos pide estar en la verdad y para la verdad, dando la vida por los demás. Y donde hay guerra, violencia y odio, ser fieles al Evangelio y constructores de paz significa comprometerse, también a través de las decisiones sociales y políticas, arriesgando la vida. Sólo así las cosas pueden cambiar. El Señor no necesita gente tibia; nos quiere consagrados a la verdad y a la belleza del Evangelio, para que podamos testimoniar la alegría del Reino de Dios, también en la noche oscura del dolor y cuando el mal parece más fuerte” (16-V-2021).

En su encíclica Fratelli tutti, dice: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor; el mayor peligro es no amar” (92).

“En un intento de precisar en qué consiste la experiencia de amar que Dios hace posible con su gracia, santo Tomás de Aquino la explicaba como un movimiento que centra la atención en el otro, «considerándolo como uno consigo»” (93).

“Si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Quien ama y ha dejado de entender la política como una mera búsqueda de poder, tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia” (195).

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Agradezcamos la generosidad de muchos políticos y gobernantes, que desinteresadamente dan la vida por la comunidad. Y, a la hora de votar, no apoyemos a los corruptos y prepotentes, a los destructores de la vida humana y de la familia, a los violentos y a los incapaces de escuchar y atender a quienes no piensan igual que ellos. No nos dejemos engañar por discursos de quienes se consideran los únicos que saben hacer bien las cosas y tratan de eliminar a sus opositores. Que el Espíritu Santo nos ilumine.

*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.

Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.