¿Se puede ser feminista y católica? 4 pensadoras que combinan la fe y la lucha por la igualdad

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COLUMNA

Columna invitada

La política, altísima vocación

Al elegir a algún candidato, conozcamos sus frutos, para valorar la calidad del árbol, y no nos dejemos engañar sólo por las ramas de sus promesas.

5 mayo, 2021

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Cuando era joven sacerdote, mi obispo me confió el servicio de coordinar la pastoral vocacional en la diócesis de Toluca. Entre otras actividades, organicé un retiro espiritual con jóvenes líderes de diversos grupos apostólicos. Uno de ellos, que pensaba ingresar al Seminario y ser sacerdote, en ese retiro descubrió su vocación política, como laico cristiano. Ocupó altos cargos en nuestro Estado y a nivel nacional, llegando a ser presidente de su partido político. En una ocasión me confió que era muy difícil conservarse limpio entre tanta corrupción y entre tantas prácticas inmorales que hay en ese ambiente. Se esforzó por mantenerse fiel a sus principios y hacer lo posible por dignificar la política. Ahora que en nuestro país estamos en campañas electorales, aunque ya no tengo ningún cargo en una diócesis, se me han acercado algunos candidatos a puestos públicos, para platicarme sobre sus proyectos y escuchar una palabra de mi parte. Todos me dicen que su intención es hacer algo por la comunidad, y en ello les aliento. Les animo a participar en la contienda electoral, siempre con la mejor intención de promover el bienestar del pueblo. Pero les advierto también que no se contaminen con las malas prácticas habituales en ese medio, haciéndoles ver los peligros que corren ante la presión de grupos de delincuentes que pretenden imponer sus leyes, amenazando que, si no se sujetan a lo que ellos disponen, están en riesgo su vida y la de sus familias. Aunque nuestro gobierno máximo dice que no van a permitir eso, en la práctica se está sintiendo este poder alterno. Otros artículos del autor: Contiendas fratricidas

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (180). “Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Esto supone reconocer que el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (181). “Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une” (182). “Son actos de caridad aquellos que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias. Es un acto de caridad el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria. Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (186). Otros artículos del autor: ¿Un año perdido?

Actuar

Exhorto respetuosamente a quienes ejercen un cargo político, así como a quienes aspiran a ello, a rescatar la política y vivirla como un acto de amor al prójimo. Es posible vivir la política como una altísima vocación. No es una simple profesión, ni una inversión de tiempo y de dinero para obtener dividendos individualistas, sino una oportunidad de desgastar la propia vida para que otros vivan más dignamente. Así, ¡sí vale la pena la política! Y al elegir a algún candidato, más que en el partido, fijémonos si, en su vida, ha sido un verdadero servidor de la comunidad; conozcamos sus frutos, para valorar la calidad del árbol, y no nos dejemos engañar sólo por las ramas de sus promesas y de su publicidad. Apoyemos a los comprobados servidores del pueblo, no a los oportunistas. *El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas. Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.

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Cuando era joven sacerdote, mi obispo me confió el servicio de coordinar la pastoral vocacional en la diócesis de Toluca. Entre otras actividades, organicé un retiro espiritual con jóvenes líderes de diversos grupos apostólicos. Uno de ellos, que pensaba ingresar al Seminario y ser sacerdote, en ese retiro descubrió su vocación política, como laico cristiano. Ocupó altos cargos en nuestro Estado y a nivel nacional, llegando a ser presidente de su partido político. En una ocasión me confió que era muy difícil conservarse limpio entre tanta corrupción y entre tantas prácticas inmorales que hay en ese ambiente. Se esforzó por mantenerse fiel a sus principios y hacer lo posible por dignificar la política.

Ahora que en nuestro país estamos en campañas electorales, aunque ya no tengo ningún cargo en una diócesis, se me han acercado algunos candidatos a puestos públicos, para platicarme sobre sus proyectos y escuchar una palabra de mi parte. Todos me dicen que su intención es hacer algo por la comunidad, y en ello les aliento. Les animo a participar en la contienda electoral, siempre con la mejor intención de promover el bienestar del pueblo. Pero les advierto también que no se contaminen con las malas prácticas habituales en ese medio, haciéndoles ver los peligros que corren ante la presión de grupos de delincuentes que pretenden imponer sus leyes, amenazando que, si no se sujetan a lo que ellos disponen, están en riesgo su vida y la de sus familias. Aunque nuestro gobierno máximo dice que no van a permitir eso, en la práctica se está sintiendo este poder alterno.

Otros artículos del autor: Contiendas fratricidas

Pensar

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (180).

“Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Esto supone reconocer que el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (181).

“Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une” (182).

“Son actos de caridad aquellos que impulsan a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas, estructuras más solidarias. Es un acto de caridad el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria. Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (186).

Otros artículos del autor: ¿Un año perdido?

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Exhorto respetuosamente a quienes ejercen un cargo político, así como a quienes aspiran a ello, a rescatar la política y vivirla como un acto de amor al prójimo. Es posible vivir la política como una altísima vocación. No es una simple profesión, ni una inversión de tiempo y de dinero para obtener dividendos individualistas, sino una oportunidad de desgastar la propia vida para que otros vivan más dignamente. Así, ¡sí vale la pena la política!

Y al elegir a algún candidato, más que en el partido, fijémonos si, en su vida, ha sido un verdadero servidor de la comunidad; conozcamos sus frutos, para valorar la calidad del árbol, y no nos dejemos engañar sólo por las ramas de sus promesas y de su publicidad. Apoyemos a los comprobados servidores del pueblo, no a los oportunistas.

*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.

Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.